La Jornada Semanal, 31 de agosto de 1997
En estas páginas, el autor de El mito del tlacuache se ocupa de uno de los usos más extraños de la cultura moderna (las presentaciones de libros) y analiza la obra de Federico Navarrete sobre la vida cotidiana de los mayas.
Antes, antes no solía haber presentaciones de libros. Si yo me reconociera viejo, diría que ``en mis tiempos'' no se estilaban estas presentaciones; pero prefiero dejar las cosas en un impreciso antes. Recuerdo que en una ocasión acompañé a mi querido maestro Eli de Gortari a la presentación de uno de sus textos sobre lógica. Eli estaba desconcertado. ``¿Qué se dice en estos casos?'', me preguntó. Yo, sin mucha imaginación, le contesté: ``Agradece su presencia a los presentadores y ya.'' En cambio hoy, con el paso del tiempo, los papeles de unos y otros -presentadores, autores, moderadores y público-, se han ido delineando hasta prefigurar algo que pudiera considerarse un género específico del discurso. El género se prefigura, repito, y por tanto se encuentra en el rico proceso de gestación, libre aún de la rigidez normativa. Sin embargo, es necesario ir proponiendo ya alguna de sus características.
Empecemos por la función de los presentadores. Considero que no es lo más conveniente que asumamos el papel de jueces benevolentes que damos nuestro espaldarazo a la obra presentada. Es más útil que funjamos como peones de brega que, tras los capotazos de una primera lectura, colocan al toro en suerte permitiendo al matador advertir las peculiaridades y las tendencias del astado. Si los peones de brega somos nosotros los presentadores, el toro lo será el libro presentado, y el matador los integrantes del público, a quienes ya consideramos lectores potenciales de la obra. La suerte es, en consecuencia, la lectura.
En este caso, el lector potencial se encuentra frente a un libro de difusión, La vida cotidiana en tiempos de los mayas de Federico Navarrete Linares. Advirtámosle, en consecuencia, cuáles son algunas de las cualidades que ha de reunir un buen libro de este tipo y en qué medida este libro se ajusta a los cánones.
Siempre he creído que es deseable que un libro de difusión científica muestre una corta distancia entre la producción especializada -o sea la propuesta hecha a una comunidad selecta de colegas- y su destinación a un público más amplio. Conforme se separan el trabajo estrictamente científico y la obra de difusión, disminuye la legitimidad del mensaje. Lo más conveniente es que los mismos científicos -informados suficientemente de las técnicas de extensión del conocimiento o auxiliados por personal competente en ello- difundan los frutos de las investigaciones que se producen en su medio académico.
Considero también que la obra de difusión debe contar con una cuidadosa elección de temas. No debe pretender, necesariamente, la presentación de panoramas generales, enciclopédicos. Es más conveniente que se integre un conjunto temático congruente y estructurado con aquellos aspectos del saber especializado que satisfagan los intereses o la curiosidad de un amplio sector social en un momento dado. En otras palabras, el autor de una obra de difusión debe ser sumamente sensible a los requerimientos de información y a los intereses colectivos de su tiempo.
Propongo aquí como otro de los requisitos fundamentales de una obra de difusión el trato respetuoso al público. El autor debe considerar que sus lectores poseen la inteligencia y la capacidad de comprensión de quienes, a pesar de no formar parte de un núcleo cerrado de especialistas, se interesan por la producción científica en un área dada del conocimiento. Aun en los casos en que la obra de difusión se destine a un público amplísimo, cuando se tiene que renunciar a las complejidades del lenguaje académico y debe ser tomado en cuenta que muchos de los lectores carecen de escolaridad avanzada, ha de mantenerse la altura digna de la expresión y el contenido. Es preciso entonces recordar a Rafael Alberti para cantar sus Coplas de Juan Panadero:
no digo como los tontos
que ``hay que hablar en tonto al pueblo''.
Lo anterior veda al autor el tono magistral de quien oficializa la verdad a los profanos. Las obras de difusión, para mantener su carácter científico, deben expresar la naturaleza misma del quehacer de la ciencia. No pretenderán ofrecer una visión definitiva y absolutamente autorizada de los asuntos expuestos. Por el contrario, es obligación del difusor dar a conocer a su público que la ciencia se caracteriza por el debate cotidiano, por la permanente duda, por el ejercicio lúdico. El difusor debe dar a conocer los problemas de interpretación, las polémicas de actualidad, la hipótesis en juego y el grado de plausibilidad de las diversas propuestas.
Desde esta perspectiva, ¿cómo se percibe el libro de Federico Navarrete? Abordemos de entrada el punto de la distancia entre la producción científica y la labor de difusión. Para ello es necesario hacer referencia a las actividades del autor en muy distintos espacios académicos. Navarrete es un historiador destacado tanto en su función docente como en la investigación. Ha demostrado sus vastos conocimientos en los cursos impartidos en la Facultad de Filosofía y Letras. Como investigador, sus obras cubren un amplio espectro, pues van del análisis filológico y la traducción puntual de textos históricos en lengua náhuatl -en su edición de las Historias de Cristóbal del Castillo, por ejemplo- a la elaboración teórica. En este último campo, Navarrete ha abordado el problema de los métodos y técnicas destinados a la lectura de los difíciles textos relativos a las migraciones de los pueblos mesoamericanos, textos en que los registros de los hechos mundanos se entretejen con las historias de los dioses, los episodios legendarios, la milagrería y los arquetipos de la tradición narrativa indígena. Para desenmarañar esta narrativa son necesarias la imaginación del teórico, la tozudez del obseso y la perspicacia del detective. Todo lo ha reunido Navarrete.
Lo anterior nos habla de sus actividades estrictamente científicas. Pero el autor ha sumado a ellas, desde tiempo atrás, sus inquietudes por la difusión en muy distintos campos y niveles, desde la literatura infantil hasta el cine histórico. Baste señalar, en el primer campo, su participación en la magnífica obra Hijos de la Primavera. Vida y palabras de los indios de América, libro para niños publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1994.
La vida cotidiana en tiempos de los mayas no puede calificarse como obra destinada al gran público. Navarrete imaginó lectores selectos, aunque no especialistas. Su experiencia le permitió obtener el nivel adecuado. El suyo es un trabajo de altura, bien informado, serio y confiable.
El título, La vida cotidiana en tiempos de los mayas, es una directa enunciación del contenido: ``Vida cotidiana'' como esa parte de la historia que cala más profundamente en el hombre, lo que hermana a los seres a través de los siglos, a través de las generaciones; ``tiempos'', en plural, tal vez para acentuar la necesidad de la unión dialéctica entre la tradición, la permanente transformación histórica, y el presente y futuro reclamados como propios, con todo derecho, por los pueblos mayas de hoy. El objetivo del libro ``es intentar comprender la cultura maya como una realidad vigente y en perpetuo cambio, tan rica y contradictoria como las personalidades de los hombres y las mujeres que la hacen vivir''. Así, con este enfoque, Navarrete responde a una apremiante necesidad social: el conocimiento histórico de uno de los componentes del México que hoy se revela como un mosaico cultural. Es el México-mosaico negado, pero que lleva medio milenio de existencia, en el cual cada una de sus teselas reivindica el inalienable derecho de forjarse un futuro a partir de las propias aspiraciones y bienes culturales. Este libro responde a las necesidades de información de un sector consciente de la realidad nacional.
La temática es variada, abundante y muy bien elegida. No haré el largo recuento. Siguiendo mis propias inclinaciones, destaco un tema que me es particularmente grato: la cosmovisión. ¿Cómo aborda Navarrete este tema? No sigue el camino trillado. No inicia la descripción del cosmos en el tiempo de la creación para desembocar en el mundo de lo creado. En cambio, invierte la presentación; esto es, empieza por el verdadero principio: el desmonte y la quema, la milpa y sus medidas, la siembra del maíz, la espera de las lluvias, la incertidumbre y la esperanza, la cosecha, el alimento, en fin, la oración kekchí en que el hombre exclama: ``¡Estoy por hacer lo que siempre hemos hecho los hombres!'' Y ya después de que el maya crea el maíz y el maíz crea al maya, aparecen los seres sobrenaturales, la voluntad de los creadores; la luz prístina del Sol; la mudanza de las lluvias interpretada como las crueles bromas de los dioses Mensabak y Kulel; la responsabilidad del dios Soob en la vigilancia del cultivo; las Pléyades, que en la visión estelar de los mayas son los crótalos luminosos de la serpiente celeste. Al fin y al cabo si en el Códice Dresde aparece un dios Chaac persiguiendo a la gran serpiente del cielo, es porque Chaac es la lluvia, y las Pléyades -aquellas estrellas que desaparecen en el horizonte y son equiparadas al cascabel del ofidio mítico- son los granos de maíz que desaparecen en la milpa al ser sembrados, enterrados por el pie del labrador.
Otro de los temas fundamentales del libro es el de la familia y el linaje, instituciones formadas como nodos de una compleja adecuación milenaria entre la cultura y la naturaleza. Navarrete da a conocer cómo, en la época prehispánica, la familia extensa nació de la necesidad de cooperación de sus miembros, tanto para cumplir las actividades domésticas y de subsistencia familiar, como para relacionarse hacia el exterior con la comunidad y con los poderes políticos y económicos. Pero advino la conquista, y con ella la incomprensión y los prejuicios. La imposición colonial destruyó aquella sabia institución indígena, ocasionando graves perjuicios a la sociedad sometida. Los evangelizadores redujeron la edad del matrimonio por supuestas razones morales; las tempranas parejas se convirtieron en tributarias antes de adquirir la madurez económica, y las débiles y jóvenes familias nucleares, desprovistas del apoyo de la familia extensa, desfallecieron al tratar de cumplir las obligaciones que una moral distante y un régimen colonial les imponían.
¡Qué familiares nos resultan hoy la intransigencia y el fanatismo de hace 500 años! Es la ceguera de quienes no pueden aceptar más verdad ni más normalidad que las propias, de quienes en el ejercicio de su intolerancia atropellan y pretenden destruir culturas que se han forjado durante milenios. La lección sigue incomprendida por los dueños del poder.
Navarrete muestra, defiende, denuncia; pero siempre alejado de la nociva realización del mundo indígena. Para ello se sitúa en el centro de la polémica, pronto a defender una nueva visión de la historia maya que aflora debido a los últimos descubrimientos arqueológicos y al desciframiento de la escritura. Los mayas de la antigüedad han dejado de ser los filósofos abstraídos en el ser del tiempo, en los secretos de los astros, en las precisiones astronómicas y matemáticas. Hoy se nos muestran como seres reales, y con ello más humanos. El autor toma partido, pero explica los fundamentos del debate y las razones de su posición.
Cuestiona el ayer y el hoy, lo ajeno y lo propio, colocando un espejo crítico frente al rostro del lector. Incrusta una observación aquí, otra allá, que directa o indirectamente llevan a reflexionar sobre nuestras propias concepciones de la vida. Por ejemplo, al contraponer las sociedades indígenas a las mestizas, nos hace ver cómo endiosamos todo cambio, per se, identificándolo a priori con el desarrollo y el bienestar:
De esta manera, Navarrete relativiza, cuestiona, reta a debate, sabe que se las ve con un lector inteligente. Y así se coloca en el terreno de las diferencias culturales, que como bien sabemos han servido de apoyo a la discriminación que justifica el dominio. El autor se enfrenta al etnocentrismo desde una posición no ideologizada. Por ello critica, entre otras, las tesis que sostienen la supuesta evolución religiosa de la humanidad y que defienden la superioridad de las religiones monoteístas sobre las politeístas:
Y continúa así el autor, atacando los lugares comunes y los prejuicios que han servido para encubrir el dominio, la discriminación y la explotación que la llamada sociedad nacional ejerce sobre las poblaciones indígenas:
En el amplio recorrido por la historia de una tradición cultural que ha asombrado al mundo, el autor llega a un punto culminante al referirse a la lucha tenaz de un pueblo que ha resistido durante 500 años de vida colonial. Habla de pobreza, desnutrición, enfermedades, marginación, traiciones, guerra, sangre, muerte... Habla de lo que leímos en la prensa el mes pasado, y anteayer, y ayer, y hoy, de lo que ya no queremos leer mañana, de lo que nos hace decir ¡ya basta!
Debo detenerme aquí, que al poner el toro en suerte no han de darse más capotazos que los indispensables. Sólo quiero acentuar que el libro de Federico Navarrete Linares proporciona las armas para combatir un enorme obstáculo en la comprensión de la realidad nacional: la ignorancia crasa de la complejidad cultural de nuestro pueblo, ignorancia que hace predicar a pretendidos sabios togados que la autonomía indígena puede conducir a la práctica de los sacrificios humanos.
La vida cotidiana en tiempos de los mayas proporciona la visión de la ciencia, la perspectiva de la dimensión histórica. El libro espera ser leído.