La Jornada lunes 25 de agosto de 1997

Héctor Aguilar Camín
Una cuadra para el hampa

En la cuadra de la calle en que vivo han robado seis coches, entre ellos la camioneta de un gobernador que conversaba en la sala de mi casa a la una de la tarde, y la de un conductor de televisión que comía en mi casa con otros amigos. También, el del vecino de enfrente, a quien sorprendieron cuando metía el auto en la cochera, y uno mío, que estaba inocentemente estacionado junto a la puerta. En esa misma cuadra --no en la misma calle, sino en la misma cuadra-- han roto los vidrios al menos dos veces del coche de mi hija, que estaba de visita, y le han robado los espejos a otros tres o cuatro visitantes.

Anteayer, sábado 23 de agosto, a las dos y media de la tarde, un hombre armado puso una pistola sobre la nuca del muchacho que metía la camioneta a la cochera de mi casa, lo amenazó de muerte, le quitó las llaves, la cartera, sus papeles, su reloj, y se llevó la camioneta. Es el segundo coche que me roban en la cuadra y el cuarto que sustraen de mi patrimonio. Lamento no pertenecer a ninguna causa perseguida y no poder convertir la estadística desmesurada de mis robos en una prueba de persecución política. No puedo dejar de advertir la paradoja de que a cuadra y media de mi cuadra están las oficinas de un jerarca del Departamento del Distrito Federal que ha llenado el lugar de patrullas, agentes de tránsito motorizados y acomodadores de coches que ofrecen vigilancia y lavado. Dos cuadras más acá está el edificio que alberga algunas oficinas estratégicas del Poder Ejecutivo federal. Y unas tres callecitas después, más una pendiente, está nada menos que la residencia oficial de Los Pinos, donde despacha y vive el Presidente de la República, junto al bosque de Chapultepec, cuyos linderos están tomados por garitas y pabellones del Estado Mayor Presidencial.

No habiendo daños personales que lamentar, mi única preocupación fue levantar el acta denunciando el robo, para poder cobrar el seguro y evitar complicaciones en caso de que la camioneta recién sustraída fuese utilizada por sus captores para otros delitos. Yendo rumbo a la delegación, al cruzar la primera bocacalle, vi una patrulla estacionada. El robo les había pasado de noche, aunque había sido a unos metros y lo habían realizado los delincuentes a bordo de otras dos camionetas. Les informé lo que había sucedido y dónde. Salieron disparados a enfrentar el delito con un rumbo totalmente equivocado. Los alcancé y los llevé al sitio correcto. Luego, fui a levantar el acta.

En los robos anteriores había telefoneado al procurador del DF respectivo, pensando que eso ayudaría. Se me informó que convenía notificar el robo a su oficina, porque cuando se oía por la radio de las patrullas que algún coche era del interés de la autoridad, había más probabilidades de que apareciera, porque los delincuentes se lo regalaban al procurador como un gesto de buena voluntad. Tengo también por ahí los teléfonos donde puede hablarse a una brigada especial de robo de coches. En todas esas instancias han sido siempre gentiles y diligentes con mis robos. Tan gentiles y diligentes como ineficaces. Fueron ineficaces las intervenciones lo mismo del procurador que de los investigadores especiales, que del jefe de la policía, y de todas las demás autoridades a las que he acudido en los casos anteriores, por fuera de los trámites normales. Ninguno de los robos que denuncié se ha aclarado. Esta vez decidí limitarme a los trámites de rutina, porque lo otro me parece ya la esencia misma de la inutilidad.

A la hora que llegué a levantar el acta, como a las tres y media de la tarde, en una de las tres agencias de la delegación, llevaban nueve denuncias de robo de autos. Cuando se terminó de levantar el acta, dos horas después, habían llegado seis demandantes más. Creo recordar de Wright Mills la conseja de que convenía volver públicos los problemas privados. Añado que hay problemas privados que no hacen sino reflejar puntualmente insuficiencias públicas. El lunes anterior al robo fui a la grabación de un programa de Nexos en el que sugerí que el problema radical de la vida política de México es la contención de la violencia y de la inseguridad pública. No tuve que esperar mucho para volver a constatarlo en mi propia cuadra, que ha sido tomada por el hampa, a sólo unas calles de las oficinas donde despachan las más altas autoridades de la ciudad y de la República.