A Manuel Rodríguez, Manolete, herencia cordobesa, coplas de muerte le cantan y suenan y el nombre duele. Mucho ha llovido -50 años- desde que muriera y aún queda el recuerdo de lo que fue. Con el vuelo de su capote, revuelo de la serranía, aparecía la imagen del torero que iba marcando los tiempos de la muerte en el toreo. Una queja extraña en el aire, por ese toreo que no estaba en las muñecas del diestro y nadie sabía dónde se encontraba.
Glorieta tejida de melancolía torera. El cuerpo del torero estaba muerto antes de morirse en el trasluz de la forma del pase natural. Fuera de sí, su yo ya no existía, y en la verónica y la estocada a volapié venía la muerte atrapada por el torero que estaba muerto antes de morirse. Espirales infinitas de estar y no estar, por el aire corneado respiraba Manuel Rodríguez, Manolete, cada tarde de corrida.
El califa cordobés moría en el paseíllo previo a la fiesta torera, torva tragedia de lo inefable desplazada a las cornadas de modulada tortura. La muerte dormida por el torero que estaba muerto en los pitones de los toros. Muerte a la que enloquecía difiriéndola con base en pases naturales imposibles, de raíz amarga, que lleva prendidos en la muleta vieja que se volvía negra.
Nervio de vida entregada a la muerte que lo hizo diferente al resto de los toreros. Manolete le daba al toreo el cante de la muerte, porque al torear ya estaba muerto sin un quejido, solo vibra en las manos toreras. Toro a toro, verónica a verónica, natural a natural, volapié a volapié, Manolete se moría siempre, porque al despertar ya estaba muerto, es decir, fuera de madre, fuera de él, sin yo, y encontró en el toreo su ideal: al que fue llamado.
Manolete en las toreadas se hallaba en el espacio preciso. En un lugar en que estaba y no estaba. Nunca fue clara la impresión del torero cordobés sobre el ruedo. Sólo en la mente de los que lo contemplamos, que queríamos asirnos de los pases para no sentir que el torero estaba muerto, de pensar de que le sobraba poderío. La quietud del torero y su rostro imperturbable hablaba de su muerte alrededor del toro.
La tolvanera del tiempo aún no ha borrado la vida-muerte de Manolete; el Quijote del toreo que peleó con los molinos de viento de los malhadados miuras. Con naturales de envite a pesar de estar muerto, esta vivo, este paradójico monstruo cordobés, que jugó, juega al pasado, el presente; sus cartas dobló y espera... y gracias a esa espera, trascendió el mundo de los toros y toreros, el Quijote español del siglo XX que quieto y erguido, juncal y místico, espera a la muerte estando muerto.