El tipo de cambio es un precio demasiado importante para dejarlo
por entero a merced de los mercados de divisas.
Paul Krugman
Si algo vienen pidiendo a las autoridades financieras diversos analistas (prácticamente de todas las corrientes) en las últimas semanas, es que cuanto antes se detenga el prolongado proceso de apreciación cambiaria que se viene sufriendo desde hace algunos meses. Este proceso, por desgracia, opera con doble fuerza: por el diferencial de inflación con Estados Unidos y por el fuerte ingreso de capitales que hace que la paridad nominal permanezca estable, e incluso disminuya.
Entre las razones para detener la apreciación y empezar un proceso moderado y controlado de depreciación se encuentran las siguientes:
a) Se da un claro abaratamiento de los bienes importados, con lo cual se desplazan la producción nacional y los empleos domésticos. Uno de los indicadores más claros se encuentra en algo que se ha llamado Mall o meter, que es una especie de medidor de los mexicanos radicados en los estados fronterizos que, frente a la sobrevaluación, prefieren hacer las compras de despensa en Estados Unidos. Este indicador ha venido creciendo nuevamente a niveles similares a los de 1992 y 1993.
b) Pierden dinamismo las exportaciones y, por tanto, la creación de empleos en estos sectores.
c) Se reduce rápidamente --hasta casi desaparecer-- el superávit comercial, lo que hace necesario recurrir al endeudamiento y a la entrada de capitales para pagar el servicio de la deuda externa.
d) Se estimulan las actividades financieras y rentísticas en detrimento de la inversión productiva. El mejor indicador de ello es el enorme rendimiento (46 por ciento) que la Bolsa Mexicana de Valores ha ofrecido en lo que va del año, a diferencia de la exigua rentabilidad de los productos y servicios para el mercado doméstico.
Bajo la actual política económica, la estabilidad cambiaria nominal nuevamente es muy importante, debido al férreo objetivo desinflacionario y a que representa un símbolo del éxito de la estrategia y de la recuperación.
En consecuencia, el Banco de México eleva las tasas de interés. Esto, lógicamente, tiende a apreciar el tipo de cambio, con lo cual se debilita la balanza comercial, generando de esta forma un fatídico círculo vicioso, muy parecido al que se vivió en la parte final del sexenio anterior.
Jaime Ros, quizás el economista académico mexicano más notable de los últimos tiempos, explica el deprimente desempeño económico de nuestro país en las dos décadas pasadas a partir de lo que él llama ``la enfermedad mexicana'', en alusión a lo que se conoce en la literatura de macroeconomía abierta como ``la enfermedad holandesa''. Este lastimoso fenómeno se refiere al proceso de apreciación o sobrevaluación cambiaria que sufre una economía, por la gran afluencia de capitales externos generada por la rápida exportación de un bien primario (que también puede ser petróleo) o por el ingreso de capitales especulativos.
En cualquiera de los dos casos tienden a generarse euforias financieras, acompañadas de enormes crecimientos de importaciones de bienes de consumo, con efectos desastrosos sobre la actividad productiva, la cual es la única que permite vestir y alimentar a los habitantes de una nación.
Nuevamente se defiende la estabilidad de la paridad cambiaria nominal (en pesos por dólar) a partir de una política monetaria restrictiva. El Banco de México argumenta que ha intervenido en el mercado cambiario para evitar mayor apreciación; sin embargo, se supone que vivimos un régimen de libre flotación. ¡Gran contradicción!
Lo que llama la atención es que después del desastre de hace algunos años, no se han definido políticas que eviten los riesgos financieros. En concreto: ¿por qué no se ponen límites institucionales en cantidad al ingreso de capitales extranjeros? ¿Por qué no se determinan tiempos mínimos de permanencia de esos mismos capitales, así como algún impuesto compensatorio?
Muchos analistas responden que ello ahuyentaría la inversión extranjera y que debilitaría la confianza financiera en nuestro país. Sin embargo, es una respuesta que incurre en un gran error. Es justamente la necesidad de poner controles y orden a una economía descontrolada (que nuevamente se perfila a un callejón sin salida) lo que genera estabilidad y confianza. En ese sentido, hacer que la política monetaria regrese a su espacio natural, que el tipo de cambio se mueva dentro de una banda fija y predeterminada de desliz, y que el mercado de capitales cumpla su función de financiar al resto de la economía, son condiciones elementales para que se aprovechen las reformas económicas de las décadas pasadas y se pueda recobrar una senda estable y --ahora sí-- sana de crecimiento.
Los indicadores de coyuntura (reservas brutas en 22.7 mil millones de dólares, gran caída del desempleo, enorme crecimiento sectorial y agregado) y los tiempos y acomodos políticos permiten ampliamente corregir el rumbo.
Decir que no hay otra alternativa económica seria y responsable a la que viene aplicando el gobierno, representa caer en un autoritarismo cuyas consecuencias las volverá a padecer la población mexicana.
Un gobierno dura seis años en el poder, pero las consecuencias de una mala administración económica toda la vida.
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