La Jornada viernes 5 de septiembre de 1997

Horacio Labastida
El Informe

Reconociendo la fina percepción de Carlos Medina Plascencia, puesta de manifiesto al rechazar la solicitud priísta de un diálogo antes de instalarse la LVII Legislatura, destacaron en la sesión del pasado lunes, cuatro intervenciones connotantes de distintas y aún opuestas banderas políticas. Pablo Gómez, agudo, inteligente, experimentado, fue al grano de las cosas. El compromiso fundamental de los diputados es no sólo cuidar presupuestos e impedir autoritarismos gubernativos, sino muy principalmente batallar contra las causas que han conducido a los profundos desequilibrios que hoy padece el país: una minoría enriquecida como nunca antes había ocurrido, y millones de familias famélicas, desesperadas, tanto en las clases medias como en los estratos más modestos de la sociedad, donde la pobreza es además brutalmente acosada por fuerzas armadas y policiales, sin que importen por supuesto los derechos humanos ni las leyes constitucionales. El discurso de Mariano Palacios Alcocer reflejó sólo un sueño de lo que el PRI debería ser y no es, a pesar de la palabra sincera y honesta del ex gobernador queretano, pues el PRI, y esto debe repetirse una y otra vez, no es propiamente un partido porque forma una ecuación inalterable con el gobierno desde que lo inventó Calles, hacia 1929, y lo adornaron Luis L. León con su vehemente oratoria y Froylán C. Manjarrez en Jornada Institucional (1930). Los que de algún modo hemos ocupado altas posiciones en la administración priísta sabemos muy bien que nada se decide sin la decisión del Presidente (yo dejé de pertenecer al PRI en 1990), y no es necesario ser priísta para comprender que el presidente toma sus acuerdos en función de los intereses, propios y ajenos, que mueven al presidencialismo como institución fáctica y autoritaria. Esta es por cierto una de las más aceradas tramas de nuestra vida política, que entre otros efectos anula la existencia del PRI.

Muchos esperaban un mensaje hondo, sereno e iluminante del presidente Ernesto Zedillo sobre todo por las circunstancias prevalecientes, pero no fue así; optó por el camino trillado del presidencialismo y dejó a un lado los grandes problemas nacionales. Recordemos que los últimos 51 informes a partir del que leyó Miguel Alemán en septiembre de 1947 hasta el que escuchamos el 1o del mes en curso, responden a un modelo montado con una sobrecarga de cifras dudosas y un ritornelo apologético de lo hecho por el titular en turno, ritornelo explicitado en frases alambicadas como las siguientes: por primera vez hemos logrado... todo lo prometido es hoy una realidad... al fin superamos los obstáculos, mas el bienestar de la población se apreciará en el futuro, palabrería que permite ocultar los problemas que en verdad preocupan a las gentes. Nada oímos ahora de los incumplidos acuerdos de San Andrés ni de las guerrillas ni del desempleo ni de la sujeción de la política económica al neoliberalismo impuesto en México por bancos multinacionales, instituciones estadunidenses o grandes corporaciones trasnacionales, ni de los magnicidios ni de los homicidios políticos ni de los presos por ideas ni de las condiciones pésimas en que se prestan los servicios sociales; nada, únicamente se habló de éxitos o avances que nadie ve. ¿Acaso la propuesta de una economía de Estado podría implicar la derogación de los artículos constitucionales 123, para abrir la puerta a los salarios reales, y el 27, a fin de entregar la operación económica a los empresarios privados de aquí o de allá?

¿Por qué no habló claro el Presidente?, porque el presidente mexicano no es autónomo respecto del presidencialismo; la lógica de su pensamiento y de sus actos está condicionada por lo que conviene al presidencialismo autoritario, y estas barreras son las que impiden romper con los intereses creados. Sólo hay una excepción en la historia moderna, la de Lázaro Cárdenas que optó por acatar la voluntad nacional y hacer abortar el presidencialismo militarista del Jefe Máximo de la Revolución, cuyas consecuencias inmediatas fueron el cambio de una economía de los menos por una economía de los más, y el recobramiento del petróleo ilegalmente concesionado. Pero convengamos, un acto de esta magnitud no tiene fáciles réplicas en la historia.

En su respuesta al Informe, Porfirio Muñoz Ledo expresó lo que el país quería decir y escuchar. Sólo hay un modo de poner en marcha la democracia cuando se tiene el poder en las manos: mandar obedeciendo, pues así el gobierno significa una radical negación de todo dogmatismo político. Contra lo aceptado por el lejano absolutismo, en la democracia el gobernante sólo puede ver, oír y deliberar con la inteligencia y la fuerza del pueblo atrás de él. Esto es lo que en esencia dijo Porfirio Muñoz Ledo en la reunión del Congreso de la República.