Miguel Covián Pérez
Excesos tribunicios

Si alguna característica sobresaliente tuvo el discurso de mi viejo conocido Porfirio Muñoz Ledo, la noche del 1o. de septiembre, fue el uso abusivo de las hipérboles, aunque también llama la atención el empleo inadecuado de las citas insertas en su alocución. Y como desaciertos de fondo, los dislates jurídicos inherentes a los excesos retóricos ya referidos.

El arte de la oratoria, como sabemos Porfirio y yo desde que fuimos contendientes hace 45 años, depende en gran medida del dominio de los tropos y de las hipérboles, es decir, del lenguaje figurado mediante el cual las palabras escapan de su sentido recto, exacto y restringido, y asumen la pomposidad que otrora se llamaba grandilocuencia. La hipérbole, en particular, consiste en exagerar las cualidad o importancia de una persona, cosa, fenómeno o suceso. Desde el primer párrafo de su muy comentada disertación, el diputado Muñoz Ledo se lanzó por ese camino y ya no pudo abandonarlo.

Describió el acto que presidía como la ``condensación histórica'' de las luchas contra el poder absoluto y el punto de partida ``de la instauración de una República justa y soberana''. Remate hiperbólico que, de ser tomado en su real connotación, implicaría que los mexicanos hemos vivido durante 173 años en un ensueño libertario nunca antes alcanzado, hasta que el bloque opositor de las LVII Legislatura logró crear las condiciones objetivas y subjetivas para ``instaurar'' la República. Prefiero suponer que Porfirio se dejó ganar por un arrebato tribunicio, porque si hablaba en serio no faltaría quien pusiese en duda su proverbial humildad.

No es necesario abundar con otros ejemplos. Son obvios para cualquier lector de mediana cultura histórica y jurídica. Pasemos al artificio de las citas. La que reproduce palabras de Juárez habría sido tal vez adecuada en labios de un Presidente de la República, porque en él parecería justificado el ánimo de afrontar todas las dificultades que el voto popular le impuso; pero pronunciada por Muñoz Ledo no es pertinente, pues fue candidato plurinominal y los sufragios que lo hicieron diputado no fueron obtenidos, en rigor, por su persona sino por su partido. Individualizar esos votos para equipararse con Juárez es inconsistente y a la vez desmesurado, aun como recurso oratorio.

Tanto o más desafortunada fue la referencia al Justicia Mayor del reino de Aragón. Como ya demostró Miguel Angel Granados Chapa (Reforma, 5-IX-97) con impecable erudición, en aquel episodio no se defendían los derechos del pueblo aragonés frente al monarca, sino los privilegios de los señores feudales. Curioso reacomodo de la índole de los protagonistas, el que intentó Muñoz Ledo, cuando afirma que la igualdad invocada (e incluso la supremacía argumentada) correspondían a una exigencia ``de respeto a los derechos de sus compatriotas'', correlacionada con ``la mutación del súbdito en ciudadano''. Ni los barones pretendían la calidad de ciudadanos ni al Justicia Mayor pudo pasarle por la mente la imagen de sus ``compatriotas'' (los miserables siervos de la gleba) reclamando su derecho a dejar de ser súbditos del monarca, pues la oprobiosa condición de la que habrían querido liberarse era la servidumbre que los ataba a los señores feudales.

En tono justificativo, el equilibrado periodista y riguroso historiógrafo que es Granados Chapa, intuye que Muñoz Ledo recurrió a la cita con sentido metafórico. No es de dudarse; pero aun así el dislate jurídico abarca realidades actuales y no solamente inexactitudes sobre los hechos pretéritos configurativos de la metáfora. Baste con recordar que el Presidente de la República no es, en nuestro sistema constitucional, un jefe de gobierno integrado al parlamento ni sujeto a un eventual voto de censura que implicase la terminación de su mandato, sino el titular de un poder autónomo e irrevocable. A mayor abundamiento, es simultáneamente jefe de Estado y en él recae la representación jurídica y política de la soberanía nacional frente al exterior. Por consiguiente, es falso que los diputados y senadores sean, cada uno, iguales al Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos; y una peor aberración pretender que ``todos juntos'' formen un poder superior al que está representado por el Ejecutivo de la Unión y que es inherente a su investidura.

Reseñan los diarios que, antes del Informe pero dentro de la misma sesión, Muñoz Ledo advirtió con severidad a quienes lo acompañaban en el sitial de la presidencia del Congreso, que él sí acepta interpelaciones y, además, las sabe responder. Una interpelación interesante hubiera sido inquirir sobre la fecha de su examen profesional para obtener el título de licenciado en derecho y los nombres de sus sinodales.