Luis González Souza
Claroscuro en política exterior
Contrario a críticas exageradas, las mejores tradiciones de nuestra política exterior no están del todo muertas. Contrario a visiones apologéticas, esas tradiciones en definitiva han sido dañadas por el neoliberalismo a la mexicana. Por ello las buenas noticias en política exterior, aparte de escasas, inmediatamente tienen que ser matizadas.
En materia de migración, la mejor noticia en mucho tiempo apareció ayer. A través de notas diplomáticas, el gobierno mexicano repudió la más reciente operación (Río Grande) preparada por el gobierno de Estados Unidos para intensificar la persecución de mexicanos en busca de la dizque tierra-de-oportunidades-para-todos. Operación que, al sumarse a las instrumentadas desde 1994 en los más importantes cruces de la frontera (Bloqueo, Salvaguarda, Guardián), cierra el círculo de lo que ya podría llamarse un moderno genocidio migratorio. Las muertes de migrantes mexicanos ora por deshidratación, ora por picaduras de víbora, ora por caídas en barrancos, ora por balazos directos de la migra, aumentan al mismo ritmo de las cacerías antinmigrantes.
Aunque la reacción del gobierno mexicano se limita a protestas diplomáticas... peor es nada. Lo más criticable, más bien, tiene que ver con la incongruencia. Por un lado se rechaza, correctamente, que a nuestros trabajadores migratorios se les trate como criminales. Inclusive, a iniciativa de nuestro gobierno, la ONU acaba de crear el 3 de agosto un grupo de expertos para velar por los derechos de los migrantes. Por otro lado, absurdamente, el propio gobierno mexicano se suma más y más a la obstaculización de su libertad de tránsito, cuando no a su persecución, a veces hasta en armonía con autoridades estadunidenses.
A un lado de la buena noticia comentada (La Jornada, 22/VII/97), aparece otra anunciando operativos conjuntos para combatir a los polleros o traficantes de indocumentados. Ciertamente, hay polleros delincuentes. Pero muchos otros sólo hacen las veces de intermediarios, como cualquier bolsa de trabajo, y hasta de héroes salvando a los pollos de las garras de la migra. En todo caso, habría que castigar, igual o más, a los artífices de ese mercado laboral: el ofertante por incapaz para dar empleo (el gobierno mexicano) y el demandante por incapaz para competir con sueldos justos (el gobierno de EU).
Ojalá que el Tío Sam combatiera con la misma fiereza el tráfico de armas. Lejos de ello, acaba de poner fin a la prohibición para venderle armas a América Latina. Lo que, sin embargo, dio lugar a otra buena noticia para nuestra política exterior. En la 11 Reunión del Grupo de Río, que hoy inicia en Paraguay, la posición de México anunciada por el canciller Gurría será de rechazo a esa decisión de Estados Unidos y de apoyo al control del armamentismo (La Jornada, 20/VIII/97).
Pero de inmediato el análisis objetivo exige los matices. ¿Qué espera México para reimpulsar o inventar a un grupo como el de Los Seis (Suecia y Grecia por Europa, India y Tanzania por Africa, Argentina y el propio México por América), que tanto brillara en los años 80 por sus llamados al desarme, en ese caso nuclear? Y más acuciante, ¿por qué en México, no obstante su larga y valiosa tradición pacifista, sigue avanzando la militarización codo a codo con la adquisición de armamento?
Finalmente, a propósito del Grupo de Río, lo claroscuro vuelve a teñir nuestra actual política exterior. Hoy por hoy, ese grupo es lo mejor con que cuentan, para la ``concertación política'', algunos (¿qué espera para incluir a los demás?) gobiernos latinoamericanos: los fundadores del grupo Contadora en 1983 (Panamá, Venezuela, Colombia y México); los que luego formaron su Grupo de Apoyo (Brasil, Perú, Uruguay y Argentina), más los que tuvieron la suerte de incorporarse después (Bolivia, Chile, Ecuador, Honduras, Guyana y Paraguay). Y en la formación de ese grupo, desde su embrión mismo (Contadora), México jugó un papel clave.
Hoy, sin embargo, el liderazgo o el simple prestigio de México en Latinoamérica están erosionados. Después de largos y penosos años de neoliberalismo, incluyendo a manera de pivote el TLC firmado con Estados Unidos y Canadá, muchos piensan que México prefirió sellar su suerte con el Norte y no más con nuestra América. He allí una causa central por la que el brillo de nuestra política exterior ha caído en lo claroscuro. Y una causa por la cual no le ha ido nada bien a nuestro país desde entonces. ¿O sí?.