La Jornada 7 de septiembre de 1997

El canibalismo de la izquierda hizo crecer la leyenda negra del Procup

Blanche Petrich /I Ť Nunca figuraron en las listas de los ``presos políticos'' defendidos por los organismos de derechos humanos más reconocidos hasta que el zapatismo revivió el tema de las guerrillas. Y aun así se les etiquetaba: ``¿Esos? Son del Procup...'' Por su pertenencia a esa organización, sigue siendo complicada la aproximación al caso de Ana María Vera Smith, su esposo Felipe Edgardo Canseco Ruiz y los siete que aún siguen presos, entre ellos David Cabañas, hermano de Lucio, y Felipe Martínez Soriano: ``Porque hay una leyenda negra en torno al Procup; dilo así, sin pena, no somos susceptibles''.

--Pues sí, es una organización que tuvo, o tiene, mala fama. Se le conoce como ultrarradical, infiltrada por la policía política, que ajusticiaba a sus disidentes; ¿qué es o qué fue el Procup?

--Hoy -responde Canseco- ya no existe. En su momento se planteó la transformación de México sobre la base de una plataforma radical y socialista. Esa leyenda negra sigue flotando, aunque creo que en menor medida, a raíz de que se autoextingue. En 1990 entendíamos esa mala fama como resultado del trabajo de contrainformación de los cuerpos de la policía política. Lo de la infiltración es falso. Como es natural en este tipo de organizaciones, vivíamos en condiciones muy difíciles de clandestinidad. Logramos sobrevivir a los golpes de los sesenta y setenta. Nos costaba trabajo articularnos en la realidad nacional. Y también contribuyó mucho el canibalismo de la izquierda. Vino a rematar el incidente de La Jornada.

El 2 de abril de 1990 una brigada clandestina del Procup pasó a dejar materiales propagandísticos a este diario, en la Avenida Balderas. Cuando los mensajeros se retiraban, los dos veladores del diario salieron a darles alcance para devolverles el sobre que acababan de dejar. No sabían que los acompañada una escolta que les ``cubría'' las espaldas y que, en su concepción, esa organización consideraba ``acciones armadas'' a tareas como éstas. Los de la ``retaguardia'' dispararon y mataron a los dos trabajadores, Enrique García, de 16 años, y Jesús Samperio, de 35.

A este doble homicidio le siguió una fuerte batida de la policía contra todo resabio de grupo armado que hubiera en la época y contra el movimiento popular radical. Fueron, en su momento, más de 600 arrestos e incontables casos de tortura.

A siete años del doble homicidio y después de purgar seis años y medio en prisión, Canseco y Vera Smith -que afirman no haber tenido ninguna responsabilidad en este caso en particular- repiten lo que en aquel momento admitió su organización: ``Tuvimos el valor de reconocer el error. Lo lamentamos. Vivíamos tan trágicamente aquellos años que disparar era la única reacción que pudo darse en nuestros militantes, que vieron o creyeron ver que dos policías los perseguían''.

--¿Por qué la única? ¿Qué hacían como organización político militar que justificara así el uso de las armas?

--Nosotros -responde Ana María Vera-, personalmente nada; nos encargábamos del área de prensa y propaganda. Pero el Procup sí estaba en una dura confrontación con la policía. Teníamos militantes desaparecidos, asesinados y una decena de presos torturados en las cárceles. Eramos proscritos. Y los muchachos que dispararon, como toda estructura de este tipo, tenían instrucciones de repeler un intento de detención.

--¿Qué representaba el Procup en ese momento?

--Remitámonos -contesta Canseco- a los documentos de nuestra estrategia de principios de los noventa. Estábamos pasando de la etapa de construcción a la de consolidación de un partido revolucionario, con una concepción de ejército revolucionario, un frente de masas.

--¿Ejército para qué?

--Por una concepción de guerra popular prolongada. Se pensaba que jamás el gobierno iba a permitir que fuerzas distintas a ellos accedieran al poder. Teníamos toda la historia de México por detrás para verlo así. La vía electoral estaba cerrada.

--Había mucha sangre de por medio -dice Ana María Vera-. Militaban en nuestras filas muchos hermanos de asesinados. Y los medios de comunicación no denunciaban nada. Podían darse casos de 20 o 30 asesinados en Oaxaca y el silencio de la opinión pública era total. Nos preparábamos para una política de aniquilamiento.

--¿Cómo era el Procup? ¿Rural, urbano?

--No sabemos -admite Canseco-. En Oaxaca participaba el sector universitario y estudiantil popular, en especial después de la desaparición de poderes de 1977 por la masacre de campesinos. Ya con el general Eliseo Jiménez Ruiz de interino se ocupa militarmente la universidad y son expulsados mil 400 estudiantes. Yo estudiaba bachillerato. Tenía 15 años. Estaba en el grupo de teatro Nezahualcóyotl. Entendí, como muchos otros, que en México no cabíamos todos.

--El entonces rector expulsado Felipe Martínez Soriano (preso todavía en el penal federal de Almoloya) ¿era dirigente del Procup?

--Esa es otra historia. Durante seis años de prisión me tocó compartir la celda con el profe, que ya tiene 70 años, y estoy cierto que nunca perteneció al Procup. Es más, que nunca participó en ninguna forma de lucha armada. Y el gobierno lo sabe perfectamente. Lo que no le perdonan es su radicalismo.

--¿Qué labor tenían ustedes en el Procup?

--Elaborar la propaganda -narra Ana María Vera- y coadyuvar a que el partido no se desligara del momento político.

Ella es tampiqueña. Participó en el movimiento estudiantil de la Facultad de Psicología de la UNAM y posteriormente en el sindicato del Instituto Nacional para la Educación de Adultos. ``Entre las diversas opciones de izquierda que había en la época, el Procup me convenció''.

--¿Qué pasó con el Procup a raíz de las redadas de abril?

--Ni lo tocaron. Cayeron compañeros de muchas otras fuerzas, pero ninguno de nosotros. A David Cabañas lo detuvieron hasta el 12 de junio de ese año y fue algo accidental.

Relatan que el guerrerense, militante del Procup que ya poco tenía que ver con la guerrilla fundada por su hermano Lucio, viajaba por calzada Zaragoza en un auto sin placas. ``Era clandestino, pero se confió. Al principio la policía de tránsito ni sabía a quién tenía, pero llevaba propaganda y un arma. El entonces procurador Ignacio Morales Lechuga y el director de Averiguaciones Previas de la policía federal, Ponce Rojas, vieron la oportunidad de culpar a alguien por lo de La Jornada. En la tortura David se ablandó y dio nuestra dirección en Los Reyes La Paz, estado de México. A los demás los detuvieron un año después. Primero a cuatro, luego a otros cuatro y al final a tres más.

De esa época quedan en la prensa las fotografías de los detenidos magullados y, en particular, en el caso de Ana María, con huellas de brutales torturas. Seis días en cárceles clandestinas y luego largas sesiones de tortura en los separos de la PGR. De esos días, Vera Smith rescata la voz solidaria de Laura Bolaños, quien entonces dirigía la Liga Mexicana de Derechos Humanos, que acudió a asistirlos. ``Los niños están bien'', le dijo. Entonces comprendió que lo que le decían sus captores de que sus hijos estaban graves y que a ellos también se les iba a torturar era solamente una presión psicológica.

--¿Cómo resintió el Procup estas detenciones? ¿Arrestaron a alguien de la dirección?

--¿Es broma? -expresa Canseco-. Ni los rasguñaron. Nosotros no lo sabíamos a ciencia cierta, pero intuíamos que nuestra prisión no afectó políticamente al partido.

--Era el tiempo de los desaparecidos -señala Ana María Vera-. A nosotros al menos nos presentaron vivos. Eso era lo que el Procup demandaba con ametrallamiento de casas de bolsa y otras acciones armadas en el DF, en Acapulco, Oaxaca y estado de México.

--¿Cómo le afectó al Procup el error de matar a dos trabajadores de La Jornada?

--A nosotros -responde Ana María Vera- desde la cárcel, mucho. Nadie se pronunció a nuestro favor.