Gilberto Guevara Niebla
Una lección de democracia
Si la política es, como decía Gramsci, una relación pedagógica, tenemos que reconocer que los mexicanos recibimos el 1o. de septiembre --en el Informe-- una excelente lección de democracia. Es posible, nos dice este ejercicio político inédito, fundar una nueva convivencia sobre la base de la tolerancia, la inteligencia y el diálogo, y sobre el principio de subordinar --no borrar-- nuestras diferencias.
Este episodio adquirió mayor valor al darse inmediatamente después de una de las más graves situaciones de tensión que haya vivido el sistema político mexicano. La crisis de entendimiento entre partidos del viernes 29 y el sábado 30 pudo desembocar en un conflicto que hubiera puesto a México al borde de una ruptura irreparable. En este sentido, la fórmula de solución fue afortunada y el estilo final del evento fue aportado por dos políticos de bandos opuestos pero convencidos, ambos, de que el único camino viable para nuestro país es la democracia.
Algunas críticas que se han hecho al Informe son esencialmente desacertadas, porque piden al documento algo que éste no podía contener. El Informe es un ritual; lo era y lo seguirá siendo. No es un espacio para debatir y llegar a conclusiones sobre todos los problemas nacionales. El Informe es un informe, un registro, necesariamente parcial, de lo ocurrido en un año.
A algunos políticos les molesta el optimismo presidencial y le reprochan a Zedillo que no refleje adecuadamente los rezagos y cuellos de botella del país. Estos críticos pierden de vista lo que debe ser el Informe. Es absurdo pretender que en vez del acto cuasi-monárquico del viejo presidencialismo, se haga del Informe una asamblea querellante en donde el Presidente se vea obligado a enfrentar cara a cara a sus opositores.
El Presidente es el representante de todos los ciudadanos. En términos republicanos, es un ciudadano como los demás; empero, dentro de la República es ``el primer mandatario'', que según el diccionario significa ``la persona que ejecuta el mandato por parte del mandante'', o sea, el pueblo. Pero es también un símbolo, una imagen representativa de todos nosotros y, en tanto tal, los ciudadanos debemos procurar que esa imagen no sufra menoscabo.
En el caso de este Informe, sin embargo, su contenido específico fue menos importante que el acto mismo. La sola presencia del presidente Zedillo fue un gesto significativo. El pudo no haber estado allí. Sin despegarse de la ley, de haberlo decidido así, el Presidente pudo restringir su actuación a la mera entrega del documento.
No obstante, no lo hizo. El optó por ajustarse a los términos de la nueva situación política, y con esa conducta sentó un precedente innovador en las relaciones entre los dos poderes y entre las fuerzas políticas mandatadas para ejercerlos. El eje del Informe no fue otro que la convivencia política. Su principal idea-fuerza fue la exhortación a los políticos a actuar conforme a una ética de responsabilidad ``que aliente la tolerancia y la mesura, no el enfrentamiento y el encono; que privilegie el diálogo, no la imposición; que estimule las propuestas efectivamente viables para el desarrollo de México''.
A su vez, en magnífico discurso, Muñoz Ledo contradijo las expectativas de sus adversarios al colocarse por encima de todo espíritu faccioso y al exhotar a la legislatura que inicia a realizar una tarea comprometida con el patriotismo, la racionalidad y la tolerancia. ``Que el nuevo Congreso mexicano --dijo-- sea conocido por la seriedad de sus trabajos, el rigor de sus deliberaciones y la calidad de sus decisiones''.
Pero la intervención del líder del Congreso alcanzó su apogeo al rematar con estas hermosas y acertadas palabras: ``Remontemos las comarcas de la intolerancia, mostremos a todos que somos capaces de edificar, en la fraternidad y con el arma suprema de la razón, una patria para todos''.
La fraternidad era, hasta ahora, yo pienso, el valor olvidado de nuestra política republicana. México no es una asociación espúrea. Somos una comunidad hermanada por una historia difícil, que ha sido con frecuencia penosa y triste, pero estamos hermanados también por una invencible voluntad de ser y un poderoso anhelo de prosperidad, de democracia y de justicia. No seremos los mexicanos quienes destruiremos a México, y esto no sucederá porque lo que nos separa es algo mucho más débil de lo que nos une.