MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
La señal de Caín
A Marcos
Cada vez salimos menos. Se ha vuelto tan difícil y complicado que desde antes de subirme al coche ya estoy rendida.
Es lógico. Primero dedico mucho tiempo a explicarle a mi suegra a dónde iremos Fernando y yo y por qué no la llevamos. Luego tengo que contentarla y prometerle un regalito. Lo más difícil es hacerla entender que regresaremos, que no se preocupe, no pensamos abandonarla. Esa idea la obsesiona y la aterroriza, quizá porque cuando era chica y se portaba mal su abuela le decía: ``Como eres una niña muy traviesa, me iré lejos, adonde nunca puedas encontrarme''.
Cuando mi esposo y yo vamos a hacer alguna visita, los niños nunca quieren acompañarnos porque se aburren y prefieren quedarse en la casa viendo películas de acción. Pero no me iría tranquila si no les recordara que no deben salirse a la calle, que no le abran la puerta a nadie, que no se acerquen a la estufa y no agarren los enchufes ni prendan la tele si tienen las manos mojadas. Ellos se burlan de mí porque cada vez que salgo les repito lo mismo, pero si no lo hago me voy preocupada. Eso también me toma mucho tiempo, y no se diga la cantidad de minutos que invierto en revisar la azotea, ponerles candado a la puerta del patio y a todas las ventanas. Luego conecto la alarma y les advierto a mis hijos que si la activan por juego se quedarán sin películas todo el fin de semana.
Hacer todas estas cosas me deja muerta de cansancio, y lo menos que espero es que la salida valga la pena. Por lo general así es, pero a veces me falla y entonces, además de cargar con mi frustración, tengo que oír las quejas de Fernando: ``Te dije que mejor nos quedáramos. No quisiste, y por darte gusto acepté acompañarte. Gastamos tiempo, dinero, gasolina, y todo ¿para qué?
Yo hago como si no oyera. Me pongo a ver por la ventanilla y me entretengo observando a la gente. A Fernando le da mucho coraje que no le preste atención y en venganza despliega sus tácticas terroristas: ``Mi madre es una anciana. Si se mete un ratero en la casa, ¿crees que podrá defenderse o proteger a los niños? Francamente, me parece una estupidez correr ese riesgo sólo para salir a aburrirnos''.
Si en esos regresos fatídicos a la casa nos pesca un embotellamiento, me va mucho peor: Fernando me recuerda que por su trabajo -distribuye equipos de sonido- recorre a diario kilómetros y kilómetros, que está harto de la manejada y si algo quiere los fines de semana es descansar.
Desde el jueves, Fernando me echa en cara que hayamos perdido la tarde en ir a visitar a mi prima Julia -tuvo su primer bebé y quise llevarle un regalito- y sobre todo que nos hayamos expuesto a sufrir la más terrible humillación. Yo, ¿cómo iba a saber lo que nos sucedería? Hemos ido mil veces a la casa de Julia y nunca tuvimos problemas, jamás nos han robado ni siquiera los espejitos del coche. De veras, se necesitaría ser maga para adivinar que esa tarde íbamos a meternos en una bronca espantosa, y no por culpa de los ladrones que asaltan en Santa María, sino de los cuerpos de seguridad que dizque los andan combatiendo.
Si alguien me contara lo que Fernando y yo vivimos el jueves en la tarde pensaría que miente o exagera. Hay cosas que son de no creerse. Cuando vi que los policías aparecieron en la calle, jamás pensé que iban derechito a nosotros para agarrarnos. ``¿Qué pasa, qué quieren?'', grito Fernando. Nadie le contestó. El uniformado nos empujó hasta un camión al que nos subieron con otros a los que habían detenido en sus casas, en las puertas de los comercios o en plena calle.
Con todo y que estaba asustadísima de ver lo que nos sucedía, se me partió el corazón cuando un muchacho al que arrastraban por los cabellos gritó: ``Suélteme. Puedo identificarme. Traigo mi credencial de estudiante''. En vez de hacerle caso, el policía que lo jalaba le dio un guantón en el pecho, le mentó la madre y lo amenazó.
Fue algo horrible. Unas lloraban, otros pedían explicaciones: ``¿Con qué derecho nos detienen? Enséñenos la orden''. Mi esposo gritó que iba a levantar un acta. Los oficiales nada más soltaron una risita. ``Déjalos -le aconsejé a mi marido-, no los provoques. Mejor espérate a que lleguemos a la delegación y allí hacemos la denuncia formal''.
En ese momento vi a Joel, marido de Julia, que en cuanto oyó el relajo salió a la calle. No lo dejaron hablar con nosotros. Le pedí a un policía que al menos me permitiera entregarle mi bolsa a Joel. Llevaba la medalla que le compré al bebé de Julia y temí que alguno de los agentes fuera a quitármela.
El tipo interpretó mis palabras como si yo quisiera esconder algo y me arrebató mis cosas. ``Luego que se haga la investigación se la devolverán'', dijo cuando mi marido protestó. Fernando no sabe quedarse callado y preguntó: ``Investigaciones ¿de qué? Nosotros somos personas decentes y no tienen ningún derecho a hacernos esto''. Otros dijeron lo mismo, hubo muchas protestas. El policía como que recapacitó, me devolvió mi bolsa y dijo algo que después comprendí: ``Recomiéndele a su esposo que se calme porque si no luego pude irle peor''. ¿Qué me quedaba? Obedecí. Los policías iban armados y nosotros no. Se lo dije a Fernando, le rogué que se tranquilizará: ``Hazlo por tus hijos''.
Cuando recordé a los niños le di gracias a Dios de que estuvieran en la casa y no allí, donde seguramente también los habrían detenido y maltratado como al estudiante. En tal caso, ya me imagino lo que hubiéramos hecho. Conozco a Fernando, es una persona prudente; pero cuando alguien toca a alguno de su familia se vuelve loco de furia y allí sí que nadie puede controlarlo, ni yo.
Teníamos como media hora en la delegación cuando me dijeron que podía irme; en cambio a Fernando le hicieron muchas preguntas y lo trataron muy mal. Todo por la cicatriz que le cruza la frente y le agarra la ceja derecha. Se la hizo un tipo que lo golpeó para quitarle el reloj.
A veces, sobre todo en el tiempo de lluvias, el costurón le duele. Por eso le he dicho que veamos si se lo pueden borrar. Un médico nos respondió que sería cosa de hacerle una operacioncita. Fernando no aceptó -le tiene miedo a la anestesia- pero creo que voy a insistirle después de lo que nos sucedió el jueves. Me espanto sólo de pensar que podrían detenerlo en otro operativo nomás porque tiene una cicatriz que le hizo un ladrón. ¿Donde andará el desgraciado? Libre, tranquilo, seguro de que nadie lo molestará. En cambio, por su culpa, a Fernando a lo mejor se lo llevan cada vez que anden en busca de un malhechor que tenga, como seña particular, una marca en la frente. Después de lo que vivimos el jueves siento que todo puede suceder, que estamos amenazados: en la casa por los ladrones, en la calle por los policías.