Devastación, falsas promesas y malos recuerdos, el legado militar
Juan Balboa, corresponsal /II, comunidad Perla de Acapulco, municipio de Ocosingo, Chis., 30 de agosto Ť Antes de abandonar el campamento Perla de Acapulco, los militares esribieron con tinta negra, sobre la tumba de Diego Cruz Hernández, un mensaje a los habitantes de la Selva Lacandona: ``Fak you zapatistas''.
Se fueron todos, unos quinientos entre mandos y soldados rasos. Abandonaron todo, incluidas unas quince indígenas tzeltales violadas y otras que, con la promesa de matrimonio, se convirtieron en madres solteras. Los militares destruyeron
En Chiapas. Foto: Ernesto Ramírez
lo que encontraron a su paso en el tiempo que permanecieron asentados -``sin nuestro permiso''- en las parcelas de Vicente López Gómez, Antonio González Pérez y Alonso López Gómez.
Dos años y medio sin poder ``trabajar a gusto nuestras tierras''. Treinta meses de ``prohibiciones, preguntas y tanto miedo que ni el maíz creció con gusto'', expresa triste Antonio González, un hombre mayor de manos inquietas.
El escenario de las tierras que ocuparon los 500 miembros del Ejército Mexicano en este poblado de la cañada de Aguazul es desolador: potreros que parecen zonas bombardeadas por los grandes hoyos que sirvieron de trincheras; cientos de matas de café en un proceso irreversible de muerte a consecuencia de la desaparición de los árboles que les brindaban sombra; basura de lata y bolsas de nylon y, sobre todo, la deforestación de cerros que proporcionaron la madera para construir sus viviendas.
Son, en síntesis, 20 hectáreas propiedad de Vicente, Antonio y Alonso las que fueron afectadas por la presencia del Ejército mexicano, ``que entró sin pedir permiso y salió sin agradecer''. Son 10 mil árboles de café borbón y cientos de árboles de naranja, mango, plátano, piña, caña, calabaza y elote que desaparecieron de la noche a la mañana en manos de los soldados.
Los tres propietarios de las parcelas insisten a los periodistas en comprobar los destrozos, ``para que vean lo que hicieron''. Sus rostros sólo reflejan tristeza. Don Antonio resume así lo que insiste en llamar ``mala suerte'':
En mi terreno -explica- hicieron su campamento los soldados. Ahí tenían su campo de futbol y otro de basquetbol. No nos dejaban entrar para pasar a nuestra milpa. ``A dónde van, decían, y siempre teníamos problemas''.
A lo largo de las comunidades que se encuentran en el río Tulijá, en las tierras lacandonas y en las principales cañadas de Ocosingo, han aparecido en los últimos días letreros que prohiben la entrada o permanencia del Ejército mexicano. En casi 70 kilómetros de terracería, el viajero se topa cotidianamente con estos avisos.
En la comunidad de San Felipe Tulijá se lee por ejemplo: ``Drogas Soldados No. Maíz Frijol Café Paz Sí''. O en Tumbo: ``Sociedad Civil. Zona Neutral''. En todo el camino, los letreros se repiten, muchos de ellos también se refieren a la prohibición al tráfico, consumo o comercialización de drogas, la leyenda del EZLN que también se encuentra en la zona de los Altos y norte de Chiapas.
En el recorrido por Tulijá, la comunidad lacandona y la cañada de Aguazul, el ambiente es tenso y la mayoría de sus habitantes desconfían de propios y extraños. En los poblados ubicados en la cañada, la tensión es aún mayor y la desconfianza aumenta ante la presencia de los militares.
Los indígenas tzeltales de Perla de Acapulco -formada por 135 padres de familia de la organización Aric-Independiente y 40 priístas- son temerosos para hablar con los periodistas sobre los problemas que tuvieron durante treinta meses con los militares, mucho menos aceptaban ser fotografiados.
En una reunión con la mayoría de los hombres del pueblo, el comisario ejidal, Domingo Pérez López, logró convencerlos de que trabajamos para un periódico y no veníamos de parte del gobierno o del Ejército mexicano.
Después, una cascada de lamentos, denuncias y exigencias se dejaron escuchar:
``Cuando llegaron los militares nos dijeron que no deberíamos tener miedo, que su presencia era buena para el pueblo. Se quedaron sin pedir opinión a las asambleas y sin permiso de los propietarios de los predios. Después, como vimos que estaban haciendo mal porque amenazaban a la gente y violaban a las mujeres, les dijimos que se fueran más lejos o a las parcelas de los priístas.
``En 1994 los priístas se refugiaron en Ocosingo, y hasta que entraron los soldados se regresaron. Entonces nosotros les dijimos que le pidieran tierra a los del PRI, pero no hicieron caso y tomaron tierras de tres compañeros.
``Siempre los militares se emborrachaban y hacían disparos. También exigían a los jóvenes sembrar mariguana. La gente siempre se negó porque es malo, pero ellos sí lo hacían, encontramos plantíos en el campamento. Una de las matas estaba donde dormía el teniente coronel, medía metro y medio de altura'', explican varios de los indígenas que participaron en una entrevista colectiva.
``Ya que destruyó las tres parcelas y violó a muchas mujeres, algunas quedaron con hijos, no queremos que regrese el Ejército porque hizo mucho daño''.
Aseguran que 40 padres de familia priístas enviaron un escrito a la Secretaría de la Defensa Nacional para que ``regresen los soldados''. Cómo no van a pedir, salta de entre el grupo un hombre de piel morena y complexión robusta, ``si ya se olvidaron de trabajar la tierra, porque todos ellos vendían comida al Ejército y entregaban a su hijas al teniente coronel''.