La Jornada Semanal, 7 de septiembre de 1997
no era la muerte,
ya en su cucharita de plata vieja
aprendió el aprendiz a hacer alardes
domésticos por vanos,
que me resultan viejas intenciones,
olvidado festín de flor y canto,
migaja nada más. Ni fue nostalgia,
aunque en la suave sala del deleite
y su intuición magnífica
tallara la memoria una caligrafía de cometa,
con su cauda de piel y escalofrío.
Ni, como dicen, el saber amargo,
resumen más tedioso de lo mismo,
pequeña necesidad, piedra porosa,
opuesta en certidumbre a los fulgores.
Quizás era la simple destreza del lenguaje
trenzando en torno del edén perdido
una ciudad sin límites. Esa felicidad
del que camina bajo el sol de mayo
silbando sin motivo, la despreocupación
del que no espera nada.
El fácil ir hacia lo necesario,
el perderse de polvo entre la tarde
sin dirección ni nombre
la estúpida conciencia de ser uno.
y, de repente,
Manuel Andrade (ciudad de México, 1957) es autor de Celebracions, Crónica de mayo y Vitrales, entre otros libros de poesía. Próximamente aparecerá Elogios en Ediciones sin Nombre.