La Jornada martes 2 de septiembre de 1997

Luis Hernández Navarro
De víctimas a victimarios

Acostumbrados durante años a desempeñar el papel de víctimas, las oposiciones parlamentarias se estrenaron este primero de septiembre como victimarios por partida doble. Primero, al romper el ritual que hacía de cada Informe del jefe del Ejecutivo la celebración cumbre del presidencialismo; después, al fijar la agenda política nacional desde el Legislativo.

Si durante décadas las oposiciones partidarias debieron aceptar los triunfos de la aplanadora priísta en todas las votaciones relevantes, y contentarse con ejercer el democrático derecho ``al pataleo'', o con negociaciones realistas en las que se sacrificaba lo esencial para apuntarse algunos tantos en lo secundario, este primero de septiembre sacaron la guillotina y se cobraron parte de las afrentas del pasado. Doblegaron a un PRI desconcertado y dividido, sin brújula, renuente a reconocer su nueva condición de minoría que, en el último momento, tuvo que echar marcha atrás a sus afanes putchistas. De paso, acotaron los espacios a un jefe del Ejecutivo que trató de aplicar, sin éxito, la misma medicina del 6 de julio, de poner al mal tiempo buena cara.

Y, es que, el Presidente de la República llegó a rendir su Informe sin ánimo y sin fuerza. En lugar de presentarle al país un balance real de su situación, de sus retos y dificultades, (como pareció que haría cuando se refirió a la inseguridad pública), y proponer una agenda de reformas y acciones para construir un nuevo México, el jefe del Ejecutivo decidió asumir el papel de gerente o contador de una empresa que, amparado en la magia de las gráficas y las cifras, quiere mostrar el ascenso en las ventas, el éxito de la estrategia de mercadotecnia.

Aun su más ambiciosa propuesta, la de hacer de la política económica una política de Estado y no de gobierno, quedó diluida ante los largos informes que dieron cuenta del número de libros de texto editados (pero silenciaron la situación salarial del magisterio). Su pretensión de mostrar la pasada reforma electoral como definitiva y como resultado de una iniciativa propia, y de asegurar que nuestro país se encontraba ya en una fase de ``normalización'' democrática, cuando ésta fue el resultado de múltiples luchas, y quedan aún reformas pendientes como las de las candidaturas ciudadanas, el plebiscito y el referéndum, dejó al jefe del Ejecutivo ofreciendo más de lo mismo; esto es, sin agenda política para los próximos tres años.

En su afán por presentar cuentas alegres, el Presidente maquilló u ocultó graves problemas nacionales. ¿Cómo es posible que apenas hace un año haya declarado -en medio de una intensa ovación- que se aplicaría ``toda la fuerza del Estado'' a grupos como el EPR, y en este Informe no haya hecho una sola mención de ellos? ¿A qué se debe que el conflicto en Chiapas -sobre el que se han producido todo tipo de informes de organismos internacionales de derechos humanos-, el EZLN, y el incumplimiento de su gobierno de los acuerdos de San Andrés, no hayan merecido ni una alusión, en la víspera de una movilización nacional zapatista? ¿Tan insignificante es el problema indígena en nuestro país -que lo llevó a hacer varias declaraciones importantes a lo largo del año- para que no se haya referido a él ni por accidente? ¿Por qué el silencio sobre el controvertido rescate carretero o el apoyo ofrecido a Banca Bital? Obviamente, esta política del avestruz restó credibilidad al discurso oficial.

Por el contrario, la respuesta que Porfirio Muñoz Ledo dio al Informe mostró proyecto y fuerza. Sin estridencias y con elegancia, puso los puntos sobre las íes en temas claves del futuro político del país: las relaciones entre Ejecutivo y Legislativo, el conflicto de Chiapas y el incumplimiento gubernamental de los acuerdos de San Andrés, la nueva relación que debe privar entre el Estado y los ciudadanos, algunos aspectos pendientes de la reforma electoral, el carácter excluyente del actual modelo económico.

Si algo quedó claro este primero de septiembre, es que el papel de victimario asumido por las oposiciones no responde tan sólo (en caso de que existan) a un afán de venganza ni al protagonismo de algunos de sus más destacados dirigentes, sino a un hecho mucho más claro: no hay en el Ejecutivo y en su partido otro proyecto de futuro que el que se resume en la consigna de ``más de lo mismo''.

El Poder es víctima de sí mismo, de su incapacidad de renovación, de sus ataduras a los intereses establecidos, de su dogmatismo, de sus divisiones internas. Por el contrario, las oposiciones partidarias han mostrado que no sólo rechazan, sino que proponen nuevos caminos y, además, que pueden resistir los famosos cañonazos de 50 mil pesos.