VENTANAS Ť Eduardo Galeano
La risa
Javier Villafañe y Jorge Valdano habían almorzado juntos en un bodegón de Zaragoza. Ya se estaban yendo, cuando el viejo Javier se golpeó la frente: de un brinco regresó a la mesa y vació, a sorbitos lentos, la copa que había quedado a medio tomar. Mientras Javier bebía aquel resto, porque es pecado dejar vino y porque nunca se sabe si será el último trago, escuchó risas que venían de la cocina.
Habían comido muy bien, un almuerzo que era obra de maestría, y Javier decidió que Valdano y él no podían irse sin dar las gracias al autor. En la puerta de la cocina apareció un hombre tamaño niño, chiquito y solar, un fulgor metido dentro de un inmenso gorro de cocinero. Javier no sabía si felicitarlo o llevárselo para su teatro de títeres.
-Aquí nos divertimos cocinando -dijo el diminutito. Y añadió, orgulloso:
-A los platos se les nota el buen humor.
Y dijo que hay que cuidarse, porque la gente cree que las malas ondas entran por los codos y las rodillas, pero no: entran por la boca.