Teresa del Conde
Giovanni Morelli, un precursor

El pasado 21 de agosto ocurrió la presentación del nuevo libro de Sergio Fernández, Miradas subversivas (CNCA, colección El guardagujas) en el aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras. El texto narra un viaje a Italia y las observaciones sobre obras de arte son abundantes. Se corresponden con la actitud del connoisseur, no con la del crítico o historiador del arte, y eso fue lo que me sorprendió e interesó más porque me trajo a la memoria un personaje poco conocido en nuestro medio: Giovanni Morelli, quien escribía bajo el seudónimo de Ivan Lermolieff, anagrama de su nombre. Era un médico especializado en anatomía comparada, amante de la botánica y la zoología que aplicaba sus conocimientos de esas disciplinas a manera de diagnóstico sobre las pinturas que observaba en colecciones importantísimas, como las de Berlín y Dresden.

Su artículo más temprano sobre la Galería Berghese de Roma es de 1874. Pretendía situarse como un ruso, conocedor ``científico'' de la pintura que sabía más de los pintores renacentistas y prerrenacentistas que los propios italianos. Escribía en alemán e italiano y sus intereses lo llevaron a codearse con los restauradores eminentes de su época a quienes instruía acerca del modo como debería efectuarse una restauración, cuando ésta se presentaba como necesidad ineludible, sin traicionar al autor original. Echó por tierra, con observaciones contundentes un sinnúmero de atribuciones de muy dudosa autenticidad, realizadas por eminentes personajes de la historia del arte o por curadores de museos de primera importancia. Su método, por analogía, fue adaptado por Sigmund Freud la técnica psicoanalítica que presta atención a lo que la observación de conjunto rechaza, es decir, a la latencia de la observación. Conseguía esto indicando el valor característico de los detalles subordinados, como la forma de las uñas, los lóbulos de las orejas, un dedo del pie descalzo, detalles del escenario o paisaje en el que se desarrolla la escena, la manera en que terminan las comisuras de los labios y los pliegues de las telas. Enseñaba así a distinguir las copias o las falsificaciones de los originales.

Freud debe haber leído sus primeros artículos publicados en Alemania, entre 1874 y 1876, en los que cuestiona la arrogante autoridad de dos autores muy leídos por entonces: Crowe y Cavalcaselle, quienes trabajaban en mancuerna publicando entre 1864 y 1882 libros muy importantes: Historia de la pintura flamenca e Historia de la pintura italiana desde sus orígenes hasta finales del siglo XVI, amén de monografías sobre Tiziano y Rafael.

Como seguidor del anatomista Dollinger, Morelli tenía pasión por la exactitud científica, además de que poseía extraordinaria sensibilidad artística y era un coleccionista. Murió siendo senador del reino de Italia en 1891. La mejor edición de sus trabajos apareció en Leipzig, entre 1890 y 1893, tres 3 volúmenes con el título de Kunstkritische Studen uber Italienische Malerei (Estudios de crítica de arte sobre pintores italianos).

Morelli habla ``del lenguaje de las formas en las pinturas''. Lo primero que observamos en un cuadro figurativo son las poses y el movimiento de las figuras, la expresión de los rostros y el color. Esto constituye para él una primera categoría que no nos da más que una impresión inicial de conjunto. Sólo mediante un acucioso análisis comparativo y prolongada observación de varias obras de un artista es posible penetrarlo, dice. Aquí se hallaría una segunda categoría que distingue al connoisseur del amateur o del tratadista teórico. Pero esto no resulta definitivo para establecer un ``diagnóstico'' que permita atribuir el cuadro a determinado pintor. La tercera categoría ``es adicional y periférica'', pero la más importante. Puede detectársele a varios pintores, pero no a todos. Se trata de identificar las idiosincrasias del artista, el uso de modos de expresión que le son habituales, de los cuales él o ella no son conscientes puesto que se trata de procederes involuntarios y no pocas veces inapropiados.

Carlo Ginzburg --quien intentó elaborar un modelo epistemológico que hiciera de las disciplinas humanísticas auténticas ``ciencias-- compara a Morelli con Freud y con Sir Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes. Este se cuenta entre los novelistas a quienes el inventor del psicoanálisis gustaba de leer cuando viajaban en tren. Los une una cosa: los tres fueron médicos y los tres admiraron los estudios de Couvier sobre anatomía comparada, con la diferencia de que una vez que Morelli se tituló en medicina en la Universidad de Munich, en 1936, dejó de practicar y algo similar sucedió con Doyle.

En fin, el libro de Sergio Fernández contiene observaciones de lo que él llama ``i particolari'', por lo que en otra ocasión me ocuparé del volumen en forma más extensa.