Carlos Bonfil
Los ladrones

A casi un año de haberse presentado el primer Festival de Cine Francés en México y Acapulco, se proyecta al fin en cartelera la que sin duda fue la mejor cinta del evento: Los ladrones (Les voleurs), de André Téchiné. Bernie, de Albert Dupontel, otra cinta interesante del festival, ya ha sido proyectada en la Cineteca Nacional. Quedan pendientes: Un héroe muy discreto, de Jacques Audiard; Capitán Conan, de Bertrand Tavernier, y Un aire de familia, de Cedric Klapisch, entre lo más rescatable de aquella muestra. Otras cintas francesas que sería un acierto presentar comercialmente en México son: la estupenda comedia Chacun cherche son chat, también de Klapisch; Encore, de Pascal Bonitzer; Tres vidas y una sola muerte, de Raoul Ruiz; Nenette y Bonnie, de Claire Denis, y Comment je me suis disputé (ma vie sexuelle), de Arnaud Desplechin.

Por lo pronto, y en espera de que finalmente se le dé al cine reciente de André Téchiné una distribución adecuada y podamos conocer cintas como J'embrasse pas (Yo no beso) o Les roseaux sauvages (Los juncos silvestres), habrá que señalar el paso por nuestra cartelera de Los ladrones, estupenda relectura del cine negro, presentada de manera fragmentada, con un prólogo, cinco capítulos y un epílogo, con episodios que son vasos comunicantes y desplazamientos temporales que esclarecen situaciones y plantean enigmas nuevos. Una estructura de precisión apabullante. Los propios personajes narran la trama policiaca o el papel (ingrato) que juegan en ella. Cuatro voces que son cuatro puntos de vista. La voz de un niño, la de una joven ladrona, la de su amante policía y la de una maestra enamorada de aquélla.

Un traficante de autos ha muerto durante un robo. Alex (Daniel Auteuil), el policía encargado de resolver el caso, es su hermano; Juliette (Laurence Cote), antigua amante del ladrón y sospechosa de participación en el robo, es hoy amante suya; Marie (Catherine Deneuve), profesora de filosofía, ama a Juliette, quien a vez se deja sodomizar por el policía Alex en hoteles de paso. A la trama policiaca se yuxtapone un discurso de la pasión amorosa y de su negativo fotográfico: el escepticismo afectivo que se resuelve en el coito fugaz. ``¿No estás harta de que nos veamos como ladrones? (Alex a Juliette)''

Al tráfico de autos, pretexto de la trama policiaca, Téchiné añade los dilemas de la pasión amorosa presentados como elementos de una transacción casi comercial -un tráfico sentimental oscuro, clandestino. Alex y Marie, rivales, deciden una tregua cuando Juliette, el objeto de deseo, parece estar en peligro; Juliette seduce y busca dominar al policía, quien jamás pierde de vista el objetivo de su búsqueda: ``Ningún crimen debe permanecer impune. Es una cuestión de principios''. Hay una confrontación entre el bien y el mal, y un principio de reconciliación en la pasión amorosa. Empero, el esquema es frágil y el desenlace sólo puede ser trágico.

En Los ladrones, Téchiné logra una obra de madurez, de perfección estilística, que muestra vínculos temáticos con cintas anteriores suyas de pareja importancia: Los inocentes y El lugar del crimen. Catherine Deneuve, actriz predilecta del cineasta, accede sin dificultades a la desglamurización total de su personaje y se presenta, sin artificios, a la luz cruda que exige su interpretación de profesora madura enamorada de una joven delincuente. En una escena estupenda, Marie-Deneuve habla con un joven ratero de origen árabe acerca de Freud y el valor simbólico del dinero, a bordo de un auto, en un recorrido nocturno por Lyon; en otra escena, Marie se abandona a la confidencia sentimental en una tina de baño y susurra a Juliette: ``Todo lo que buscaba en los hombres lo encontré en ti''. Como oposición a este personaje enamorado, Téchiné presenta a un Alex cínico, maniático en su higiene personal (tres duchas diarias, cinco cuando hace el amor) y en el rigor con que intenta cumplir su deber. Un hombre escéptico, de sexualidad brutal y melancólica. Laurence Cote aparece formidable en su personaje andrógino de ladrona ansiosa de sometimiento a la autoridad patriarcal (hermano, amante) como vía para un ingreso definitivo a la vida ordinaria (trabajo en una librería). El robo, la relación lésbica, la sodomización consentida, todo es trámite obligado para una futura existencia apacible, donde el recuerdo haya domesticado todo; detrás suyo queda la devastación afectiva. Dice Marie: ``En la vida uno no renuncia jamás a nada, sólo remplazamos, y yo no quiero remplazar a Juliette''.

El primer narrador es un niño. Su mirada al mundo es prólogo y epílogo de la cinta. Téchiné concentra en este personaje -hijo del jefe de una banda de rateros- no un juicio moral ni un determinismo social, sino la actitud desapasionada de quien empieza, con precocidad, un rudo aprendizaje. Hay quienes lo comienzan tardíamente, como Marie, perfeccionista de la entrega amorosa, o confusamente como Juliette, tan proclive al suicidio y a la dispersión en el amor. En el universo de traiciones y trueques afectivos que presenta la cinta de Téchiné, la inocencia es siempre el valor más apreciado por los ladrones