Julio Muñoz
ƑRazón de Estado?

Artículos anteriores han producido alguna reacción. Hace algunas semanas hice referencia al anuncio del presidente de la República Ernesto Zedillo Ponce de León, de que para el año 2000 las universidades del país contarían con 13 mil 500 nuevos maestros y doctores. Mostré mi sorpresa sobre esta desmesura y externé mis temores de que, para cumplir con la cifra, se hiciese cualquier cosa, como podría ser el otorgar grados al liberar cartillas de conscripción. No sé quién le haya soplado la cifra al oído al señor Presidente, pero cometió una imprudencia de la que probablemente se habrá de arrepentir. He oído que el numerote se dio obedeciendo a una ``razón de Estado''. Si la versión es cierta y puede que lo sea ¿quién es ``el Estado'' que ordena tales sinrazones?

Sobre ese artículo recibí algunas adhesiones, pero también invitaciones a reflexionar sobre la necesidad de ``academizar'' a nuestras universidades, y animar a los investigadores a contribuir a esta empresa. No tengo objeción, pero no sé como podría yo animar a nadie para sumarse a la empresa. Sobre tal necesidad, e incluso sobre su urgencia, no tengo ni he tenido duda alguna, como estoy seguro que no la tienen ni el doctor Daniel Reséndiz, titular de la subsecretaría de Educación Superior de la SEP, ni su cercano colaborador, el doctor Fernando del Río, quien le dio cuerpo al Programa para la Mejoría del Profesorado (Promep), el cual auspiciaría la creación de los nuevos posgraduados, y que refleja un deseo ferviente, pero que parece hacer caso omiso tanto de los obstáculos como de las posibles formas de lograr el éxito deseado. El Promep revela también cierta insensibilidad y alguna ignorancia acerca de lo que son nuestras universidades. Es por todo esto que todavía me recorre un escalofrío cuando me acuerdo de la cifra y de la fecha.

Sé de la pasión sincera del doctor Reséndiz por la educación universitaria. Conozco sus posturas sobre política científica y educativa, y en términos generales, aunque quizá un poco abstractos, simpatizo con ellas. Más aún, sostengo que, sin ser la única, la función social más relevante y realista que los científicos mexicanos podemos ejercer eficazmente es la educación científica de nuestra juventud, la cual conviene que vaya más allá de nuestra propia reproducción. No creo sustentable que dicha educación pueda prescindir de los investigadores. Pero en estos tiempos en los que se suman puntos para alcanzar la ``excelencia'' oficial, y para tener acceso a donativos y a estipendios adicionales, la docencia no es ocupación que goce de prestigio ni de remuneración suficiente que la hagan atractiva.

Una parte de ``el sistema'' que no es una abstracción para quienes lo sufren, tira para un lado, mientras que otra tira para el contrario. La parte que gana es la que ofrece premios e incentivos, apetecibles zanahorias, y la que pierde es la que poco o nada tiene que ofrecer. En esta situación no puede esperarse un gran entusiasmo docente por parte de los investigadores.

Además no es cosa de entusiasmos y voluntarismos. Hacen falta muchas otras cosas, y sobre todo tener claridad en los objetivos, en los obstáculos, e incluso en nuestras presentes contradicciones si es que queremos superarlas. Lo que las universidades necesitan son, en primer lugar, buenos docentes, y no señores con un diploma colgado encima de su escritorio (si es que lo tienen) y un par de renglones más en su currículum. En principio, los buenos docentes sólo pueden serlo si conocen el oficio correspondiente. Y el oficio se hace investigando. Por supuesto que todo esto lo saben Reséndiz y Del Río. Me pregunto, sin embargo, si el Promep dotará a las universidades de provincia de las condiciones suficientes (instalaciones, bibliotecas con buen acervo, instrumentos, etcétera) para que 13 mil 500 nuevos profesores universitarios puedan ser investigadores o al menos buenos profesionales de la enseñanza.

Creo que no. Simplemente sale demasiado caro. Las universidades no son banqueros o ex concesionarios de carreteras como para merecer tanto auxilio. La SEP y las universidades saben mejor que nadie de sus restricciones presupuestales, y el Promep ciertamente distingue niveles entre los futuros maestros y doctores que ya deberían estar cursando sus programas de posgrado. Muy pocos podrán ser investigadores. Conviene, pues no hay de otra, empezar despacito y con miras más realistas. Sean cuales fueren las estrategias del Promep o de cualquier otro programa equivalente, tendrán que utilizarse nuestros actuales programas de posgrado ``de excelencia'', o dicho con menos ampulosidad, programas que garanticen un nivel decoroso de sus egresados. El obstáculo aquí es que estos programas están diseñados para formar investigadores, mas no docentes. Con la planta existente y las políticas imperantes, la formación de investigadores-profesores es necesariamente lenta, costosa y restringida.

Creo que la primera tarea del Promep sería crear programas para la formación de profesores, lo que requiere una estructura diferente, que por cierto ya se intentó en la SEP con mediano éxito durante el sexenio de De la Madrid, por impulso del subsecretario Jorge Flores, siendo secretario don Jesús Reyes Heroles. Creo que Jorge entendió bien el problema, y muy cerca de él estuvo Fernando del Río. Sin embargo, la amnesia prevalece. La experiencia no dejó huella. De cualquier manera, le deseo suerte al Promep. La necesita.

Y que no quede por mí. ¡Anímense, colegas, anímense!