Tenía mucho interés en visitar la exposición Así está la cosa que ocupa casi la totalidad de los espacios del Centro Cultural Arte Contemporáneo de Polanco. No soy tan amante del género como otras personas, tal vez porque el repertorio de signos que utilizan los instaladores se ha mimetizado y sucede entonces que esos medios (e igual el arte objeto en muchos casos) provocan una sensación de deja vú y vejez prematura en todas las latitudes; claro que hay excepciones, como las hay en todo.
Conociendo que la selección realizada para esta muestra supuso amplio presupuesto y mil cuidados, pensé que me iba a encontrar con algo, si no diferente o inédito, sí distinto a lo que he visto aquí y en otras partes. Los participantes son todos latinoamericanos o residentes en países de América Latina, cual es el caso del texano Thomas Glassford, cuyas cinco animaciones en video atrapan la atención y están entre lo mejor que vi. No clasificaré el tipo de propuestas que se exhiben porque ya lo hizo y muy bien un colega escritural que al parecer experimentó al igual que yo cierta decepción. Sólo me propongo emitir frases sueltas.
El faro cubano de Los carpinteros que abre la exhibición es esforzado. Las pacas de paja del brasileño Cildo Mereles están conceptualmente atadas con hilo de oro, pero igual podría haber sido de estaño. He visto decenas de pacas de paja instaladas o empacadas en muchas partes. Me parecieron elementales sus Desapariciones, deseaba que desaparecieran por completo, cosa que no sucedió. En cambio Mi cabeza está vacía. Luz espolvoreada de otro brasileño, Artur Barrio, está muy bien. El efecto de luz, que parece logrado a través de un reflector, obedece a un cambio en el color de la arena donde se inscribe el círculo. Esa instalación me pareció que tiene sentido, el autor no tiene la cabeza tan vacía como dice. Algo que me ata, del cubano Fernando Rodríguez podría servir para instalarse en el Lienzo charro, se vería elegante. Me divirtió el automóvil con las maletas desperdigadas de Héctor Bialostozky, porque en una de ellas (todas están abiertas) percibí una corbata que trae impresa Nuestra imagen actual de Siqueiros. Aquí, en Aguascalientes, en Madrid, en otros sitios, he visto innumerables trapos, a veces delicados como los de Paula Santiago, que se repite ad infinitum; otras ostentosos, como el Vestido de novia de la brasileña Eliane Duarte; unos más provocativos, como las ropas de cadáver del Semefo que me hicieron evocar la fotografía de la camisa de Maximiliano de Austria (en la zona del Semefo se percibe un muy conveniente dejo de olor a formol. Too much!)
Hay predominancia de brasileños sobre artistas de otros países: es natural, allí este medio ha alcanzado de tiempo ha dimensiones extraordinarias, no porque esté fuera de lo ordinario, sino por la exclusividad con la que los artistas lo cultivan. Recordé una exposición muy rigurosa, bien cuidada, organizada por Aracy Amaral para el Museo de Arte Contemporáneo de Sao Paulo. Se titulaba Espelhos e sombras, era mucho más poética que ésta con todo y que también había bastantes trapos, uñas y cosas por el estilo.
Ya conocía yo las fotografías de copias cromogénicas digitalizadas de la mancuerna colombiana Aziz-Cucher; la primera vez que las vi me impresionaron, ahora no. Sé que Cisco Jiménez es un buen artista, su instalación en torno a todo lo que tiene que ver con los zapatos me pareció más que pertinente, no así los pañuelitos colgados de la brasileña Rosana Palazyan, que pertenecen a una importante colección privada de Caracas. También había visto en otro lado las figuras que parecen de piedra (son de resina de poliéster) que semejan personajes de Walt Disney realizados por artífices prehispánicos de Nadin Ospina. La primera vez que una se enfrenta con ellos sonríe complacida. Después los pasa de lado. Otro trapo más: el de Valeska Soares, que se presenta a manera de exvoto, es exvoto de lo manido. Los ejercicios espirituales del venezolano Javier Téllez me gustan más en fotografía que en la vida real y la propuesta cardiaca de Gerardo Suter la conocí hace dos o tres años, pero sigue de algún modo conmoviéndome pues, como dice el dicho, ``hay razones del corazón que la razón no conoce''.
El Loro Santo del argentino Sergio Vega, una mandala-custodia, es afortunado, pero La enseñanza del vocabulario de la chilena Alicia Villarreal produce bostezo. Puede ser que los ropajes colgados y sillas cubiertas del brasileño José Leonison (qepd) se hayan visto bien en la locación para la cual los ideó: la Capilla de Morumbi, en Sao Paulo. Aquí dicen nada. En cambio, las laparotomías de Adriana Varejao sí producen horror y el horror es categoría estética. Lo que hace el chileno Eugenio Dittborn (``pasar una pintura como carta'') me pareció tan viejo como el Calendario de Galván, pero como me gustan las cartas, estuve fascinada mirando los sobres perfectamente alineados y lo mismo los cruzeiros integrando una rosca de Jac Leirner, aunque ya antes había visto algo muy similar. La propuesta metafórica de Eugenia Vargas sobre la contaminación del río Lerma, por ambiciosa, no emite el mensaje que justificadamente a ella le preocupa, pues el montaje, al distraer, la desvaloriza. No encontré allí por ningún lado el cárcamo de Diego Rivera. Lo mejor de la exposición quizá sea el título Así está la cosa (¿qué le vamos a hacer?).