Eduardo R. Huchim
El PRI no está muerto

A raíz de los resultados electorales del 6 de julio de 1997 --cuando, entre otras posiciones, el Partido Revolucionario Institucional perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, la calificada en el Senado y tres gubernaturas--, se ha generalizado la opinión de que el PRI está muerto. Es una percepción errónea, a pesar de que sí ha comenzado a desaparecer el régimen del que este partido fue eje fundamental.

Mal haría la oposición en dar crédito a la versión sobre la muerte priísta, porque lo previsible para las cruciales elecciones del 2000 es una competencia cerrada entre los tres grandes partidos nacionales, uno de los cuales es el PRI. Más aún, éste jugará con ventaja por varias razones, y una de ellas es su mejor estructura partidaria territorial. Otra ventaja es que, pese a sus malos resultados en 1997, de todos modos fue el partido que mayor votación recibió.

Dicho de otra manera, si el PRI conserva su votación actual, es decir la misma que recibió el 6 de julio, ello le bastará para conservar la Presidencia de la República. Un partido que tiene esta perspectiva tangible, difícilmente puede ser calificado de muerto.

Desde otro ángulo, suponiendo que la nueva realidad de elecciones muy competidas se consolide, el PRI ciertamente se acercará a su muerte si no cambia. En este contexto, la única posibilidad de sobrevivencia priísta es la democracia interna, y si ésta no llega, entonces la extinción estará llamando a su puerta. Por lo pronto, resulta deplorable que las señales priístas emitidas hasta ahora no sean buenas, y hay que deplorarlo porque un PRI fuerte, democrático y competitivo, rota su dependencia del gobierno, le conviene al país.

Las dos principales malas señales han sido la sustitución de Humberto Roque Villanueva por Mariano Palacios Alcocer en el liderazgo del PRI, debido a la antidemocrática forma tradicional en que se dio, y el sainete protagonizado por los priístas al instalarse la Cámara de Diputados. Son peligrosas señales al elector, quien puede llegar a la conclusión de que el PRI no tiene remedio, y sufragar en consecuencia. Habituados a depender del gobierno --Presidente, gobernador, alcalde, según el nivel de que se trate--, los priístas han sido incapaces de actuar por sí mismos, ya sea para renovar su dirigencia o para reencauzar malas decisiones que resultan muy onerosas para su partido.

Es claro que por ahí, en el ánimo de los priístas, también se requieren cambios. Hará falta en sus dirigentes visión e imaginación para corregir el rumbo, y una de las vías naturales es el gobierno. Porque controla el Poder Ejecutivo, el PRI tiene la oportunidad de recuperar terreno si gobierna bien, pero si lo hace mal la sociedad se lo cobrará en las urnas. Hay parcelas del gobierno en las que, al menos, se intenta hacer las cosas bien, aun cuando los resultados sean asignatura pendiente. Una de tales parcelas es el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), donde se intenta elevar calidad y cantidad de los servicios a la burocracia federal, que tantas quejas tiene de esta institución, y se hace con sentido social pero también con la obvia intención de llevar al otrora partido de Estado los sufragios de los servidores públicos.

La competitividad de la oposición en el 2000 es previsible a la luz de su activismo, cuya mejor expresión, sin subestimar las tareas del PAN, es quizá el proyecto de Andrés Manuel López Obrador de constituir comités del PRD en las secciones electorales del país, como las que tiene el PRI. En un nuevo marco político en que la autoridad electoral representada por el IFE va creciendo en credibilidad, es el trabajo diario, celular, el que mejores frutos puede rendir a los partidos a la hora de las urnas.

En resumen, el PRI no está muerto, pero si continúa actuando como antaño, es posible que lo esté a la vuelta de tres años.

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Rafael Loret de Mola, escritor, periodista y severo crítico del gobierno y de diversos funcionarios, destacadamente del gobernador de Yucatán, Víctor Cervera Pacheco, ha sido asaltado dos veces este mes por una misma persona que, pistola en mano, lo ha amenazado y despojado de carteras, tarjetas de crédito y teléfonos celulares. A esos hechos se suma una serie de ominosas llamadas telefónicas con la música de El golpe, ya empleada otras veces para intimidar a líderes políticos y sociales. Es claro que continúan activos los emisarios de esas ciertas zonas oscuras que todavía existen en este país y cuyo desmantelamiento es preciso exigir.