ƑCuál es el producto renovable que se entrega sin necesidad de envases que deterioran, que no contamina y que ofrece grandes beneficios para la niñez? Exactamente, la leche materna, alimento básico para un bebé, la mejor protección contra enfermedades, garantía para el desarrollo cerebral adecuado y un refuerzo para la unión de madre e hijo. Por si fuera poco lo anterior, tiene otra gran compensación: el aumento del coeficiente intelectual del niño. Hay estudios que muestran una diferencia de ocho puntos en dicho coeficiente entre los niños amamantados y los alimentados con biberón.
Estos descubrimientos no son recientes. Publicaciones de principios de siglo describían ya sus ventajas. Ahora se sabe con precisión de la conveniencia de darla en forma exclusiva hasta los seis meses y, luego, combinada con otros alimentos; de cómo un bebé criado con ella es un organismo que funciona mucho mejor que aquél que depende de leche artificial y otros productos industrializados. Agréguese a las ventajas anteriores y otras más, el hecho de que cada año se podría evitar la muerte de más de un millón y medio de infantes si éstos hubieran sido amamantados. Y si los bebés resultan beneficiados, también la salud de la madre, porque reduce el riesgo de cáncer de seno y de ovario, disminuye el sangrado posparto y la anemia por deficiencia de hierro; es un método natural de espaciamiento de los embarazos porque retarda la ovulación; y está probado que las madres tendrán menos problemas de osteoporosis al llegar a la tercera edad pues sus huesos se endurecen al momento de lactar.
Pese a tan innegables ventajas, nuestras autoridades olvidaron celebrar dignamente la Semana Mundial de la Lactancia Materna, a principios de agosto. Esta vez tuvo como lema ``Lactancia materna, un acto natural'' y en varios países se le identificó como un acto ecológico, una práctica ambiental. El objetivo fue demostrar que la alimentación proveniente del seno no contamina al medio, mientras otras alternativas o sustitutos son un grave peligro ecológico. En efecto, desde su producción industrial, pasando por el transporte y el consumo, la leche artificial, el biberón y otros productos asociados agotan recursos escasos y generan contaminación.
Al respecto, un estudio del investigador inglés Andrew Radford revela que la industria productora de lácteos requiere una hectárea de pastos para cada vaca y muchos países enfrentan esta demanda mediante la deforestación de sus bosques, lo cual causa erosión del suelo, pobreza rural y deterioro general. El transportar la leche industrializada a los consumidores exige una energía adicional y aumenta la contaminación. Por su parte, los fabricantes de biberones, chupones, baberos y otros accesorios, generan toneladas de basura innecesaria, generalmente no reciclable. En fin, como la mayoría de las madres lactantes no menstrúa, no necesitan por eso toallas, lo que evita la necesidad de textiles, blanqueadores, empaques y desechos diversos.
Por todo lo anterior extraña mucho más que el sector público no apoye decididamente iniciativas mundiales para promover y reforzar la lactancia materna. Esa actitud no solamente atenta contra el bienestar de los bebés y las madres sino que refuerza los intereses de las trasnacionales productoras de alimentos infantiles. Por otra parte, contribuye a que no se tomen medidas que permitan a las madres trabajadoras amamantar a sus hijos los seis primeros meses de edad, los más decisivos. Quizá nuestras autoridades crean que dicha práctica es premoderna, indigna de un país que debe jugar en el Primer Mundo.