ASTILLERO Ť Julio Hernández López
Tras bambalinas, lo que se vive hoy en México es la desbordada y escandalosa lucha en el seno del poder imperial, donde se han trabado en un pleito a cuchillada las dos facciones esenciales: la del reformismo tecnocrático, tibia y temerosa- mente abierta a los cambios democráticos, y la de la línea dura, antidemocrática y autoritaria.
Fiel de la balanza, según algunos, barco a la deriva, según otros, la figura presidencial suele moverse en función de los momentos y los resultados que genera esa contienda. En ocasiones hay un discurso plenamente democrático, moderno, de aliento pleno a los cambios; otras veces, las palabras, y los hechos, muestran una resistencia interna sin maquillajes.
En ese contexto, el arribo a las elecciones del 6 de julio no fue lineal ni sencillo. En el curso se manifestaron con crudeza los elementos de la cultura priísta antidemocrática, tanto en la guerra sucia contra la oposición, como con la aplicación abierta del manual del buen mapache moderno en las zonas rurales del país y en entidades completas, como Campeche y Colima.
Los resultados de esos comicios llevaron a una Cámara de Diputados distinta, con una mayoría de partidos no priístas, algunas de cuyas medidas incómodas para el poder tradicional fueron oportunamente anunciadas, entre otras la búsqueda de la reducción del impuesto al valor agregado (IVA), la reapertura del caso Conasupo, y la integración y manejo de la citada cámara con un sentido diferente al que el priísmo históricamente le dio.
Sin embargo, el poder político priísta sufre una arteriosclerosis tal que ha sido incapaz de responder con rapidez e inteligencia a las condiciones políticas cambiantes. Aferrados a viejos esquemas, ignorantes de otros métodos, desconcertados y asustados, los priístas vieron llegar el huracán y quisieron enfrentarlo con discursos y fotografías de cuando fueron poderosos.
Un priísmo a la deriva
Basta con revisar los principales elementos constitutivos, y operativos, del poder priísta, para entender su crisis:
El comité nacional priísta, antaño punto de referencia obligado, vive hoy en el completo abandono. Desde semanas atrás no tiene presidente, pues Humberto Roque Villanueva virtualmente abandonó el cargo y se mantiene a la espera de que Los Pinos nombre a su sucesor.
Ese mismo proceso de sucesión priísta ha desatado una desgastante guerra interna entre cuando menos dos grupos: el cercano al Presidente, y presuntamente democratizador, encabezado por Esteban Moctezuma y Francisco Labastida; y el de los llamados duros, con Emilio Chuayffet a la cabeza, más gobernadores del talante de Manuel Bartlett, Jesús Murillo Karam y Roberto Madrazo.
Pero, triunfe quien triunfe en esa búsqueda del control priísta, lo cierto es que ese partido se ha mantenido dramáticamente a la deriva luego de su más fuerte derrota de toda la historia, cuando más necesita recomposturas y redefiniciones.
En Bucareli, el reloj da las horas en chino
En ese increíble compás de espera, la figura del secretario de Gobernación también ha perdido eficacia, pues siendo ese funcionario uno de los principales mencionados como posibles sustitutos de Roque, sus tareas se ven contaminadas por tal condición grupal.
Otro punto que ha mermado la capacidad de la figura del secretario de Bucareli ha sido su nunca comprobada pero siempre difundida adscripción al grupo mexiquense que entre otras figuras tiene la del profesor Carlos Hank González. La preferencia de mexiquenses para ocupar diversos cargos políticos y públicos, ha impreso a la gestión de Chuayffet la sospecha del grupismo y de la búsqueda de promociones políticas distintas de las institucionales.
Pero, además, don Emilio tiene otra responsabilidad política, pues los conductores de las fracciones priístas en las cámaras provienen abiertamente de su ámbito de poder: Arturo Núñez, que dejó la subsecretaría de Gobernación, de mayor lucimiento, para irse a Villahermosa a ganar una diputación de mayoría, y Genovevo Figueroa, que pasó de ser el senador más faltista a ser el suplente de Fernando Ortiz Arana cuando éste fue enviado al destazadero a Querétaro.
Núñez y Figueroa tienen un jefe político aparte del presidencial, pero a su vez han reproducido hacia abajo las mismas tendencias de tradicionalismo refractario a los cambios: Núñez tiene a su lado a Mariano Palacios, con un discurso abierto y un pragmatismo apenas disfrazado, y además a personajes como el veracruzano Fidel Herrera y el tlaxcalteca Tulio Hernández, que muy poco aportan al entendi- miento de la nueva realidad política; en el Senado, Figueroa tiene como principales acompañantes a María de los Angeles Moreno, ex presidenta nacional del PRI, y a José Murat, el oaxaqueño que trocó su inconformidad por la imposición de Figueroa como jefe senatorial por la esperanza de ser candidato a gobernador de su entidad.
En tales circunstancias, es explicable el desorden político generado en San Lázaro con la pretensión priísta de desconocer a la mayoría opositora.
No hay políticos velando por el interés nacional y conduciendo al país por un camino cierto y confiable. Hay grupos, hay facciones, hay una pelea descarnada en cuyo centro, oscilante, se mantiene un Presidente de la República que ha llegado al extremo de correr el riesgo de no poder rendir su Informe, hoy, de una manera sensata.
Astillas: Carlos Medina Plascencia tuvo un papel definitorio al negarse al diálogo de última hora con los priístas. Se mantuvo el guanajuatense en la postura de empujar hacia la consolidación de la postura opositora y defendió al perredismo en su derecho de decidir cuál de sus militantes debería ocupar la presidencia de la Cámara de Diputados durante el mes de septiembre. No se valen los vetos contra nadie, dijo cuando los priístas pretendieron llegar a un arreglo quitando a Porfirio Muñoz Ledo de esa presidencia... Desde luego, Porfirio Muñoz Ledo tendrá en sí mismo su principal riesgo. Entendiendo como cumplido su confeso propósito de pasar a la historia, don Porfirio podría dar paso a la vanidad y a la soberbia que sus opositores pretenden restregarle en la cara, pero que, en caso de darse, podría causar un daño profundo al proceso unitario que se vive...