La Jornada Semanal, 7 de septiembre de 1997
El escritor y especialista en política internacional Guillermo Almeyra se ocupa en este ensayo de la ``torre de papel'' que se ha edificado recientemente en torno al Che.
Con el derrumbe del Muro de Berlín y del llamado ``socialismo real'', con todos sus dogmas y su santoral, y tras un momento de atonía, ha tenido lugar una recuperación del sentimiento histórico que ha actuado como contrapeso para la multitud de libros escritos por los arrepentidos del pasado estalinista, como Franois Furet o Eric Hobsbawmn. Entre los jóvenes, en particular, el deseo de conocer las experiencias de las personalidades rebeldes y antidogmáticas ha crecido en proporción directa a la desconfianza en las instituciones, los partidos y los aparatos de formación de la opinión pública. Ansia de conocimiento, búsqueda de autenticidad e intransigencia: tales son las motivaciones que explican el resurgimiento entre los jóvenes europeos y latinoamericanos de posiciones anarquizantes, o el éxito de figuras como el Che Guevara y ``Marcos''. Esta tendencia no ha llegado aún al Asia; tampoco a los Estados Unidos, donde sin embargo Grove Press ha publicado un libro de John Lee Anderson sobre el Che, la biografía más documentada de todas las producidas hasta hoy. Pero la corriente es mundial.
En Cuba, después de más de veinte años de silencio oficial crece, particularmente entre los jóvenes, el interés por un hombre que decía siempre lo que pensaba (aunque no siempre pensase bien ni lo mismo que el día anterior), que detestaba los honores y los títulos, la riqueza y el poder, como un jansenista moderno, y que dedicó su vida a la lucha contra la injusticia, la prepotencia y el privilegio. Hoy, cuando el ``pensamiento globalizador'' ha enviado la Utopía al desván, renace el interés por la heterodoxia, por la rebeldía. En Argentina también reaparece la chemanía: una de las principales casas editoriales de aquel país, Espasa Calpe, publicó La vida en rojo, del mexicano Jorge Castañeda, que pronto será editada también en México. Este libro viene a sumarse a otras dos obras recientemente publicadas en México: Ernesto Guevara, también conocido como el Che, de Paco Ignacio Taibo II (Planeta-Joaquín Mortiz, 1996) y Che Guevara: el pensamiento rebelde, de Enzo Santarelli y quien esto escribe (Ediciones La Jornada, 1997, versión en español del libro del mismo título publicado en 1993, en Roma). En Italia -donde la pasión por el Che comenzó en 1993 con la aparición de un libro biográfico que acompañaba, como suplemento, al entonces órgano del Partido Comunista italiano, L'Unit, y con el libro mencionado de Almeyra-Santarelli- se han publicado recientemente muchos trabajos acerca del Che. Vale la pena mencionar unos cuantos. Además del diario de Guevara-Alberto Granados sobre su viaje en motocicleta por América del Sur (Latinoamericana, 1995), tuvieron éxito las biografías de Roberto Massari (Che Guevara, pensiero e politica dell'utopia, 1987) y de Antonio Moscato (Che Guevara, storia e leggenda, 1996); destacan también el libro de Roberto Massari-Fernando Martínez et al. (Guevara para hoy, 1994), y la biografía escrita por Saverio Tutino (Il Che in Bolivia. Memorie di un cronista, 1996). En España apareció hace poco el libro Che Guevara, ¿aventura o revolución?, de Horacio Daniel Rodríguez (Plaza & Janés, 1997). En Francia, país pródigo en libros sobre el Che, se han publicado en 1996-97 varias obras sobre el tema: la traducción de la biografía escrita por Paco Ignacio Taibo II; Che Ernesto Guevara, une légende du sicle, de Pierre Kalfon (1997); el libro sobre el recorrido de Guevara y Granados por América del Sur, Lous soient nos Seigneurs, de Regis Debray (Gallimard, 1996), y el libro de Dariel Alarcón Ramírez, Vie et Mort de la Révolution cubaine (1996), traducido en España por Tusquets bajo el título de Memorias de un soldado cubano.
El loable laicismo de Paco Ignacio Taibo II
Comencemos por comentar el libro de Paco Ignacio Taibo II, que ha tenido muy buen recibimiento en México, Argentina e Italia, y no tanto en Francia. Su mérito principal es la generosa cantidad de información que el autor ha recopilado y el esfuerzo por tomar distancia frente a su personaje, para evitar la hagiografía -defecto común a todos los libros sobre el Che publicados en Cuba. Es muy interesante, en particular, el capítulo relativo a las diferencias surgidas en 1959-60, en el seno del grupo triunfante, un aspecto que el notable libro de Anderson no capta bien (pues liquida en bloque a todos los miembros del M-26 de julio como si fueran derechistas, cuando muchos eran nacionalistas de izquierda) y que el enorme libro del Departamento de Estado sobre ese mismo periodo ni siquiera menciona. En el libro de Taibo, la parte referente al çfrica está notablemente mejor presentada que en su libro anterior, el Diario del Che en çfrica, el cual carecía de referencias cronológicas, manipulaba los documentos, mezclaba los textos de Guevara con interpolaciones o desarrollos y, sobre todo, dejaba ver que había existido una selección previa, ``políticamente correcta'', de los materiales que el Estado cubano permitió hacer públicos.
Desgraciadamente, la edición de Ernesto Guevara, mejor conocido como el Che deja mucho que desear: hace nacer a Guevara en junio en vez de julio de 1928; tiene una ortografía fantasiosa, llena de acentos erráticos, con preposiciones y conjunciones mal empleadas; usa mil veces la letra A mayúscula, además acentuada, en el gentilicio africano (çfricano); se equivoca siempre en la grafía de los nombres (el líder rebelde congolés Gastón Soumialot, por ejemplo, se transforma en Soumaliot), y otros descuidos por el estilo.
A estos pecados, no sé si veniales, se agrega, lamentablemente, la falta de profundización en lo que se refiere al contexto histórico en que se movió el Che durante cada etapa de su breve vida militante, así como en lo relativo a la evolución de su aprendizaje político y teórico. No hay tampoco una comparación suficiente entre lo que pensaba Guevara y lo que sobre el mismo tema opinaban otros políticos y dirigentes de la época.
Pese a estas insuficiencias, a favor de esta obra hay que decir que no sigue al pie de la letra la versión oficial cubana sobreÊel Che, no oculta conflictos y diferencias entre Guevara y Fidel Castro ni entre aquél y varios dirigentes cubanos, y baja al Che de los altares burocráticos para darnos de él una versión laica y libertaria. Sin embargo, esta obra es insuficiente como biografía política, pues no analiza la evolución de Guevara, en poquísimos años, desde su fe ciega en el comunismo oficial (1954-1960) hasta el redescubrimiento, y la legitimización desde el gobierno, de posiciones fundamentales de los marxistas disidentes de los años 20-30, casi olvidadas o muy marginadas.
Otras biografías de Guevara
En contraste, el libro Che Guevara: el pensamiento rebelde busca colocar al personaje en su contexto político. Dos ensayos (uno del conocido historiador italiano E. Santarelli, y otro del autor de estas líneas) tratan sobre la formación cultural y política del Che, lo ubican en su época y lo confrontan con otros pensadores, otras corrientes. Al dejar de lado, voluntariamente, los datos, las entrevistas, las citas y la comprobación cruzada de las opiniones y textos de otros autores, el libro no se dirige ni a académicos ni a especialistas, e intenta dar a los jóvenes una comprensión básica del pensamiento del Che y la época en que le tocó vivir.
Por su parte, La vida en rojo de Jorge G. Castañeda es, probablemente, el más sólido de los libros biográficos sobre el tema publicados en nuestro idioma, pues dedica espacio al trasfondo económico y social de los países donde actuó el Che y sintetiza las ideas de sus principales obras. Tiene también pequeños errores: el periodista italiano S. Tutino es transformado en Tuffino; el ``comunismo del goulash'', que viene de una frase de Jruschov según la cual el comunismo sería la posibilidad de comer más goulash, se presenta como si fuese de origen húngaro, y la famosa frase antiintelectual de los peronistas en 1946 -``alpargatas sí, libros no''- es atribuida a los estudiantes antiperonistas, que habrían gritado ``libros sí, alpargatas no''. Pero los defectos del libro, escrito con claridad, provienen más bien del hecho de que el autor da demasiada importancia a las entrevistas, sin confrontarlas suficientemente con opiniones contrarias o con otros documentos, y sobre todo, de que en momentos claves de la vida del Che se guía particularmente por lo que decían sus enemigos (estadunidenses, ingleses y rusos o prosoviéticos de diversas nacionalidades).
No queda claro, por ejemplo, por qué Guevara tuvo que irse de Cuba. Castañeda sugiere que se debió a un giro prosoviético de Fidel y a la pérdida de posiciones del Che en el campo económico. Pero Fidel Castro aplicó durante cuatro años, luego de la salida del Che, lo que creía era la línea económica del argentino: suprimió los incentivos materiales, la dependencia salario-horas trabajadas, eliminó las multas por ausencias o retrasos e incluso hizo publicar en 1967 cuatro editoriales guevaristas en el Granma (bajo el título de ``Lucha contra el burocratismo''). Guevara se fue de Cuba sin pelearse con Castro, pero con la impresión de que sus críticas al ``socialismo real'' no eran escuchadas, y que se le temía, e incluso en parte se le marginaba por ser extranjero. En cambio, Castañeda enfatiza la ingenuidad y el esquematismo del Che, así como sus diferencias con la diplomacia burocrática cubana frente a los seudorevolucionarios congoleses. Para hablar sobre el final del Che en Bolivia, Castañeda reproduce fundamentalmente los argumentos y datos de Kalfon o los de Benigno, sin tratar de entender a fondo cuál era la situación boliviana y cuáles los grupos y partidos a los que el Che no quiso recurrir pues, al igual que el gobierno cubano, veía sobre todo las tendencias provenientes de los partidos comunistas o no había roto por completo sus ilusiones sobre éstos. En resumen, aunque el retrato que Castañeda hace del Che es, como se señala en la contratapa, polémico, ``no desarticula el mito'', simplemente porque no lo encara, aunque desmiente algunas versiones hagiográficas.
No hablaré aquí de las abundantes biografías italianas, algunas de las cuales, como la de Roberto Massari o la de Antonio Moscato, son muy útiles y contienen explicaciones políticas de los diversos problemas. A cambio, dedicaré algunas palabras a una obra francesa que quizá tenga mayores repercusiones en México. El libro del diplomático y periodista francés Pierre Kalfon (Che, Ernesto Guevara, une légende du sicle) es, en efecto, el resultado de un trabajo de diez años y, sin duda, entre las biografías europeas resulta una de las más ``políticas'', pues trata de colocar la trayectoria de Ernesto Guevara en su contexto histórico, compara su pensamiento con el de otras figuras contemporáneas y, al mismo tiempo, intenta ver las diferencias entre el Che y Fidel Castro a la luz de las palabras alguna vez pronunciadas por Guevara: ``Con Fidel, ni casamiento ni divorcio.'' El de Kalfon es un libro bien documentado (aunque presenta más lagunas que el de Anderson en lo tocante a los años cubanos del Che), y su lectura resultará más provechosa si se le combina con la de los libros de Paco Ignacio Taibo II y del mismo Anderson. Por desgracia, cuando Kalfon se aparta de los documentos y acude a su formación cultural para hablar de América Latina, incurre en un involuntario humorismo y en anacronismos imperdonables. Por ejemplo, al último virrey español, Santiago de Liniers, fusilado por los revolucionarios independentistas argentinos, lo presenta como héroe de la independencia, llegado de Francia para ``poner su espada al servicio de los criollos contra los españoles y los ingleses''.
Es interesante comparar los puntos de vista de Kalfon con los de Regis Debray, particularmente en lo relativo a las causas por las que al Che se le dejó solo y sin asistencia en Bolivia. Por ejemplo, el supuesto ``instinto suicida'' del Che, tan destacado por Debray, para Kalfon es antes que nada arrojo, conciencia solidaria de sus deberes hacia sus compañeros y, alguna vez, atracción por la batalla como desahogo de una tensión insoportable. Además, queda claro que el Che no fue a Bolivia para combatir, sino para preparar combatientes para otras luchas, y que todos los errores y defectos de esa aventura no se debían sólo a él, sino a toda la dirección cubana.
Ese ``antipático'' del Che
A pesar de las fotografías que en los libros de Taibo y de Kalfon lo muestran como Cristo en el Gólgota, o de las imágenes que lo colocan al lado del Cristo de Mantegna, Guevara estaba lejos de representar la figura de un Mesías. En esa mezcla tan argentina de autoironía, rigor extremo y conciencia de sí mismo, había elementos aristocráticos conviviendo con elementos católicos, heredados posiblemente de su madre (pues Celia de la Serna había querido ser monja por amor a los pobres). Pero Guevara era profundamente laico y, además, no predicaba la resignación sino la lucha: su reino sí era de este mundo. El Che fue, antes que nada, un hombre de su tiempo, que en menos de diez años experimentó un rápido aprendizaje político, partiendo, es cierto, de concepciones dogmáticas y estalinistas -que él sin embargo aplicó con honestidad-, pero sólo para avanzar hacia una concepción propia y heterodoxa, que contenía elementos maoístas (aunque no era prochino) o trotskistas (aunque criticaba a esta tendencia).
Como hombre en lucha constante contra una enfermedad que lo asfixiaba, ponía a prueba cada día su voluntad de hierro y era durísimo consigo mismo. A veces mostraba la misma exigencia con la gente que estimaba, pero no por eso careció de un profundo sentido humanista y solidario, como se descubre al leer las notas que escribió tras la pérdida de Camilo u otros compañeros, y en el hecho mismo de que, pudiendo escapar al cerco, se quedó para defender a los enfermos y los heridos. Cometió efectivamente injusticias y fue a veces brutal en la Sierra, pero llevado por un deseo de justicia y porque creía que, en una guerra, es necesaria la disciplina, noción que sólo al final de su vida comenzó a matizar políticamente.
Siempre supo escuchar y discutir; jamás se creyó el Poseedor de la Verdad ni pretendió imponer sus ideas a los demás, con el aparato o la violencia. Su rigor consigo mismo y con los otros era por eso reconocido por todos, y su ejemplo de coherencia ética chocaba con el pragmatismo de otros dirigentes que pronto comenzaron a ceder ante aquello que Cristian Rakovsky ha llamado los ``peligros profesionales del poder'': el mando, las mujeres, los autos, los lujos.
Hay quien ha dicho que el Che era un sanguinario porque optaba siempre por la vía armada y porque llamaba a crear varios Vietnam. Pero debe recordarse que el uso de las armas formaba parte de la vida en esos tiempos: Corea (1950-52); Guatemala (1954); la Revolución cubana; la argelina, con su millón de muertos; Hungría (1956); la guerra por el Canal de Suez, y, sobre todo, la larga guerra en Indochina. No era él, pues, el sanguinario: lo fue la época, que cerraba otros caminos; sin esas luchas sangrientas no hubiera sido posible arribar a experiencias políticas menos costosas. Un personaje debe ser medido en su contexto, no en abstracto, y si alguien merece la acusación de sanguinario no es Guevara sino los dirigentes que se empeñaron en prolongar la guerra de Vietnam, los que negaron su ayuda a las luchas anticoloniales en çfrica, o aquellos que permitieron el aplastamiento de la experiencia de la Unidad Popular chilena.
El Che jamás se opuso a Fidel, pero tampoco lo idealizó. En la Sierra, al comienzo, llegó incluso a dudar de que Castro estuviera decidido a implantar un cambio real y volvió a dudar cuando la publicación de su carta-testamento le cerró el retorno a Cuba y lo convirtió nuevamente en un extranjero, como en 1957-59. No se sabe qué habría pasado si hubiese vuelto a Cuba, derrotado en Bolivia, como volvió después de la lamentable aventura en el Congo, de la cual fue responsable también toda la dirección cubana.
La coherencia de Guevara, su capacidad de transformar radicalmente su manera de pensar y su sentido de la justicia lo hicieron y lo hacen popular, incluso entre aquellos que no quieren saber nada del marxismo. Por eso el Che es una figura fundamental, moderna y antigua a la vez, un personaje dogmático al comienzo, pragmático siempre, un revolucionario optimista que confiaba en el instinto de justicia y solidaridad de los hombres.
Ernesto Che Guevara de la Serna fue, si se quiere, un hombre de religión, porque trataba de ligar, de unir en todo el mundo a quienes se desconocían entre sí, pero no fue jamás un hombre de Iglesias o capillas burocráticas. Si fue un misionero, lo fue de la revolución socialista, de la Utopía, que se opone a los dogmas. Por eso vive.