Angeles González Gamio
El arte de la ilusión

En varias ocasiones hemos hablado del amor por el teatro que existe en nuestro país desde la época prehispánica. Ahora tenemos una muestra viva de ello en la exposición que se exhibe en el Palacio de Bellas Artes: Joyas del vestuario teatral mexicano: el arte de la ilusión. Conformada con piezas de la Colección Casa Bravo, en fascinantes ``cuadros'' nos permite apreciar fastuosas vestimentas que usaron las grandes divas y artistas de diferentes géneros a lo largo de un siglo.

El origen de la colección fue el negocio que en 1877 creó don Samuel Bravo Reyes, especializado en pirotecnia: artificios de luces, chisperos, bengalas, efectos especiales --trampas, voladoras, escotillones macabros-- que él mismo inventaba para las comedias de magia, que eran muy populares. Después adquirió el vestuario y atrezo del Teatro Nacional y poco a poco el de compañías españolas, italianas o francesas que frecuentaban nuestro país en el siglo XIX.

Todo esto le abrió las puertas de los mejores teatros de la época: Abreu, Colón, Hidalgo y Renacimiento. También comenzó a atender encargos particulares y oficiales: desfiles patrióticos, bailes de máscaras, fines de cursos, etcétera. Uno de sus más celebrados fue la confección de ropaje, armería, trofeos y decorados para el Desfile Histórico que organizó Porfirio Díaz en el marco de las célebres fiestas del Centenario de la Independencia.

Ante tanta demanda, don Samuel estableció un taller de vestuario que estaba a cargo de su hija Manuela, e incluía diseño, costura, bordado y ``fierreros'' para confeccionar y mantener el atrezo metálico. Esto sucedía en una casona decimonónica en el callejón de Las Damas (hoy de Dolores), misma que todavía existe custodiando parte del histórico vestuario, en espera de una buena restauración que la convierta en el Museo del Teatro.

El valor especial de la colección consiste en que, a su vez, está integrada por siete colecciones que incluyen ropa (2 mil 500 trajes), joyería, armas, atrezo (útiles escénicos como copas, instrumentos de tortura, frasquitos para veneno, etcétera), telones, fotografías, figurines y bocetos escenográficos, partituras y documentación teatral; es decir, todo lo que usted quería saber sobre el tema.

En Bellas Artes se puede dar una probadita, admirando la reproducción del taller de doña Manuela, fotos de los grandes artistas del pasado, entre las que destacan las divas como María Teresa Montoya, la Tetrazzini, Angela Peralta y las sicalípticas (encueratrices) que enloquecieron a los abuelos y hoy nos parecen rechonchas matronas.

Hay interesante documentación y, lo mejor de todo, los maniquíes vestidos con suntuosos trajes y vistosa joyería, como el que usó la afamada María Guerrero en su representación de la reina Juana la loca, de seda blanca rebordada de perlas, ópalos y diamantes, galón de plata, canutillo, chaquira y lentejuela, y en la cabeza soberbia corona adornada de brillantes.

Este tesoro ha salido a la luz por el amor y perseverancia de José Antonio Guzmán Bravo, sobrino de doña Manuela, quien por años se ha dedicado a ordenar, clasificar y restaurar ese mundo de valiosos objetos, que permiten reconstruir la vida teatral de nuestro país por más de un siglo.

Y hablando de teatro, en el Centro Histórico sobreviven algunos de los que fueron sede de los mejores espectáculos de la primera mitad de nuestra centuria, como el Esperanza Iris --ahora llamado Teatro de la Ciudad--, el Lírico y el propio Bellas Artes, en donde después de cada función el hermoso restaurante que opera el gentil Luis Bello Morín se llena de los concurrentes asiduos, que ya saben del excelente servicio y las sabrosuras que se pueden degustar. Por citar sólo algunas: pastas exquisitas, buenas ensaladas, salmón y emparedados en sabroso pan con semillas. Aquí preparan el mejor Manhatan de la ciudad, ese cocktail de los años 40 que hicieron famoso las divas de las películas hollywoodenses.

Aprovechamos para comentar que la Librería Pórtico --especializada en la ciudad de México-- acaba de reinaugurar linda sucursal en el impresionante Pasaje del Metro Zócalo-Pino Suárez, único en América por sus 32 librerías y más de 100 editoriales. La entrada al Pórtico es por la estación Pino Suárez, justo en la bella Plaza de San Miguel, sombreada por el verdor exuberante de platanitos, jacarandas y uno que otro liquidámbar.