La Jornada jueves 28 de agosto de 1997

Rodolfo F. Peña
El nombre de la cosa

Desde ayer, y después de un parto democrático extrañamente dificultoso, el Congreso del Trabajo (CT) tiene un nuevo líder, quien ocupará el cargo, tal vez, sólo durante los próximos 12 meses. ¿Qué hará este buen señor en la jefatura nacional de lo que se conoce como movimiento obrero organizado? Pues muy sencillo: mutatis mutandis, hará lo mismo que sus predecesores, que son ya muchos con el correr de los años y que por lo menos han hecho escuela. En todo caso, nada que les interese vitalmente a los trabajadores, excepto si también suscribe algún pacto de mayores sacrificios.

A menos que, antes de concluir su gestión, desaparezca el barco, y el capitán con él. Porque lo cierto es que el CT está siendo rudamente sacudido, y esto no es lo más conveniente para una maquinaria oxidada. Algunos de esos sacudimientos quisieran ser profilácticos, como los del senador Juan S. Millán, para quien es ingenuo suponer que con los esquemas sindicales actuales (que son los de la era fideliana) es posible enfrentar un mundo comercialmente globalizado y fuertemente competitivo, lo que es verdad y apunta hacia la modernización del sindicalismo. Lástima que no desarrolle la argumentación en el sentido de qué hacer con el CT. Quizá esto significa que no hay nada que hacer.

El dirigente cetemista Leonardo Rodríguez Alcaine (y dispensémoslo de sus apodos, que bastantes problemas tiene ya con los electricistas y sus decires) ha ido más lejos, aunque sólo sea porque lanza declaraciones como ráfagas. Entre otras cosas, dijo recientemente que la CTM y el CT, ``desde hace mucho tiempo'', analizan la posibilidad de crear una central única dentro de algunos años, cuando llegue el momento (lo cual contrasta con las percepciones del senador Millán y su idea de la pulverización inminente o consumada del sindicalismo) y para ello ambos organismos estarían dispuestos a ceder sus siglas (y sus nombres completos, y sus bienes patrimoniales, se entiende). Si ese proyecto no ha sido expuesto a las organizaciones paralelas al CT, agregó, es porque ``primero lo tendría que platicar con mi comité nacional y después con los responsables del CT'' ¿Entonces con quién lo ha platicado, pues?

Parecería sólo una ocurrencia personal del destacado dirigente. Pero en el mismo encuentro que recogió las críticas del senador Millán, el propio Valdés Romo se refirió a la Central Unica de Trabajadores como un proyecto a largo plazo del comité ejecutivo nacional cetemista, de modo que puede decirse que la idea flota en el aire, y hasta puede que haya descendido a los gabinetes de trabajo o como se llamen los laboratorios donde cetemistas y congresistas hacen análisis, diagnóstico y proyección.

Según el verboso dirigente cetemista, el CT ha sido siempre el vehículo más adecuado para la unificación de los trabajadores en una central única: ``si no lo hemos logrado es porque nos hemos dormido''. Así que el problema ha sido el sueño, un largo sueño de 31 años. El verdadero sueño, en el sentido de ensueño, consistía en convertir al CT en un organismo deliberante, impulsor de la reestructuración democrática de los sindicatos y de todas las organizaciones que lo integran, generador de una representatividad auténtica. Pero la CTM, políticamente el más importante de sus miembros, estaba muy despierta y muy dispuesta a impedir a toda costa, año tras año y día tras día, la realización de cualquier sueño democratizador.

Y ahora parece que es demasiado tarde para ambos organismos. Los trabajadores se enfrentan a serios problemas de autenticidad organizativa, de representación real, y naturalmente no basta con un cambio de nombre. Seguramente recuerdan las obsesiones de Gertrude Stein: una rosa es una rosa, y saben bien que la CTM, con otro nombre, la misma cosa sería.