El 25 de agosto fue el cumpleaños de Alvaro Mutis. Se le organizó un homenaje, y para ello hice una lectura cuidadosa de toda su obra que me llevó varias semanas: al hacerlo volví a reflexionar sobre una vieja tradición americana inaugurada a partir del Descubrimiento, con los diarios de Colón transcritos por Las Casas. Esa tradición ha sido bautizada de muchas maneras y alguna vez se le ha dado el nombre de exotismo. Quisiera señalar algunas de sus manifestaciones, antes de detenerme en algunos aspectos de la obra de Alvaro Mutis.
La polémica del exotismo también se ha dirimido con el nombre de barbarie y civilización, y no hace mucho tiempo en América, durante el primer tercio del siglo XX, surgió una literatura, entonces muy importante, que se denominó genéricamente literatura telúrica o literatura regionalista: en ella se inscribían novelas como Raza de bronce, del boliviano Alcides Arguedas; El mundo es ancho y ajeno, del peruano Ciro Alegría, pero sobre todo La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera, y Doña Bárbara, del venezolano Rómulo Gallegos. Y se llamó regionalista porque la racionalidad o civilización podía darse sólo en ciertos espacios y ciertos climas no demasiado calientes y era imposible -o casi- en otros, por ejemplo la zona tórrida, donde los habitantes por necesidad eran bárbaros e irracionales, según viejas teorías puestas a circular en América también desde la Conquista.
Escribir ahora literatura regionalista significaría caer en el peor de los oprobios, quedarse en el submundo de los países que para ser entendidos necesitan notas al pie de página y larguísimos glosarios que identifiquen las palabras específicas usadas en su región y llamadas justamente así, regionalismos. Europa casi no tiene regiones, o si las tiene ahora se encuentran dirimiendo sus viejos problemas nacionales, llámense Macedonia o Serbia, para sólo nombrar las más tristemente célebres estos últimos años. Ni Francia ni Inglaterra ni Alemania serían una región: son simplemente países, países del Primer Mundo; los países latinoamericanos sí pueden dividirse en regiones, Colombia, por ejemplo. Y a pesar de todo algunos autores pertenecientes a ``las regiones'' pueden ganar el Premio Nobel, como Gabriel García Márquez, o el Reina Sofía y el Príncipe de Asturias, en el caso de Mutis. ¿Podría decirse que las obras de estos autores tienen algo de regional? ¿Y se referirá también a ese problema el recientemente publicado libro de Alejandro Rossi, Fábula de las regiones (Anagrama)?
Hay un espacio común que comparten José Eustasio Rivera y Alvaro Mutis dentro de ese racismo geográfico de las regiones: la selva, zona tórrida por excelencia. Cito largamente al crítico colombiano residente en Alemania, Rafael Gutiérrez Girardot, que dice en un artículo sobre La vorágine: ``...en 1823 Andrés Bello había intentado escribir una Eneida hispanoamericana (`Silva a la agricultura de la Zona Tórrida'), en la cual se elevaba a la historia de la Independencia `al espíritu de la racionalidad y de la libertad' que ella había buscado y que a la vez la había impulsado. Ese canto de Andrés Bello no sólo dejó testimonio literario de la mayoría de edad, por así decir, de esos pueblos, sino además creó la base de una literatura hispanoamericana en la que se hallaba, adaptada a la realidad del Nuevo Mundo, una de las sustancias de la literatura occidental, esto es, Virgilio. No es pues de extrañar que en el proceso de formación de la literatura hispanoamericana y después de que se practicó sin mayor brillo el proyecto americanista de Bello, Rivera penetrara en la dialéctica del locus amoenus (o paraíso) y encontrara en la selva una imagen plurívoca: la selva como locus terribilis (infierno), adecuado para la queja del desamor''.
Para Rivera la selva -``zona tórrida''- ya no es evidentemente un lugar idílico, como lo fue para Bello, pero a pesar de su carácter horrible, infernal, era vista como una especie de divinidad, un mito; es más, un mito típicamente latinoamericano. Maqroll el Gaviero sufre algunas de sus tribulaciones en esa misma selva colombiana; también él navega por sus ríos o sufre la contaminación de las fiebres palúdicas; también él se enfrenta a una humanidad residual, una humanidad de desperdicio, asilada en hospitales de ultramar; pero para él esa selva no guarda ya ningún prestigio, esa selva se ha despojado por completo de su carácter divino: ``La selva no tiene nada de misterioso, como suele creerse -le explica un militar a Maqroll-. Ese es su peligro más grande. Es ni más ni menos esto que usted ha visto. Esto que ve. Simple, rotunda, uniforme, maligna. Aquí la inteligencia se embota, el tiempo se confunde, las leyes se olvidan, la alegría se desconoce, la tristeza no cuaja''. Mutis ve a la selva como antes la viera Las Casas en los últimos capítulos del Libro II de su Historia de las Indias, donde describe las andanzas de Alonso de Hojeda y Diego de Nicuesa, ``gobernadores primeros que fueron a la Tierra Firme'', es decir, la selva colombiana