Víctor Flores Olea y Rosa Elena Gaspar de Alba presentaron ayer, en Casa Lamm, Internet y la revolución cibernética (Océano), libro donde se discuten algunas de las cuestiones centrales sobre las que todos nos preguntamos al escuchar hablar de la revolución informática y de esa ``supercarretera'' de la información que es Internet y que, según parece, ha convertido a nuestra aldea universal, el mundo entero, en una aldea local, en una ``tela de araña'' que nos vincula a todos y ``prolonga el sistema nervioso en un abrazo global, aboliendo tiempo y espacio en lo que respecta a nuestro planeta'' (McLuhan, citado por Naief Yehya, La Jornada Semanal, 17/7/97).
El mayor mérito del libro, para quienes no manejamos la técnica de la navegación por la red, es que no se trata de uno de esos textos aburridos que son los manuales de las computadoras que sirven para oprimir teclas, operar programas y recibir una catarata de datos y referencias, sino sólo algunas de las cuestiones que pueden interesar al lector en general, por ejemplo el origen de Internet, y algunos impactos más importantes que la red tiene en nuestros días, desde el punto de vista de la cultura, de la política, de la economía, del cambio de las formas de vida y de trabajo de millones de personas en el mundo.
Víctor y Rosa Elena ponen de relieve, por ejemplo, las esperanzas y las frustraciones, o ``denominaciones'', que en la historia han provocado casi siempre las grandes revoluciones tecnológicas. Así ocurrió con la Revolución Industrial y con el hallazgo operativo de la energía nuclear, y con tantos otros descubrimientos en el campo de la física o la medicina, sin ir más lejos. Así parece hoy ocurrir con Internet: mientras unos ven en la red una panacea posible de nuevas relaciones humanas a nivel planetario, otros consideran que será un medio de nuevas y mayores penetraciones por parte del mercantilismo y de los grandes consorcios, y por tanto nueva fuente de frustraciones y encadenamientos.
La transmisión de imágenes, que en el fondo es la esencia misma del lenguaje (y del conocimiento), ¿es posible a través de Internet y del procedimiento de las computadoras? ¿Ellas ``simulan'' adecuadamente la función del cerebro humano y estimulan sentimientos, ideas y nuevas categorías conceptuales? ¿Cómo vincular las ideas sobre el objeto virtual en filosofía de corte psicoanalítico? Por ejemplo: la constitución de objetos parciales, focos virtuales, que Deleuze vislumbra como polos siempre desdoblados de la personalidad. Al ser el objeto virtual en esencia, pretérito.
Bergson propone un atractivo esquema donde plantea un mundo con dos focos: uno real y el otro virtual, del real emerge la serie de ``imágenes-recuerdo'' pero ambas organizadas en un circuito sin fin.
El objetivo virtual no es un presente. La cualidad del presente y la modalidad del pasar, afectan de manera exclusiva a la serie de lo real, en tanto constituida por la síntesis activa. El pasado puro, tal como se ha definido como contemporáneo de su propio presente, preexistente al presente que pasa, a su vez, causa del paso de todo presente, convierte al objeto en virtual. Así el objeto virtual es un fragmento de pasado puro.
Para Lacan, los objetos reales con base en el principio de realidad se hallan sometidos a la ley de estar y de no estar en alguna parte, mientras que el objeto parcial (virtual) tiene la propiedad de estar y no estar, en donde está o allí donde vaya. Deleuze ejemplifica esto con el libro extraviado en una biblioteca, que no pudo encontrarse en su lugar habitual, pero ello no quiere decir que no está. O bien, como la carta robada de Edgar Alan Poe, con esto hace referencia a lo simbólico. No puede decirse literalmente que algo no está en su sitio sino de aquello que puede cambiar. Lo que se oculta es aquello que no está en su sitio.
Para lo real, ``cualquier trastorno que pueda producirse siempre y en cualquier caso está allí, lo lleva pegado a su suela, sin conocer nada que pueda separarlo de ella'' (Lacan, Seminarios sobre la carta robada).
Los Flores Olea nos embarcan en una discusión apasionada, más de preguntas que respuestas, infinita, de espera sin horizontes de espera, de impaciencia absoluta de un deseo de memoria, que dice Jacques Derrida.