Juan Arturo Brennan
Diecinueve sanmigueles

San Miguel de Allende, Gto. En esta peculiar ciudad del Bajío mexicano, el clima veraniego es bueno, y ni el calor discreto ni las recatadas lluvias alcanzan a agriar el humor del visitante. Incluso, las incansables y eclesiásticas campanas que tocan a rebato desde el amanecer son bastante tolerables. Lo que sí ha desquiciado un poco a San Miguel es que su zona central tiene las tripas al aire gracias a que las H. autoridades municipales han decidido ocultar todos los cables bajo tierra. Será para bien, sin duda, pero mientras tanto....

Mientras tanto, tales aventuras de urbanización no han impedido la buena marcha y conclusión del XIX Festival de Música de Cámara de San Miguel de Allende que se ha desarrollado, como en todas sus versiones anteriores, alrededor de la presencia del cuarteto de cuerdas como protagonista principal. Este año, el Cuarteto Ying y el Cuarteto Tokio (nótese la inclinación oriental en 1997) han hecho los honores principales al público del festival, y en algunos conciertos se han presentado solistas como las violinistas Amy Schwartz y Jennifer Koh, y los pianistas Fernando García Torres y Marta García Renart. Se invitó, además, al moreliano Ensamble de las Rosas, que propuso un programa semejante (mas no idéntico) al de su reciente disco. Sobre todo después de la seriedad y profundidad de los programas ofrecidos por los dos cuartetos invitados (Beethoven, Zemlinski, Janacek, Smetana, Shostakovich, Mozart, Barber, Takemitsu), las dos sesiones finales del festival resultaron comparativamente ligeras, y estuvieron protagonizadas por la Orquesta de Cámara de Dallas.

Para el penúltimo concierto de la serie, el conjunto texano no se presentó como un ensamble completo, sino mediante diversos subconjuntos surgidos de sus filas. A través de estas dotaciones flexibles, los miembros de la Orquesta de Cámara de Dallas ejecutaron un programa en el que destacaron dos vertientes distintas de la gitanería clásica: un par de Danzas húngaras, de Brahms, y una de las Rapsodias rumanas de Enesco. La parte romántica (almibarada, de hecho) estuvo cubierta por una inofensiva Serenata, de Toselli y, en otro plano, por el Terceto Op. 74 de Dvorák, única pieza del programa en la que los músicos dejaron algunas aristas musicales sin pulir. Lo más atractivo: el sabroso Quinteto Fandango de Luigi Boccherini, bien rasgueado por el guitarrista Robert Guthrie. Complementaron este programa sendas obras de Astor Piazzolla y Claude Debussy.

Más serio resultó el programa de clausura del festival, en el que Guthrie manejó con buen nivel técnico y expresivo las ricas Variaciones Mozart del catalán Fernando Sor y la evocativa Asturias de Isaac Albéniz. Por su parte, la Orquesta de Cámara de Dallas, ahora sí completa, ejecutó con acierto la Suite Capriol de Peter Warlock, uno de los conciertos guitarrísticos de Vivaldi (de nuevo, Robert Guthrie) y una versión azucarada de otra pieza muy azucarada: el Andante cantabile de Chaikovski, casi tan aburrido como su popular Serenata para cuerdas. Para fortuna de los oyentes, guardaron para el final la obra más interesante de ese fin de semana: el muy sólido (y muy bien tocado) Concerto grosso, de Ernest Bloch, con la participación del pianista John Owens. Buena comprensión del diseño formal de Bloch y un buen balance entre las cuerdas y el piano fueron los aciertos notables de esta ejecución, sobre todo en la fuga final de la obra. El asistir a este par de conciertos me permitió notar que, como en años anteriores, el comité organizador del festival ha resuelto lo fundamental de la logística y la música del evento, con una excepción notable: todavía no se ha logrado involucrar en el festival al segmento mexicano de la población, por lo que todo sigue girando básicamente alrededor de la comunidad estadunidense de San Miguel. En mi opinión, urge dar solución a esto, so pena de que la huella del festival sea incompleta y parcial.

Además de lo aquí reseñado y comentado, el Festival de Música de Cámara de San Miguel de Allende continuó este año con su vocación didáctica, atendiendo a 50 jóvenes instrumentistas de cuerda cuyas clases de perfeccionamiento estuvieron a cargo de los miembros del Cuarteto Ying y de la Orquesta de Cámara de Dallas. Y como este festival no es ajeno al entusiasmo por las efemérides, ya se están haciendo planes para la versión 1998 del mismo, en la que se celebrará el vigésimo aniversario de esta singular serie de conciertos camerísticos.

Por lo pronto, entre los planes del comité organizador está el retomar la raíz primera del festival, celebrando sus 20 años exclusivamente con cuartetos de cuerda. Para ello se tiene contemplado invitar a los cuartetos importantes que a lo largo de dos décadas han sido pilares del festival y, si las circunstancias son adecuadas, encargar a un importante compositor mexicano una obra para ser estrenada en 1998, probablemente por un cuarteto mexicano.

Así, apenas acallados los aplausos del último concierto de este año, ya se trabaja en el próximo festival. Con mis mejores deseos de que para entonces las calles de San Miguel vuelvan a ser transitables, y que las motoconformadoras y palas mecánicas hayan vuelto a sus depósitos.