La Jornada martes 2 de septiembre de 1997

José Blanco
Malos aires

Peculiar estreno el de los nuevos aires democráticos. Drama, fiesta, sainete, rencores y desenfrenos como de turba recientemente manumisa. La ley, vuelta traje a la medida de cada quien, sin juez capaz de emitir fallo inapelable. Escena dominada por el inútil refocilarse con la venganza vestida de reivindicación de independencia del Poder Legislativo frente al presidencialismo absolutista (uno que ha sido a la par ejecutivo y legislativo), con resultado acaso contraproducente.

Al escribir este artículo el Informe presidencial aún no se producía, pero se advierte ya una necesidad imperiosa: la sociedad deberá buscar poner orden en sus representantes y demandarles competencia y madurez de adultos en el trabajo legislativo que la República reclama. No los elegimos por su linda cara, ni para su beneficio personal, sus prebendas y su carrera política futura. El 6 de julio los ciudadanos conformaron una cámara plural, y de ella esperan decisiones basadas en conocimiento de causa de los problemas del país, equilibradas y mediadas por las necesidades e intereses asimismo plurales que conforman la nación que somos.

El bloque le ha ganado el primer round al PRI con una andanada de uppercuts madrugadora, relampagueante, arrasante, contundente. Al PRI no le ha quedado más que asumirlo. Pero quedan cientos de rounds por delante. El riesgo de que el primer round marque el estilo de la nueva legislatura es muy alto. Los nuevos diputados parecen preparar las cosas con ahínco para producir nuevos sainetes y nuevas venganzas: bloque contra PRI, ambos en el sólido espacio de la cuerda floja, mientras nada de eso le sirve a la sociedad para nada.

El deber político de las oposiciones al PRI no es hacerlo morder el polvo. Su obligación con los electores es crear un proyecto civilizado para el país. El gobierno debe dejar de operar por sí y ante sí, y no sólo informar sino explicar a los ciudadanos sus decisiones; debe dejar de creer que no existe más verdad que la suya; debe lograr que la corrupción deje de medrar impunemente. Las oposiciones tienen la oportunidad hoy --y la obligación--, de contribuir a crear las condiciones políticas para que todo ello ocurra. Pero no pueden hacerlo sino estableciendo acuerdos y consensos efectivos reales con el propio PRI y con el gobierno mismo, en estrecha y oxigenada comunicación con la sociedad. Si el PRI quiere convertirse en un partido real y continuar en la escena política, habrá de obrar en el mismo sentido. El bien de la República lo demanda urgentemente y como nunca la sociedad estará atenta a mirar quiénes cumplen con su responsabilidad.

La vendetta como política, por tanto, no puede sino llevarnos a una debacle de la que sin remedio nos querrá salvar nuestro tutor inexorable: el cowboy de pesadilla que sin cesar arde en deseos de rescatarnos del pantano en el que por nuestro propio pie podemos hundirnos si los partidos se dedican al pugilismo parlamentario. Del PRI y de las oposiciones la sociedad demanda seriedad, prudencia, sensatez, revisión razonada e informada de los programas del gobierno y fortalecimiento de la nación por la creación de consensos de las fuerzas políticas del país.

El gobierno está profundamente persuadido de las bondades del programa económico, coincidente con las orientaciones básicas de los organismos de regulación internacional y con la visión de la mayoría de los gobiernos de los países industrialmente desarrollados, en primer lugar el de nuestro preceptor del norte. El drama del momento --como argumentaré en mi próxima entrega--, es que las apariencias apoyan ese programa, como lo habrán mostrado las cifras macroeconómicas del informe.

No hace mucho el presidente Zedillo en entrevista con periodistas uruguayos expresó con genuina convicción que las oposiciones (lo pongo en mis palabras) habían superado sus locuras ideológico políticas, pero que aún no lo hacían con sus trasnochadas creencias económicas.

La opinión del Presidente es respetable. Pero lo es tanto como la de tantas voces que no estamos de acuerdo con puntos claves del programa económico, que tratamos persistentemente de advertir sobre sus riesgos, y que frente a ello hemos recibido invariablemente la callada por respuesta. Hoy existe la posibilidad de que gobierno, PRI y oposiciones debatan con responsabilidad ese programa, en estrecha colaboración con la sociedad. He ahí algo valioso con que sustituir la hueca fruslería de los reflectores, el protagonismo y la innoble vocación de humillar al adversario.