La Jornada Semanal, 24 de agosto de 1997
El autor de las novelas Ultimas tardes con Teresa y Si te dicen que caí ha recibido la última edición del prestigiado Premio Juan Rulfo que otorga la Universidad de Guadalajara. Braulio Peralta, corresponsal de La Jornada en Madrid, conversó con el escritor español acerca de su quehacer literario
Sé que prefiere evadir las entrevistas. ¿Le inhiben o le parecen insulsas, huye de la fama o cree que no tiene nada que decir?
-Hablar de mí mismo es una de las cosas que más me aburren en este mundo. En el otro, ya veremos.
-Lo siento muy alejado del ambiente literario español. ¿Le molestan los ambientes literarios o, específicamente, le molestan los escritores?
-No me considero un hombre de letras ni un intelectual. Soy simplemente un narrador, y donde me siento a gusto es en el trabajo.
El problema es que no me gusta mucho hablar de la faena, de modo que en los ambientes literarios o intelectuales, que es donde suele hablarse de la faena, me aburro, y a veces hasta me deprimo seriamente.
-Ha recibido el premio literario más importante de México, el Juan Rulfo. ¿Cómo valora el escritor Juan Marsé los reconocimientos fuera y dentro de su país?
-Este premio es de las cosas mejores que me han pasado en la vida, porque amo la obra de Juan Rulfo, esos dos libros maravillosos (Pedro Páramo y El Llano en llamas), y porque él me honró con su amistad, en México y en España. También porque la lista de autores que me han precedido en la obtención de este premio es sencillamente impresionante: Nicanor Parra, Juan José Arreola, Eliseo Diego, Julio Ramón Ribeyro, Nélida Piñon y Augusto Monterroso. En cuanto al reconocimiento que me puedan otorgar dentro y fuera de mi país, no sabría decirle más que esto: hay en España escritores que merecen este premio tanto o más que yo.
-¿Qué lugar ocupa en sus preferencias literarias la obra de Juan Rulfo? Deme el nombre de autores latinoamericanos que haya leído y que le gusten, o que identifique con su obra.
-Siempre que me solicitan nombres de autores latinoamericanos que me hayan conmovido cito en primer lugar a Juan Rulfo (él instauró el llamado realismo mágico que luego explotó en Gabriel García Márquez y otros autores), y a partir de él, más o menos por este orden, cito también a Borges, Onetti, Arlt, García Márquez, Vargas Llosa, Lezama Lima, Rubem Fonseca, Cortázar, José Emilio Pacheco, Fuentes, Monterroso, Mutis, Carpentier, Arreola, Julio Ramón Ribeyro, Del Paso, Nélida Piñón, Pitol, Pepe Donoso, etcétera. No me gustaría olvidarme de alguno; la nómina de los que admiro es extensa, algunos son mis maestros.
-Siendo un escritor realista, ¿qué opina sobre los compromisos que se le suelen adjudicar a la literatura realista?
-¿La llamada novela realista comporta un mayor compromiso, ideológico, político, social, o del género que sea? La verdad, esta cuestión se me escapa. Yo sólo entiendo un compromiso en el escritor, o mejor dicho, en el narrador -que eso es lo que soy-: el compromiso con su propia obra, con la voluntad de sacarla adelanteÊmediante la imaginación, el talento y la independencia de criterio. Me considero un escritor realista, es decir, atento a una serie de cuestiones que afectan a nuestra realidad cotidiana (me pregunto si hay algún escritor que no atienda a esa realidad, desde Dickens a Kafka: cada cual a su manera), pero al narrar una historia procuro mantener a raya mis compromisos o mis ideales políticos y sociales. Esa vertiente intelectual puede tal vez hallarse en mis novelas de forma implícita, pero no explícita. No me gustan las novelas trufadas de sociología o de política.
-¿Cómo ha afectado a su obra el hecho de que la publicación de sus primeras novelas haya coincidido con el realismo social en boga, allá por los cincuenta?
-De forma negativa, porque se me colocó una etiqueta que no me correspondía. La novela objetiva, desde el punto de vista formal, sólo me interesa si la firma Dashiel Hammet. EL realismo social que impregnó a la novelística española surgida en los últimos años cincuenta, alcanzó su auge en los primeros sesenta, cuando publiqué mí primera novela con sello Seix-Barral y José Ma. Castellet, de modo que, de forma automática, fui encasilladoÊen ese realismo social que preconizaba la novela objetiva, junto con la desaparición del autor y otras zarandajas, y cuyo fin era ofrecer una narrativa urgente de denuncia; ``urgente'', debido a la postración que el país sufría con el franquismo, y con tan buenas intenciones sociopolíticas que los logros específicamente literarios, tanto en lenguaje como en estructuras narrativas, dejaban mucho que desear. Sin embargo, Encerrados con un solo juguete, mi primera novela, iba a contrapelo de lo que se escribí entonces; es una novela intimista y subjetiva, con una atmósfera decadente y una escritura que calificaría de turbia.
-Si no se siente a gusto con el término ``autor realista'', ¿en qué estilo literario se catalogaría? ¿Es molesto el encasillamiento que la crítica literaria hace de un autor?
-No me siento a gusto ni a disgusto. No me importa nada lo que digan los críticos ni el lugar que me asignen en las letras españolas. Lo único que celebro de los críticos o eruditos que se ocupan de mí es que me señalen aspectos de mi obra, tanto si son positivos como negativos, que se me hayan escapado.
-¿Qué opinión le merece la actual novela realista española y latinoamericana?
-En España hay en la actualidad excelentes prosistas y muy buenos novelistas jóvenes. Casi me atrevo a decir que florecen más los prosistas o los columnistas de prensa -alguno genial, como Juan José Millás; otros aberrantes, como Jaime Campmany- que narradores. Algún prosista célebre, por ejemplo Cela, me puede interesar a veces (nunca cuando se pone campanudo y rancio, lo cual es frecuente) como prosista, pero como narrador hace ya muchos años que dejó de interesarme. Entre los narradores actuales que admiro están Luis Landero, Bernardo Atxaga, Juan José Millás, Ignacio Vidal-Folch, Muñoz Molina, Antonio Soler, Manuel Rivas, Almudena Grandes, çlvaro Pombo, Vila-Matas, Javier Tomeo, Martín Garzo, Pérez-Reverte, etcétera. Lamento no estar muy al día de la actual narrativa latinoamericana. ¡Se trata de todo un continente! Sin embargo, a juzgar por lo que he leído, compartimos algunas inquietudes: el gusto por la sensualidad del lenguaje -aunque en eso siempre nos llevan la delantera al otro lado del Atlántico- y un realismo ya trascendido por emociones y sentimientos, anteponiéndolo a las florituras verbales y al experimentalismo estructural e intertextual, o como diablos se llame esto.
-Cuando apareció òltimas tardes con Teresa la crítica le recriminó la ausencia de una conciencia social en su personaje principal, el Pijoaparte. ¿Se trataba de una valoración equívoca, o de la obstinación entre una parte de la crítica en categorizar la literatura de acuerdo a la realidad política y social de periodos específicos?
-No puedo quejarme, en términos generales, de la atención que la crítica dedicó a òltimas tardes con Teresa. Pero el sector digamos marxista-estalinista de la intelectualidad, que mira siempre con orejeras, se puso un pelín estupendo, sobre todo cierto escritor que ejercía la crítica literaria en la revista Ruedo Ibérico, editada en París. En efecto, Corrales Egea, vinculado al Partido Comunista, despachó la novela en una extensa reseña politizada hasta el tuétano, grotesca desde el punto de vista literario (me reprochaba, por ejemplo, mi ``tentación decimonónica de crear personajes inolvidables'', en clara referencia al Pijoaparte. Dijo que el autor había perdido la gran ocasión de novelar el despertar de la conciencia de clase en un obrero. El caso es que yo no me había propuesto nada de eso en la novela, no había más que leerla sin orejeras para darse cuenta. Lo que me interesaba del personaje no era su toma de conciencia ni su militancia obrera y política, sino sus sueños de alcanzar un lugar en el sol.
-¿òltimas tardes con Teresa es una obra revisada varias veces por defectos o quería profundizar en alguno de sus personajes?
-Mi prosa ha sido siempre algo desaliñada, y aprovecho la revisión de las pruebas de imprenta, destinadas a nuevas ediciones, para corregir algunos desajustes del lenguaje, frases que me parecen chirriar o veleidades del estilo. Nada esencial desde el punto de vista temático; me dedico a pulir, a borrar arista. Yo aspiro a un lenguaje invisible.
-En sus novelas, el realismo está matizado por el sarcasmo. En El amante bilingüe, por ejemplo, el sarcasmo adquiere tonos fársicos -en el nombre, incluso, de su protagonista: Juan Mares-. ¿Cuál fue el origen de esta novela, la historia de una metamorfosis carnavalesca y macabra al mismo tiempo?
-En el origen de El amante bilingüe se oculta el deseo de ser otro, la nostalgia de vivir otra vida, de exhibir otra máscara. Pero, claro está, la novela pretende ser algo más que eso. Es también una mirada irónica sobre una esquizofrenia no sólo personal, la del protagonista, sino colectiva: la dualidad cultural y lingüística de Barcelona.
-¿Cómo ha asumido el resultado de las versiones cinematográficas que se han hecho de sus novelas? ¿Qué afinidades encuentra, en términos de lenguajes, entre el cine y la literatura?
-No me gusta ninguna de las películas que se han hecho basadas en mis novelas. Y ese disgusto no se debe a que hayan sido fieles o infieles al texto original. Ese es un asunto, el de la fidelidad o la traición cinematográfica, del que suele hablarse mucho, pero que a mí me tiene sin cuidado. Siempre he dicho que cuando una película es buena, lo es exclusivamente por la bondad de su propia dinámica narrativa, por sus aciertos estéticos y su ritmoÊgenuinamente cinematográficos, y no porque haya sido fiel al argumento o al espíritu de la novela. El cineasta Víctor Erice trabaja en estos momentos en una adaptación de embrujo de Shanghai,última novela. Estoy absolutamente seguro que esta vez tendré más suerte. Aunque la película se parezca poco a la novela.
Cómo vivió estos últimos veinte años de transición democrática en España? ¿Se siente bien en la actual democracia, añora algo del franquismo?
-La transición democrática en España podía y debía haber sido más enérgica y más progresista. Los restos funestos del franquismo aún se perciben. La justicia, por ejemplo, funciona por el culo en esteÊpaís. Hay jueces impresentables. Hace pocos días, uno de ellos, un auténtico desalmado, llamó ``sudaca de mierda'' y ``sudaca de los cojones'' al periodista Ernesto Ekaizer; y delincuentes probados como Mario Conde, Javier de la Rosa o Gabriel Cañellas están en la calle. Ningún pez gordo va a la cárcel. Pero, en fin, la dichosa transición también podía haber ido peor, nunca se sabe en este país de los mil demonios... Por mi parte, no añoro nada del franquismo, salvo los veranos de mi infancia, cuando me bañaba en pelotas con los amigos en las albercas, entre viñedos del campo del Panadés, en la provincia de Tarragona.
¿Conoce la literatura del exilio republicano? ¿Le gusta, por ejemplo, la poesía que Luis Cernuda escribió en México?
-Conozco la obra de Max Aub, de Ayala y de Rosa Chacel, y la de los poetas en el exilio, desde Manolo Altolaguirre hastaÊLeón Felipe, pasando por Cernuda y otros. Luis Cernuda es tal vez mi poeta preferido de la Generación del '27, por no hablar de Vicente Aleixandre, que no conoció exilio. Todo lo que Cernuda escribió en México es una herida abierta.
-Sé que trabajó muchos años en una relojería. ¿Nunca ha pensado en escribir una novela donde un relojero y el tiempo sean los protagonistas; qué opinión le merecen los relojes de pilas frente a los hechos a mano en Suiza?
-Debo aclarar que yo no fui aprendiz de relojero sino de joyero. Se trata de un error bastante frecuente en las notas biográficas. Fui aprendiz y luego oficial en un taller de joyería (lo cuento en mi primera novela, Encerrados con un solo juguete y también en la última, El embrujo de Shanghai) y aprendí, entre otras cosas, a modelar cajas de reloj de oro, es decir, el recipiente metálico donde se aloja la maquinaria del reloj; pero esa maquinaria nos llegaba ya fabricada y puesta a puntoÊpor el relojero. Lo siento; habría sido bonito divagar un poco sobre el paso del tiempo en mis manos, como usted propone en su pregunta tan sugestiva, pero la verdad es que lo único que pasaba por mis manos en aquel entonces era el oro, la plata y el platino, los brillantes y los diamantes y las perlas y los rubíes y las esmeraldas, lo que me resulta bastante impresionante cuando lo pienso, pero no recuerdo en absoluto que me impresionara de joven. En realidad, ese fulgor entre mis manos nunca lo relacioné con la belleza. Tal vez por eso hoy en día aún pienso que las joyas son un ornamento superfluo. Una cosa sí puedo aclararle en relación con su pregunta, tan interesante, y que merecía una respuesta mejor. Y es que prefiero los relojes hechos a mano que los de pilas.