Guillermo Almeyra
El trabajo ``flexible'' y los dirigentes ``flexibles''

En todas partes el ``pensamiento único'' neoliberal quiere imponer la desregulación del trabajo, el trabajo ``flexible'', o sea, la eliminación de las leyes de protección y de las conquistas logradas en este siglo. El recurso amplio al trabajo infantil, al trabajo de las mujeres de noche o en tareas pesadas e insalubres, la reducción o supresión de las vacaciones y de la indemnización por despido, el alargamiento de la jornada de trabajo legal suprimiendo el pago extra de las horas extraordinarias, el trabajo ˆ la carte, con horarios reducidos a disposición del patrón, las agencias de colocaciones, la proliferación del subcontratismo con horarios a tiempo parcial, con menores salarios, sin derechos sociales, son algunas de las medidas que se están tratando de aplicar incluso en los sectores más desprotegidos de los países más industrializados.

Frente a estos intentos, dos son las reacciones: la de los dirigentes sindicales combativos que, a la vez, buscan la independencia del Estado y la democratización de sus propias organizaciones, con luchas que elevan la conciencia solidaria y colectiva y se basan en la movilización de sus afiliados y de la población o, por el contrario, la de los dirigentes ``flexibles'' que consideran que la ``flexibilidad'' laboral, como la política del capital financiero, es el único marco posible. Ejemplo de los primeros son quienes, como el teamster Carey, dirigieron la huelga victoriosa de UPS en Estados Unidos para que se modificasen las condiciones y la intensidad del trabajo, se asumiesen trabajadores precarios, se aumentasen los salarios de modo de redistribuir parte de las ganancias empresariales derivadas de la mayor productividad y de la mundialización. O, también, los militantes sindicales que en Italia rechazan los cortes a las jubilaciones (que son salarios diferidos), las diferencias salariales zonales por el mismo trabajo, los trabajos por horas y la adecuación de los trabajadores a las necesidades y a la competitividad empresarial, o sea, la llamada ``compatibilidad''.

Ejemplos de la segunda posición, en cambio, abundan por doquier: Los dirigentes menemistas de la Confederación General del Trabajo argentina están dispuestos a ceder en los horarios y condiciones de trabajo, pero resisten en lo tocante al control de la Previdencia y Asistencia sindical que les permite manejar millones de dólares. O los líderes del italiano Partido Democrático de Izquierda, por ejemplo, están contra la reducción de la jornada semanal a 35 horas, e incluso teorizan las diferencias salariales regionales y la inevitabilidad, según ellos, del trabajo infantil, pues dicen que si existen leyes que lo prohíben, dicho trabajo pasa a ser clandestino y se efectúa en condiciones peores, y si se prohíbe el trabajo por hora éste será igualmente una realidad pero no se podrá afiliar a las trabajadoras clandestinas que lo realizan. Con el criterio de que más vale trabajar legalmente aunque con condiciones, trato y remuneración esclavistas, ellos podrían llegar a tolerar mañana la esclavitud lisa y llana, con el argumento de que millones de esclavos por lo menos podrían comer...

La lógica es simple y se explica con este silogismo: la mundialización es irreversible (correcto); por consiguiente, todo lo que trate de condicionar la política que resulta de ella, es utópico y antieconómico (falso); por lo tanto, habría que aceptar el marco neoliberal y limitarse a exhortaciones morales (como la exigencia de cláusulas ``democráticas'' o ``sociales'') que nadie trata de aplicar.

Hay, pues, dos sindicatos: el de la oposición a las políticas del capital defiende los intereses de los trabajadores como productores de riqueza, como consumidores y como ciudadanos (derechos democráticos, antirracismo, igualdad para los inmigrantes, etcétera); el de los ``realistas'', por el contrario, baila con la música que toca el capital financiero internacional y subordina los trabajadores a la productividad y la ganancia. Por supuesto, se vacía y todas las luchas serias se hacen por sobre él o contra él. El problema central del sindicalismo consiste en unir la democratización sindical con la organización democrática de ese trabajador colectivo social (desocupados, amas de casa, jubilados, etcétera) para defender y obtener conquistas (reducción de la jornada laboral para dar más puestos de trabajo), recuperando para la sociedad una parte importante de la riqueza excedente que resulta de los cambios tecnológicos. En otras palabras, consiste en gobernar la mundialización para que sirva a las mayorías y a la civilización.