José Cueli
De la lucha libre al ajedrez

¿Persa, griego, árabe, romano? ¿Ludus Lantrun colorum de los latinos?, ¿Peteia en la Hélade?, ¿Strogeto de los japoneses?, ¿Chatarunga de los Indios? Tiene de todos modos un origen legendario... Un príncipe real, pálido y fino y el preceptor que le instruye en los deberes de su futuro rango.

Y la idea del juego complicado que enseñe al regio vasto como, a pesar de ser el rey la pieza principal, nada puede alcanzar sin la mancomunada ayuda de sus súbditos... Luego, el premio solicitado; un grano de trigo por la primera casilla, dos por la segunda y así en progresión hasta necesitar el que sembrara de trigo la extensión toda del planeta no menos de 76 veces.

El aroma de la vieja leyenda ha empapado de nobles perfumes el prosaismo televisivo de nuestros días... Un círculo cualquiera, de cualquier ciudad, de cualquier latitud... El tablero de ajedrez es el mismo: Sissa, el preceptor de la leyenda --gafas escrutadoras, indumentaria vulgar, orondo cráneo-- alza en su mano el alfil decisivo y pierde en su colocación definitiva la noción del tiempo.

Enfrente, el príncipe real --Muñoz Ledo y luego Medina, Creel, Gómez-- meditan confiados y silenciosos sin turbantes emplumados ni ropones talares de centelleadoras pedrerías. Del otro lado del tablero Chuayfet, Núñez, Urióstegui y un calmado personaje --el Rey Zedillo-- acaso convertido ahora en impertinente mirón del momento, pone a su mirada de pensador por testigo del combate en litigio, en espera de su turno. En un segundo ajedrez entre el Legislativo (lento) y el Ejecutivo (rápido) ataque calculado, pero ¿noble?, ¿será paciencia y ciencia?, ¿filosofía y negociación? en sesiones interminables. ¿Jaque? ¿Tablas?... ¿No abarca el juego ajedrecista las zonas claras, lúcidas y oscuras de lo inconsciente, es decir, los sombríos, tortuosos y terribles hoyos negros donde acechan los peones emboscados?

Ejecutivo y Legislativo, con la cabeza entre las manos, viven los tormentos íntimos de los calvarios silenciosos de la vida interior amarga como la hiel de las madrugadas. Entramos en la época intelectual ajedrecista de nuestra política a la que llegamos lentamente. La palabra como forma de negociación en el ajedrez de nuestra vida. En espera de no regresar a la lucha cavernaria, al fin en el ajedrez se saben las salidas, nada más.