¿Qué son estos tiempos: de apertura y renovación, de debate y tolerancia? o ¿tiempos de intransigencia y retroceso político? Lo que hagamos ahora marcará el rumbo de México en el corto y el mediano plazos.
Es tiempo de la política. De definiciones y de riesgos, de cambios constructivos. La sociedad espera de sus legisladores: un manejo inteligente, sensible: corresponsabilidad para acelerar el cambio... Sumar esfuerzos para potenciar la reforma democrática del Estado.
Sin embargo, lo que se observa en los últimos días, en las últimas horas, es un ambiente enrarecido, encuentros y desencuentros. Incertidumbre.
Los legisladores no podemos permitirnos un manejo errático, torpe o irresponsable que retrase y ponga en riesgo el cambio democrático. Porque entonces, los presagios de ``parálisis'' se cumplirían, el desencanto ciudadano sería irreparable o, pero aún, el desorden podría ``tentar'' a quienes piensan que no hay mejor momento para entrar en escena que cuando reina la incompetencia y el desorden.
Desatar a los sectores más atrasados --que no son exclusivos de ninguna fuerza política-- puede generar serios desarreglos en el sistema político. Toca a todas y cada una de las fracciones representadas en el Congreso de la Unión, privilegiar el trabajo político --dialogar, negociar, pactar con patriotismo-- para evitar que el natural ``conflicto'' democrático se convierta en desorden.
El país quiere que el nuevo mapa político en el Congreso conduzca a nuevos usos parlamentarios. La exigencia es clara: más política y más negociación.
Los actores se mueven entre dos opciones extremas: pueden comportarse como antagonistas a ultranza o asumir un comportamiento inteligente y responsable.
En el primer caso --discursos agresivos, actitudes rijosas, retadoras--, se acercarán los riesgos de la parálisis y la ingobernabilidad. La ciudadanía no tardaría en cobrarle la factura a la desmesura y a la temeridad.
En el segundo caso, asumiendo el compromiso con la estabilidad y el fortalecimiento democrático de las instituciones, contribuirán a una transición sin turbulencias: criticarán y resistirán cuando consideren que los proyectos del adversario (no enemigo) son lesivos para la sociedad o contrarios a su plataforma político-ideológica, pero tendrán la valentía de apoyar iniciativas, vengan de donde vengan, cuando sea justo.
Toca a los partidos asumir un comportamiento que conjugue responsabilidad democrática, eficacia en el desarrollo de alternativas propias y, lo que es fundamental, compromiso con la nación. Podrán sentarse así las bases para edificar el nuevo acuerdo nacional al que, en otro momento, hemos convocado muchas mexicanas y mexicanos. El desenlace dependerá del grado de la profundidad de las muy festejadas vocaciones democráticas.
Los partidos tienen la obligación de entender los sentimientos de la nación y responder a la aspiración colectiva de acceder a estadios más altos de convivencia. No dilapidemos el capital más valioso que tenemos: la credibilidad en el potencial transformador de este proceso. No frustremos las expectativas sociales en un Congreso plural.
Es imperativo que se imponga la sensatez. Que en vez de dinamitarlos, se construyan puentes que acerquen a todas las fuerzas políticas. Esa será la forma de responder al sentir del pueblo expresado en las urnas: su esperanza de futuro para México con gobernabilidad democrática.