Javier Flores
La disputa por el control de la sexualidad

La discusión a la que hemos asistido en las últimas semanas sobre la efectividad del condón como un método para la prevención de enfermedades de transmisión sexual, es superficial pues muestra solamente una parte muy pequeña de algo que se mantiene oculto: la disputa entre distintos mecanismos para ejercer un control sobre la sexualidad de los humanos.

Lo primero que es importante advertir es que se trata no de un problema local, sino de un fenómeno de escala mundial que adquiere, desde luego, matices particulares en cada parte del planeta. En México, no se puede escapar al folclor que nos caracteriza. Por ejemplo, un arzobispo hace declaraciones que serían de risa loca si no fuera porque su intención puede influir sobre miles de creyentes, que quizá podrían tomarlo en serio. Digo que quizá, porque en algunas de sus iniciativas previas, también dirigidas a establecer controles sobre la sexualidad --como la campaña de radio y televisión para llevar la educación sexual al seno familiar-- han terminado en el olvido pues ni los medios de comunicación (en su mayoría conservadores) ni los grupos como Pro-Vida, los católicos, vamos, ni algunos sectores dentro de la propia Iglesia, vieron con buenos ojos esa iniciativa, pues en realidad creen que propiciar que se hable de sexo es bastante peligroso. Esta campaña tuvo que cancelarse casi al tiempo que surgía. Nadie dijo nada, todos muy calladitos. Pero pa- ra todos quedó claro lo estrepitoso de su fracaso. El arzobispo se equivocó a los ojos de sus propios seguidores.

Las objeciones planteadas por la Iglesia y los grupos ultraconservadores al empleo del condón, son irrelevantes, pues la efectividad de cualquier medida de prevención o tratamiento contra las enfermedades en general no alcanza en ningún caso el 100 por ciento. Por ejemplo, la aspirina no tiene una efectividad total en sus efectos antipiréticos o analgésicos, ni las campañas de vacunación contra la tuberculosis o el sarampión. Aun así el condón tiene una de las más elevadas proporciones de efectividad. Pero ese no es el problema. El punto es que lo que realmente se piensa es que la promoción del uso de preservativos fomenta el ejercicio de la sexualidad y esto es realmente lo que resulta intolerable. Además, dado que en el caso particular del condón, su utilidad va más allá de la prevención de las enfermedades de transmisión sexual, pues es además muy efectivo para evitar los embarazos, se relaciona inevitablemente con el control natal que ya sabemos es otro de los temas más candentes para estos sectores. En síntesis, lo que hay en el fondo es la pretensión de someter a las personas a una sexualidad reprimida (abstinencia y monogamia) y dirigida únicamente a la procreación. A fin de cuentas decidir sobre la sexualidad de otros, ¿para qué? Ni ellos mismos lo saben.

Pero también hay otras formas de control sobre la sexualidad, las que provienen de las formas actuales de organización de las sociedades.

Es la que se ejerce en los niveles judicial, policiaco, educativo, científico, médico o psicológico que, en muchos aspectos, guardan semejanzas con los planteamientos de la Iglesia aunque se emplean otros argumentos. En el fondo, se trata de establecer una normatividad sobre el ejercicio de la sexualidad que, como lo demostrara Michael Foucault, es constantemente vigilada y castigada.

A fin de cuentas, una sexualidad reprimida ¿para qué? quizá como condición para preservar la cohesión social mediante el control de sus integrantes. Aunque también en este caso se podría decir que ni ellos mismos lo saben.

Un elemento común que presentan los mecanismos en disputa es el empleo del miedo como forma de control. Miedo a condenarse y a perder el derecho a la vida eterna en el caso de la Iglesia. Miedo al sexo pues es sinónimo de detenciones policiacas e intervención de jueces para quienes se aman en las calles. Miedo al sexo pues es equivalente a riesgo, enfermedad y muerte en el caso de la ciencia, etcétera.

En realidad a lo que asistimos es a una disputa por el tipo de mecanismos por los que ha de establecerse este control. Las formas medievales que han demostrado su efectividad a lo largo de siglos o los métodos modernos para ejercerlo.

Pero ¿cuál es realmente la función de estos mecanismos de control que han operado a lo largo de la historia de la humanidad? Nadie lo sabe, aunque frente a este vacío puede uno aventurarse y pensar que a diferencia de la creencia extendida de que la sexualidad es algo determinado socialmente, bien podría resultar justamente lo contrario. La sexualidad es lo que determina el surgimiento y evolución de las sociedades y una sexualidad controlada ha permitido la estructuración y evolución de sociedades controladas.

Por otro lado hay que ver qué es lo que se está controlando. El sexo se relaciona con valores como el amor, la belleza y la libertad, mientras que en nuestras sociedades de sexualidad regulada, los valores predominantes son la ambición y el odio.