La Jornada viernes 5 de septiembre de 1997

Fernando Benítez
Acapulco

Este verano, pasé varios días en Acapulco, y como se me despertó el gusanillo del periodismo, hice varias encuestas en el puerto y he aquí el resultado.

Pero antes debo decir que después de viajar cuatro horas por un paraje casi desértico, a través de la nueva carretera, me encontré con la imagen paradisiaca de Acapulco. Me impactó el puerto, luego de más de diez años de no visitarlo. Al entrar todo era flores, yedras, rascacielos, miles de tiendas, restaurantes y una multitud de automóviles.

Acapulco siempre se distinguió por la calidad de sus playas, la belleza de su bahía y sus grandes hoteles. Hoy es notorio el gran deterioro ecológico que sufre: las aguas negras, la basura acumulada en los canales y los detritus desembocan en la bahía, en tanto que las plantas de tratamiento de aguas no funcionan como debieran. Sólo el Hotel Princess tiene planta que la utiliza para regar su campo de golf y sus jardines, lo que deberían hacer los otros hoteles. El resto no reciclan sus aguas y las vierten en la bahía, mediante el obligado cohecho con las autoridades.

Por otra arte, los grandes hoteles tienen sus playas privadas --las mejores-- y a ellas no dejan entrar a ningún extraño. Había 58 accesos a las playas, pero ahora las playas han sido negociadas a particulares y se niega el paso a la gente, con excepción de los turistas alojados en sus hoteles.

A los problemas de contaminación y exclusivismo en las playas, se suman los del creciente tráfico. Por las calles del puerto, corren 3 mil 200 taxis, más 800 destinados a las zonas conurbadas y mil 200 autobuses, sin contar los camiones urbanos. Los autos particulares suman 2 mil 500 (pocos en realidad), pero al no haber ingeniería vial, con frecuencia se provoca un caos en el tránsito.

Frente a esta problemática, el turismo ha decaído mucho. Ya no vienen tantos estadunidenses, sólo pocos canadienses, algunos europeos, y sobre todo mexicanos. El decaimiento es tal que podemos decir que casi todo Acapulco está en venta.

El Acapulco comercial es otro Acapulco. Ahí figura el mercado, con sus múltiples y coloridos puestos al aire libre, donde todo se compra o se vende. Es una especie de Tepito tropical; es el hospital de los automóviles y de los camiones, donde se arman y se desarman, o se pintan; hay también multitud de tiendas, y nunca cesa el regateo.

Los insumos que requiere Acapulco como destino turístico (verduras, carnes, frutas, huevo, leche y derivados, mariscos, etcétera) provienen de lugares o zonas distantes: del sureste, centro y norte de la República, y que representan el 80 por ciento del consumo. El otro 20 por ciento proviene de su misma agricultura local. Es obvio que si ésta se atendiera o reforzara, su aporte sería de 40 o 50 por ciento. Pero nada se hace en este sentido, tan vital.

En el ámbito económico y financiero, Acapulco cuenta con un sector turístico, supuestamente soporte del municipio, pero cuyos ingresos se volatilizan por pertenecer, en gran medida, a empresas trasnacionales. Los beneficios monetarios son trasladados a sus matrices en el extranjero. En cuanto a la pesca, la flota japonesa, armada de redes gigantescas, retiene sólo ciertas especies que gustan a sus compatriotas y el resto se lo dan o se lo venden a los pescadores mexicanos.

En los aspectos social y político, diremos que el 70 por ciento de la población acapulqueña está abandonada a su miseria ancestral, sin programas de desarrollo, por la simple razón del desconocimiento o la incapacidad por parte de los gobernantes municipales y estatales, frente a la apatía y complicidad del gobierno federal. Veintiocho regidores, más dos síndicos, para una representación plural, gozan de un sueldo de 30 mil pesos mensuales, que incluyen además 8 mil de gastos de gestoría, supuestamente dedicados al sector social que representan, y que en realidad son usados en beneficio propio. A eso se le suman los gastos de representación y viáticos; así como los ingresos de ocho auxiliares de seguridad y de funcionarios de diversos niveles, que son colocados en las dependencias municipales. Todo esto representa un despilfarro presupuestal que bien podría destinarse a educación, salud, obras públicas y otros gastos esenciales que requiere la población.

Los gastos bien canalizados cubrirían ampliamente las necesidades del sector rural, ahora totalmente abandonado, carente de programas de apoyo en todos los órdenes. En tanto que el sector minero (Guerrero tiene minas de oro, plata y cobre), su explotación ni siquiera favorece a los pobladores; a los mineros se les paga sueldos raquíticos.

¿Qué han hecho de Acapulco su autoridades? Vemos una anarquía total en el desarrollo urbano del puerto; basta un ejemplo; en el malecón municipal, entregado casi en su totalidad a una empresa privada (con una concesión de 90 años), se edificó un centro comercial que obstruye el 90 por ciento de la vista a la bahía en detrimento tanto de los naturales como de los turistas.

¿Por qué ese despojo al pueblo? ¿Por qué quitarle ese atractivo a los turistas, en beneficio de una empresa mercantil?

México pudo ser el paraíso del norte y del sur del continente americano, y lo fue Acapulco durante varios años. Hoy lo que priva en el puerto es la corrupción, la injusticia y el deterioro ecológico. Pero Acapulco es tan bello que su crisis actual será pasajera. Lo que necesita son buenos gobernantes.

Vivimos una nueva época donde los partidos de oposición prevalecen en la Cámara de Diputados y buscan alcanzar la democracia, que nunca hemos tenido a lo largo de los siglos. Desde luego la lucha no será fácil pero al lograrla no habrá más corrupción ni enriquecimiento ilícito, ni prepotencia. Al fin seremos un país más justo.