La Jornada Semanal, 24 de agosto de 1997



NARRAR Y CURAR


Pablo de Santis


Los libros del neurólogo Oliver Sacks han tenido insólitas repercusiones culturales. Peter Brook puso en escena ``El hombre que confundió a su mujer con un sombrero'', Harold Pinter se inspiró en uno de sus casos para escribir Una especie de Alaska y Despertares fue llevada al cine. Presentamos el nuevo libro de Sacks, precedido de un mapa de su singular trayectoria.



En su primer libro, Despertares (Awakenings, 1973), Oliver Sacks describe su experiencia con la aplicación de L-Dopa en pacientes afectados de encefalitis letárgica, la enfermedad del sueño. La droga, una dopamina sintética que se aplicaba a los enfermos de Parkinson, despertó de su apatía a hombres y mujeres que habían dormido durante décadas y los devolvió a la realidad. No todo fue perfecto: en algunos casos la droga causó en los pacientes un grado de excitación que les provocó tics incontrolables y un estado de frenesí. Esta experiencia de Sacks en el Beth Abraham Hospital del Bronx dio origen a la película Awakenings, protagonizada por Robert de Niro, con Robin Williams en el papel de Sacks.


Ese mismo año apareció Migraine (Migraña), una obra que el autor revisó en 1985 para acercarla a lectores no especializados. Al dar cuenta del problema en toda su complejidad, Sacks diluye las falsas ilusiones de obtener una cura única y milagrosa para la jaqueca, luego de perseguir su rastro a través de la historia y del cuadro infinito de sus variantes. El libro de Sacks es el Moby Dick de la migraña. La jaqueca no es, para Sacks, sólo el dolor de cabeza, sino un haz de síntomas: náuseas, fotofobia, ceguera momentánea, laxitud muscular y un largo etcétera al que cada paciente agrega sus propios descubrimientos, entre los cuales puede estar ausente la cefalea. Así, se aleja tanto de los lugares comunes de las terapias alternativas como del ``hambre de medicamentos'' de la medicina convencional (tan bien retratado por Nanni Moretti en la cinta Caro diario). ``Para todo paciente con jaqueca hay un Largo Camino y un Corto Atajo. El Corto Atajo es un diagnóstico, una pastilla y una palmada en la espalda. Demora apenas cinco minutos y su aplicación no tiene nada de malo; el único inconveniente es que por lo general no funciona.'' Lo que propicia Sacks es la administración responsable de medicamentos, de acuerdo a la historia de cada paciente. No cae en el nuevo oscurantismo de mirar con terror toda medicina, todo progreso científico. El epílogo de Migraña es su credo profesional: ``El final de un viaje es el comienzo de otro; donde el escritor acaba, empieza el lector. He tratado de estimular, de explorar, de abrir una discusión, una puerta en un mundo tan a menudo oscuro y secreto. No tengo ni prometo respuestas: sólo interrogo.''

En su siguiente libro, A Leg to Stand On (1984), Sacks es el médico pero también el paciente, al describir una experiencia momentánea durante la cual sintió que una de sus piernas ya no le pertenecía. Este trastorno anticipa a The Man who Mistook his Wife for a Hat and other Clinical Tales (El hombre que confundió a su mujer con un sombrero), donde reúne la descripción de los más raros casos de aberraciones sensoriales.

El caso que da título al libro es el del doctor P., un profesor de música perfectamente cuerdo que de pronto comienza a padecer alucinaciones visuales. Al consultar a un oculista, éste le revela que el problema no está en los ojos sino en las zonas del cerebro correspondientes a la facultad de ver. En la primera entrevistaÊcon Sacks, el doctor P. no reconoce su zapato, describe sombrillas de colores en una foto del Sahara, y al salir del consultorio toma la cabeza de su mujer e intenta ponérsela en la suya. ``Disculpe -aclara después-, confundí a mi mujer con mi sombrero.'' Los otros casos, descritos por Sacks con un verdadero gusto por las excentricidades, no son menos extraños. El marinero que sólo puede recordar sucesos anteriores a 1943 y que cada día despierta en un mundo desconocido, pues por la tarde olvida lo que vivió en la mañana. Un hombre no puede reconocer como propia su pierna y se cae de la cama cuando intenta arrojar al suelo al objeto intruso. En el capítulo ``Fantasmas'' la historia se invierte: pacientes amputados siguen sintiendo los miembros que ya no tienen. La peor pesadilla aguarda en el caso de ``La dama desencarnada'', una joven mujer que pierde la conciencia de su propio cuerpo, la ``propiocepción''. El tactoÊde sus piernas está íntegro, pero no sabe dónde están y para caminar debe mirar dónde pone los pies, como si hubiera entrado en un mundo de realidad virtual.

En ``Los gemelos'' recuerda el caso de los hermanos John y Michael, diagnosticados como retardados y autistas, quienes cobraron fama en los años sesenta por su capacidad para hacer cálculos asombrosos: podían señalar con toda precisión el día de la semana en que cayó o caería cualquier fecha, en cuarenta mil años pasados o futuros. Cuando les preguntaban cómo hacían las cuentas, respondían: no hacemos cuentas, vemos resultados. Capaces de construir cadenas infinitas de números primos, los gemelos tenían dificultades para sumar o restar y no comprendían el concepto de división o multiplicación; su mente era un paisajeÊde números con realidad propia. Para completar el vértigo del relato, que ilustra con una cita tomada de una obra de Borges, Funes el memorioso, Sacks anota que los gemelos eran capaces de recordar con detalles cada día de su vida a partir de los cuatro años.

Sacks aborda el tema de la capacidad de narrar a través de ``Rebeca'', historia de una chica judía de 19 años, incapaz de distinguir izquierda y derecha, dar una vuelta a la manzana, abrir una puerta con llave o concebir un pensamiento abstracto. A pesar de sus dificultades, le gustaban los cuentos que le contaba su abuela y podía comprender las metáforas y los símbolos, aunque no los conceptos. Le encantaba ir a la sinagoga y entendía perfectamente las canciones y la liturgia. ¿Puede haber narración sin conceptos? ¿Pueden imaginarse el pensamiento abstracto y la generación de historias como capacidades separadas? Para Sacks, la narración es el arte de lo concreto y se parece más a la música que al pensamiento. Los relatos son el alimento de la paciente para no enfermarse de irrealidad: ``Yo soy como una especie de alfombra viva. Necesito una pauta, un dibujo como el que hay en esa alfombra. Me derrumbo, me descompongo si no hay un dibujo.''

Sacks continuó sus investigaciones sobre esta clase de disfunciones en ``Un antropólogo en Marte''.

Su siguiente libro, Seeing Voices (Veo una voz. Viaje al mundo de los sordos, 1989), comenzó como una reseña del libro When the Mind Hears, de Harlan Lane; pero el interés de Sacks por el tema desbordó el propósito inicial. En la primera parte del libro repasa la historia de la lucha de la comunidad sorda por el reconocimiento de su propio lenguaje: la Seña. En la segunda parte se ocupa de este lenguaje y del modo en que los lenguajes enseñan a ver la realidad; la Seña, a diferencia de cualquier otro idioma, es un lenguaje espacial. ``La superficie de la seña puede parecer simple, como la del gesto o la de la mímica, pero pronto se descubre que es una ilusión, y que lo que parece tan simple es sumamente complejo y consiste en innumerables pautas espaciales, encajadas unas en otras tridimensionalmente.''

En Seeing Voices la escritura de Sacks parece asaltada por una avalancha de preocupaciones anexas. Las citas al pie de página desbordan el texto y lo hacen estallar en todas direcciones. Los grandes educadores de los sordos se mezclan con Condillac, Kaspar Hauser, Platón, William James y Alexander Graham Bell. El inventor del teléfono tuvo una conflictiva relación con el tema: hijo y hermano de mujeres sordas que ocultaban su problema, se volvió partidario de enseñar a hablar a los sordos mediante señas.

En la última parte del libro, Sacks cuenta la lucha que en 1988 sostuvieron los estudiantes de la Universidad Gallaudet (institución exclusiva para sordos) con el fin de conseguir que el rector fuera un sordo. La creación de esa universidad había sido un hito en la historia de los sordos. Edward Gallaudet, su fundador, se había enfrentado a Graham Bell en la discusión entre oralistas y partidarios del lenguaje por señas. Luego, el prestigio de la Seña decayó enormemente hacia 1917 y recién fue recuperado en la década de los sesenta.

La misma mirada hacia una comunidad que comparte una deficiencia lo llevó a escribir el año pasado The Island of the Colorblind (La isla de los acrómatas); aquí narra su viaje a una isla del Pacífico, Pingelap, donde un inusitado número de habitantes sufre de ceguera de color. Al igual que en sus otros libros, el lenguaje y la organización simbólica del mundo están en el centro de su preocupación. Sacks considera a sus libros como cuadernos de viajes -ya se trate expediciones a la Tierra de la jaqueca, al Mundo de los sordos o al de las enfermedades neurológicas. Pero el viajero no se excluye de las historias que cuenta; no pretende que el cuerpo del médico esté en un mundo aparte, ajeno a las enfermedades. El autor padeció jaquecas visuales que le provocaron momentos de ceguera de color, tuvo una pierna que creía ajena, y para comunicarse con los gemelos recuerda un periodo de su infancia en el que vivió un desaforado romance con los números.

¿Es la medicina una nueva fuente de mitos? ¿Son los mitos la expresión de visiones nacidas de la locura? ¿Son las enfermedades neurológicas el origen de una mitología? Como el Hombre de las Ratas, o Schreber, o el Mnemotécnico de Luria, los pacientes de Sacks se convierten en personajes clásicos, habitantes de una literatura -a menudo una tragedia- en la que deben cumplir misiones y luchar contra el destino. Una literatura que muestra las ficciones escondidas en el corazón de lo real.

Es muy difícil ser médico y escritor al mismo tiempo. Sacks no puede evadir las paradojas que implica toda escritura. Como médico, evita concentrarse en los defectos para acentuar las capacidades. Pero a la hora de escribir, ¿cómo no apelar al costado morboso del lector? Esta ambivalencia atraviesa a El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Para resolverla, el autor intenta que la enfermedad sea la curiosidad, el monstruo y su metáfora, no el hombre que la padece.

Sacks convierte la medicina en escritura pero también confía en el poder curativo de la narración. Nos es indispensable, como a Rebeca, la figura de la alfombra para no desarmarnos. Y necesitamos lo que el señor Thompson perdió: el relato infinito que nos contamos a cada instante y que, como a Sherezade, nos mantiene vivos.

Por convenio con El País Cultural