José Agustín Ortiz Pinchetti
Se ganó una batalla, no la guerra

Al terminar la inauguración de la LVII Legislatura hubo una explosión de júbilo. Todos los grandes protagonistas, incluido el Presidente de la República y el del Congreso, adversarios, invitados, periodistas y hasta los ujieres expresaron su alivio con un aplauso largo e inolvidable. Había terminado uno de los lances más dramáticos en la historia política de México. Las cosas habían salido bien. La oposición obligó al PRI a aceptar sus pérdidas del 6 de julio. Porfirio Muñoz Ledo (el artífice de la alianza opositora) alcanzó una cumbre retórica y un abrumador éxito político. El presidente Zedillo se vio bien. Sonriente abandonó el recinto. Probablemente era sincera su satisfacción. ¿Se verá justificada en los próximos meses? Pero tanto el triunfo opositor como el raro equilibrio de los enemigos políticos puede ser efímero. La línea de choque elegida por los dos adversarios puede hacer graves daños para la causa de la República.

Uno se pregunta constantemente si esta Legislatura, cuya misión expresa y explícita es construir por consenso una gran reforma política, ha optado por la mejor de las tácticas para lograrlo. Por el contrario, creo que han privilegiado la confrontación. Ninguno de los dos bandos es enteramente culpable. El PRI perdió nueve semanas desde el momento en que conoció la composición definitiva de la Cámara de Diputados hasta dos semanas antes del Informe. Prefirió, de acuerdo con su tradición, atrincherarse y utilizar la ``presión angustiosa de la víspera''. Una propuesta generosa de su parte hubiera sido aprobada por sus contrincantes con mucho menor costo que el pagado a fin de cuentas. El PAN y el PRD por primera vez entendieron que la única forma de vencer al PRI era unirse entre ellos. Porfirio Muñoz Ledo atrajo a los pequeños partidos y unió a los grandes. No puede restarse mérito a su liderazgo. La oposición optó por ``mayoritear'', autojustificándose con las desmesuras del ``mayoriteo'' del PRI en el pasado.

A lo mejor era necesario resquebrajar la prepotencia del PRI, pero la oposición no puede creerse que va a seguir imponiendo sus iniciativas en la Cámara de Diputados, y mucho menos que la Cámara de Senadores las obedecerá por la ``presión de la opinión pública''. Pensamiento falso y peligroso. La ``mayoría opositora'' podría disolverse en cualquier momento. Vea usted: el pasado jueves, a la primera reunión de trabajo sólo asistieron 400 de los 500 diputados. El PRI puede agazaparse y arrebatar la delantera exigua de sus contrincantes y mayoritearlos a su vez. Tendría su revancha y contaría con la simpatía de una masa conservadora (no olvidemos que el 40 por ciento de la población votótodavía por el PRI ¡Respetemos a esa gente si somos democráticos!).

Pero además, la técnica de choque es peligrosa. La amargura de los perdedores no es un buen ingrediente para fincar un nuevo sistema político. Los priístas van a estar demasiado ocupados en inventar el contraataque como para diseñar propuestas renovadoras. Es más, podría haber un ataque contra el mismo presidente Zedillo. Si los priístas empiezan a creer que su vieja disciplina inercial los llevará a la destrucción, no hay duda que los más reaccionarios podrían provocar un choque interno. Difícilmente puedo ver alguna forma en que esto favoreciera el clima social o el proyecto de reforma del Estado. Pero a la mejor yo estoy equivocado y el verdadero destino de esta legislatura no es llegar a un acuerdo nacional por la democracia, sino más bien ser campo para preparar la toma de la Presidencia de la República en el año 2000. Así sería explicable esta lucha de desgaste. Me cuesta trabajo pensar que la oposición crea que en las duras condiciones en las que se encuentra, en un contexto político controlado por el PRI, podría desafiar impunemente al sistema.

Pero vamos a la parte constructiva. Si la confrontación es inútil y peligrosa, ¿qué podrían hacer los señores diputados? Creo que el único enfoque adecuado del problema es verlo como un asunto de confianza. ¿Cómo hacer que el pueblo confíe en los políticos de la Cámara de Diputados? Habría que abandonar el choque y optar por la reconciliación. La invitación de Porfirio Munoz Ledo resulta pertinente. ¿Será eficaz? Ha dicho: ``La reconciliación debe de darse en la pluralidad para crear políticas de Estado a largo plazo que le permitan al país, con unidad democrática, salir adelante''. Me pregunto: ¿qué estaría dispuesto a ceder Porfirio?

La propuesta del Presidente de crear una política económica de Estado es correcta. Por desgracia no ha cobrado la suficiente resonancia. De aprobarse el acuerdo fundamental sobre la estrategia del desarrollo (que supere el límite sexenal), éste se convertiría en fundamento para la reforma democrática, como lo fue el Pacto de la Moncloa en el caso de España.

Son buenas las intenciones, declaraciones, iniciativas verbales, pero la gente quisiera ver hechos: iniciativas generosas, respeto a los contrincantes, negociaciones fructíferas. Que los diputados acepten que la misión de esta legislatura es desmantelar el viejo sistema, construir otro y permitir a todos los competidores sobrevivir con dignidad.