Horacio Labastida
Hong Kong chino: 1840-1997

A Rafael Sarmiento

La aún ilimitada miseria de la India es producto de la historia imperial de Occidente, acentuada por la revolución industrial y los cambios que ésta introdujo en la vida económica. Las aristocracias y los reyes absolutos cayeron ante las clases medias empresariales, ahora agigantadas con la moda de la ideología neoliberal en que se escudan las compañías transnacionales protegidas por gobiernos que procuran su hegemonía mundial.

Tomando en su haber los ejemplos de España, Portugal y Holanda --en mis dominios nunca se pone el sol, afirmaba Carlos V de Alemania--, la reina Victoria (1837-1901) logró superar las debilidades de la ya envejecida y expoliadora East India Company, al pacificar a las facciones indues y hacerse declarar (1877) Real y Soberana Emperatriz de la India.

Las agudas mermas sufridas por el tesoro público, con motivo de la independencia de las colonias americanas y de las amenazas de convulsiones francesas para la Casa de Brunswich, seguían ardiendo en la conciencia victoriana.

Perder la India unos cuantos decenios después del triunfo de Washington sobre la soldadesca inglesa, hubiera representado un desastre quizá irremediable en torno al entonces creciente dominio inglés en los mares y océanos, sólo semejante con el que mucho antes gozó Carlos I de España.

El viejo mercantilismo había asentado sus reales en mercados de consumo extraños, y la explosiva revolución industrial aumentó cada vez más las necesidades de colocar productos en el extranjero y de allegarse materias primas requeridas por las nuevas industrias acumuladoras de ganancias y opulencias en las arcas de los flamantes señores del dinero, despreocupados como siempre de las masas y sus sufrimientos.

Sin embargo, para Inglaterra no era bastante la India; además de Africa y lo que restaba de América, su mirada se había posado desde hacía tiempo en el lejano Imperio Chino.

La balanza comercial con la dinastía Ching o Manchú (1644-1911) causaba desasosiegos en la hacienda victoriana; las importaciones de té, porcelana y sedas no se equilibraban con las exportaciones, porque los chinos, sin contar el lujo de las cortes, se bastaban tradicionalmente con un sistema autosuficiente.

Urgía romper el desequilibrio, mas ¿cómo hacerlo? Los augures de la economía liberal inspirados en las lecciones de Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (1776), exigieron de inmediato al emperador Dao Guang no sólo la supresión de las medidas obstaculizadoras de venta del opio, sino la ampliación al máximo de facilidades y concesiones otorgadas con anterioridad.

La droga proveniente de la India enriquecía por igual a narcotraficantes, al tesoro inglés y a respetables negociantes. En la otra vertiente las cosas eran distintas. La purga de riquezas colocaba al emperador y altas castas sínicas en un grave peligro de inestabilidad que tendría que eliminarse.

El conflicto decidió el cierre de China al tráfico de estupefacientes, y de inmediato chocaron las autoridades Ching y las inglesas, originando las extremas tensiones que llevaron a la guerra y a la previsible derrota Manchú, reconocida por el imperio en el acuerdo de Paz de Cantón (1841), punto de partida de la serie de tratados que, con la aquiescencia Ching, repartieron las más prósperas zonas del país entre Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Alemania, Rusia y Japón. Hong Kong, por ejemplo, fue entregado a los ingleses ese mismo año, y su correlato continental Kowloom, en 1842, convirtiéndose ambos lugares en centros de mafias contrabandistas y corruptoras estrechamente vinculadas con altas autoridades y negociantes chinos y foráneos.

Cabe recordar aquí que la venta y aplastamiento de China, tolerados por su gobierno, fueron violentamente resistidos y al fin despejados en el periodo que va del levantamiento del Reino Celestial Taiping, la democracia de Sun Yat-sen y la independencia lograda por la insurgencia de Mao Tse-tung hacia 1949.

La generalizada degradación hongkonesa, maquillada durante más de 150 años con la gobernación de Albión, concluyó al fin bajo la bandera de Un País, Dos Sistemas, enarbolada por Deng Xiaoping al hablar de los problemas de Hong Kong y Taiwan.

El socialismo continental y el capitalismo de Hong Kong subsistirán por un cincuentenario, superándose así los peligros destructivos del conflicto subyacente.

Hong Kong continuará con las instituciones civiles, pero no más con sus perversidades.

Expulsar de una sociedad su propia malignidad es acto de liberación. Esto es lo que significa 1997 para Hong Kong.