Dada su importancia, no pasaremos por alto la inundación sufrida la semana pasada en el sur-poniente de la ciudad, y los graves desequilibrios viales por más de cinco horas. Las autoridades atribuyeron tal inundación al volumen de la precipitación pluvial esa tarde, estimado en el diez por ciento anual. Algunos medios la complementaron con la reiterada costumbre de tirar basura en las coladeras. En parte es cierto, pero no son las causas fundamentales.
Las constantes y recurrentes inundaciones cada temporada de lluvias son el resultado de la incapacidad para retener al agua de lluvia en las partes altas de la ciudad. El problema es muy simple: no sabemos qué hacer con el abundante agua que nos llueve, excepto enviarla al drenaje. Cuando llueve en demasía, los drenajes se saturan y el agua tiende a expulsarse hacia la superficie; las coladeras se convierten en regaderas invertidas, inundando la ciudad y creando los desesperantes congestionamientos. La situación continuará en esta y otras zonas de la ciudad mientras tal incapacidad persista.
El percance hidráulico tuvo otro rasgo aún más preocupante. Se trata de los desbordamientos de las presas y de los antiguos cauces de los ríos del poniente, precisamente por los descensos incontrolados del agua pluvial. Al tomar su cauce natural, el agua se torna en una amenaza para todas las colonias ubicadas al lado de los ríos y de las presas, algunas ya insuficientes para detener el volumen del agua.
Un primer aviso tuvo lugar hace cinco años, en octubre de l992, con el desbordamiento de la presa Tequilasco, receptora del Río San Angel. El agua arrasó l50 vehículos y afectó 400 viviendas, la mayoría de clases medias y altas de Las Aguilas, Atlamaya y San Angel Inn.
Un segundo aviso se presentó con las inundaciones de la semana pasada. El antiguo cauce del Río San Borja --ya completamente urbanizado-- se desbordó, dañando alrededor de 200 viviendas construidas a los lados, particularmente en las colonias Golondrinas y Barrio Norte, donde el agua cobró una vida.
Afortunadamente ahora la presa Becerra, receptora del Río San Borja, no sufrió un desbordamiento, pues hubieran sido mayores las consecuencias.
Estos avisos obligan a colocar sobre la mesa cartas más enérgicas y previsoras sobre las verdaderas causas de las inundaciones y el posible desbordamiento de más ríos. Se debe detener parte del agua pluvial en las partes altas construyendo nuevas presas, pues las actuales fueron calculadas para los aportes de hace 30 años. El gobierno del DF y la Comisión Nacional del Agua deben apoyar la edificación experimental de sistemas domésticos de almacenamiento de agua de lluvia. Cada litro de agua retenido y almacenado es un litro menos al drenaje, un litro menos que dejamos de extraer del subsuelo y un litro menos que dejamos de traer de regiones lejanas, como Cutzamala y Temascaltepec.
Es bien conocido que el avance de la mancha urbana reduce la infiltración del agua, canalizándola al drenaje y reduciendo la capacidad de almacenamiento en las presas, por la tierra y la basura que arrastra. Por eso se hace indispensable controlar con mayor rigor las urbanizaciones del poniente aledañas al cauce de los ríos, sin importar su condición social. En la actualidad, las zonas de mayores riesgos son las cercanas a los ríos Tacubaya y Becerra, cuyas presas recibirán cada vez más un mayor volumen de agua provenientes de los nuevos desarrollos inmobiliarios de Santa Fe. Son visibles las descargas directas de estos fraccionamientos hacia la barranca de Jalalpa, tributaria del contaminado Río Becerra. Existen otras zonas en peligro.
Con los elegantes fraccionamientos de Cuajimalpa y Huixquilucan construidos al lado de la carretera de La Venta a Chamapa, las zonas bajas de Naucalpan recibirán por los ríos Hondo y San Joaquín mayores volúmenes de agua negra y pluvial. De esa manera, en muy pocos años la presa de Tecamachalco se convertirá en un foco de alerta. Todos estos fraccionamientos y oficinas corporativas para sectores de elevados ingresos, construidos en las partes altas, cuentan con recursos suficientes para construir las plantas de tratamiento y reutilización de sus aguas. Eso los convertiría en buenos y solidarios contribuyentes para evitar futuros desequilibrios hidráulicos.
La ciudad no debe seguir siendo receptora de las aguas negras de las nuevas modernidades urbanísticas edificadas en las partes altas. No sólo se estarían agravando las inundaciones, sino se correría el riesgo de avanzar hacia una posible catástrofe hidráulica por la incapacidad de los drenajes para desalojar el agua de la cuenca.
Tampoco podemos justificar las inundaciones por el volumen del agua que nos llueve, sin hacer nada por almacenarla. Eso colocaría el futuro de la ciudad a merced de la naturaleza, cuyos comportamientos son impredecibles. No esperemos una catástrofe para empezar a actuar. La decisión la tienen hoy las nuevas Cámaras legislativas y el próximo gobierno del Distrito Federal.