La Jornada 2 de septiembre de 1997

Ausencias, duras palabras y breve tregua con vivas a la República

Elena Gallegos Ť En un rápido panning, las cámaras recogen las últimas imágenes: en lo alto de la tribuna, Ernesto Zedillo y Porfirio Muñoz Ledo se dan un fuerte apretón de manos y se ponen en el rostro sonrisas ensayadas; un ¡Viva México! quiebra el brutal silencio que acompañó las ásperas frases del opositor y poco a poco, como para sacar la zozobra contenida, todos terminan regalándose un largo aplauso.

Parece que se perdonan las alusiones ``al monarca'' y ``a la obcecación'' que había deslizado con tono suave Porfirio Muñoz Ledo, al tiempo que miraba al mandatario, y que los priístas recibían con la respiración entrecortada. Desde que tienen memoria, nunca, nadie le habló así a un Presidente de la República, murmuran en sus curules. En el gesto de Zedillo no hay expresión alguna.

Aplauden todos y hacen como si olvidaran la consigna zapatista que el mismo Muñoz Ledo les restregó con toda su carga de rebeldía, y que en algunos sectores del tricolor se acusó como una bofetada: ``¡Mandar... obedeciendo!''. Y se siguen aplaudiendo.

Y en esos momentos de palmas y guiños es como si se hubiese dado una súbita tregua y al no encontrar mejor rúbrica, priístas y opositores se funden en repetidos --y manidos-- coros de ¡Mé-xi-co! ¡Mé-xi-co!, intercalados con eufóricos --¿o demagógicos?-- ¡Viva la República!

La exclamación, el júbilo, se lleva --reloj en mano--, sesenta segundos, luego de los cuales vuelven a abrirse las hostilidades.

``Porfirio se tomó atribuciones que no le correspondían. Anunció un foro que no ha sido acordado por la Cámara y emplazó al Presidente a volver a San Lázaro, sin que nadie lo mandatara'', se comenta en la nueva burbuja priísta entre las curules que ocupan Arturo Núñez, Genovevo Figueroa, Ricardo Monreal, Enrique Jackson, Fidel Herrera y Mariano Palacios Alcocer, quien un par de horas antes, con su discurso, les puso a sus compañeros un curita en el corazón, gracias al cual se distendieron los ánimos.

Paradójicamente, Muñoz Ledo, el hombre que inauguró --hace nueve años y diez informes-- la agitada etapa de trifulcas, sobresaltos, interpelaciones, carteles, gritos y máscaras en que se convirtieron los primeros de septiembre (y noviembre, por algún tiempo), encabeza el más terso encuentro que haya tenido un Presidente con el Legislativo desde 1988. Aunque sólo en cuanto a las formas... Las palabras, duras, pesadas, fueron otra cosa.

Tercer Informe de Gobierno. Nuevas maneras: los legisladores aprecian que por primera vez el jefe del Estado Mayor Presidencial (general Roberto Miranda) no se coloque, como se estilaba, atrás del mandatario.

En la ceremonia, la cúspide del ritual del presidencialismo, no están los gobernadores o están sólo algunos: los panistas Vicente Fox y Alberto Cárdenas Jiménez, quienes aceptan que se vinieron a la ciudad de México por la pura costumbre, porque de invitación... ni hablar. De los priístas, ninguno estuvo.

Sobresalen los dirigentes del PRD, Andrés Manuel López Obrador, y del PAN, Felipe Calderón Hinojosa. Concentra curiosidades también la presencia de Cuauhtémoc Cárdenas, quien vive la larga espera a diciembre.

¿Y Roque? ¿Nadie ha visto a Humberto Roque Villanueva? No. Muchos suponen que debía haber estado ahí, pero en el lugar que le asignaron --sostienen, juran los del protocolo-- no estaba. Esto es, en el tercer Informe, no hay dirigencia del PRI.

Nuevas formas del tercer Informe: ¿Y los monseñores? ¿Y los empresarios? ¿Y los miembros del cuerpo diplomático?

Saña con los chiquitos

De acuerdo con lo dispuesto por el reglamento, vigente desde 1934 y que consigna que deben colocarse ``escupideras de bronce'' a la derecha de las curules, la sesión comienza a las 17 horas. Sesenta minutos después se termina de pasar lista y se tiene un quórum de 449 diputados. Viene enseguida el recuento de los senadores y los acordes del Himno.

Inmediatamente después y por instrucciones del presidente de la mesa directiva, o sea de Porfirio Muñoz Ledo, se lee el artículo octavo de la Ley Orgánica, en el que se estipula que no proceden ni las intervenciones ni las interpelaciones de los legisladores.

Es un alivio para los priístas y los altos funcionarios del gabinete que juraban que Muñoz Ledo pondría en un aprieto al presidente Zedillo. De ahí que durante días, y casi al costo de una crisis constitucional, se aferraran a evitar, a como diera lugar, que él condujera la sesión.

Una vez puestos los puntos sobre las íes, se da paso a los oradores. Gonzalo Yáñez, del PT, es el primero en subir a la tribuna. Su discurso incendia ánimos. Llama al PRI minoría oficial sobrerrepresentada. Le comienzan a llover silbidos e insultos. ¡Farsante! ¡Hijo de Raúl! (Salinas), pero Gonzalo no se arredra y se va de frente.

Inesperadamente el PRI, que tantas cosas había perdido en el camino, recupera una: su Bronx. Integrado por diputados que pocas veces hablarán en tribuna, el Bronx del tricolor se caracteriza por tener entre sus filas a los legisladores más bravos para la ofensa y la descalificación. Y también a los más duchos para esconderse en el anonimato.

Desde ayer, nueva vida al Bronx priísta que se estrena lanzándole a Yáñez toda clases de improperios: ¡Títere! ¡Hijo de Raúl!, ¡Manos corruptas!, le remachan. Ante la sorpresa de muchos, Muñoz Ledo deja pasar.

Al final de la intervención de Gonzalo, el líder de la fracción del PRD hace, en su calidad de presidente de la mesa directiva, un llamado al respeto de todos los oradores y adelanta que sólo así habrá un clima adecuado para cuando llegue ``el ciudadano Presidente'' (otra de las nuevas formas del tercer Informe, siempre ``ciudadano'' para el jefe del Ejecutivo, nunca ``señor'').

Corresponde hablar a Jorge Emilio González (su papá es el dirigente del PVEM). Ya entrado, el Bronx se da gusto llamándole bebé y junior y busca sacarlo de balance a los gritos de: ``¡Ya tráiganle su biberón!'' y ¡Nepotista... ecologista! El muchacho, más que verde, no puede controlar el pánico escénico, algunas palabras las dice entre sollozos. El mismo se da unos momentos para sobreponerse, lo consigue y termina su discurso a tambor batiente.

El Bronx se ensaña con los chiquitos, pero cuando vienen los grandes se impone el silencio. Por eso, otro gallo canta cuando le toca a Carlos Medina Plascencia. Algunos coros se alzan en contra de los gobernadores de su partido, el PAN. No pasa a mayores. Incluso, el diputado priísta Rafael Oceguera se da el lujo de aplaudirle. ``Lo hago porque no nos chingó'', les comenta a sus compañeros. Oceguera encabeza uno de los sectores que se revelan, de inmediato, entre los más furibundos del Bronx.

Los priístas toman nota de la reiteración de Medina Plascencia de que ellos votarán con melón o con sandía, siempre que sea en bien de la Patria y de acuerdo con el ideario del PAN.

A Pablo Gómez tampoco puede irle mejor. No obstante que advierte que las oposiciones le pondrán un hasta aquí a la partida secreta que maneja el Presidente, las reacciones de los priístas apenas y se escuchan.

Por el PRI, Mariano Palacios Alcocer lleva a la tribuna un discurso que cohesiona las filas de su fracción. ``No pediremos más pero tampoco aceptaremos menos de lo que el electorado nos dio en las urnas'', dice, y los ¡duro! ¡duro! surgen en su bancada. Más tarde, Palacios Alcocer conviene: ``Era necesaria una reivindicación del espíritu priísta''. Los reporteros lo presionan: ¿es tan terrible que Porfirio presida la reunión? ``No'', desdramatiza.

Todo marcha a pedir de boca. Por eso, frente a las curules, el secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet Chemor, despacha grabadoras, se quita acosos, se alegra del tono usado por los distintos oradores --salvo uno--, y a la pregunta de ``¿si en política los errores cuentan?'', replica: ``En política lo que importa son los resultados'', y se ríe para mostrar que está de excelente humor.

Son ya las 20 horas. Tal y como se acordó, el presidente Zedillo entra al salón. La presencia del Estado Mayor Presidencial es discreta. Comienza la lectura. No hay carteles, ni trifulcas, ni máscaras, ni nada. Más tarde se vería que basta con las palabras.

Sólo Maximiano Barbosa, uno de los fundadores de El Barzón, con sombrero y traje de ranchero, cuestiona cuando se habla de los programas de apoyo a deudores: ``¡Fueron para la banca!'', le reclama al Presidente. Más adelante, califica de ``¡Mentiras!'' lo que Zedillo asegura y que tiene que ver con los apoyos al campo. Sólo eso.

Ya cuando se disponen a marcharse, el diputado indígena Marcelino Díaz de Jesús, del PRD, critica, molesto: no vamos a perdonarle -al Presidente- que haya ignorado la situación en Chiapas y los acuerdos de San Andrés.

Al final de todo, del apretón de manos, de los aplausos que se obsequian y de los dilatados coros de ¡Mé-xi-co! y ¡viva la República!, las cosas vuelven a ser como antes. Los priístas se lamentan --así lo dice el senador Pablo Salazar Mendiguchía-- haber tenido que bailar con el son que les tocaron, mientras los opositores se retiran convencidos que se han inaugurado nuevas formas republicanas. ¡Viva México!, gritan.