Ayer en la Asamblea, una forma de hacer política que aún no acaba de nacer
Miguel Angel Velázquez Ť Dice la experiencia quinteriana: ``a ver, a ver, repite: aquel que se desbejaranice, será un cuauhtemizador''.
Eran casi las diez de la mañana y del desayunador político preferido por el perredismo --allí se sirve chocolate moreliano--, Martí Batres salió con la lección aprendida.
Lo más difícil parecía cocinado. Los legisladores por el PRD para el Distrito Federal llegaron poco a poco, fraccionados. La Corriente de Izquierda Democrática se dividió. Con Martí Batres se quedaron 14 y otros nueve decidieron tomar distancia de su coordinador . Por su parte, la Corriente de la Reforma Democrática (CRD) se deshizo de René Arce e incluso pidió que se le retirara de la Comisión de Gobierno, donde fungirá como vicecoordinador; 15 legisladores la componen, pero todo estaba cocinado.
Javier Hidalgo, uno de los pocos con experiencia legislativa, en bien de la unidad fue sacrificado para que, en su lugar, un legislador de la CRD ocupara el puesto en la misma Comisión de Gobierno; segundo acuerdo: no habrá interpelaciones al regente, y el tercero: para todos, los 38 del PRD, huevos revueltos, chorizo y jamón. Arce decide no desayunar.
En fin, todos de acuerdo, todos contentos... Bueno, más o menos, se alejan cada quien con su cada cual.
Era curioso el escenario, como quien asiste a un entierro, el del dedazo para la regencia y el penoso alumbramiento de algo por definir, de un fenómeno nuevo en la ciudad. Para tal efecto, Oscar Espinosa llegó de negro y entró por una puerta lateral. Cárdenas partió plaza y se metió por la puerta grande.
Claro, antes hubo una guerra de estrategias. En el mismo restaurante donde desayunaron los perredistas, el general y diputado Ramón Mota Sánchez planeaba los movimientos del contingente priísta. Ni tantos como antes ni tan ruidosos, unos cuantos ambulantes, nada más.
Del otro lado, Armando Quintero respondía seguro vía el celular: ``Ya están aquí los panchos y los Ruta-100... Los vamos a echar a un lado. Y sí, los ambulantes salieron pitando después de una resistencia no muy feroz ni muy heroica''.
Pero allí, a un lado, como quien no quiere la cosa, el comandante Enrique Tello Quiñones, director de agrupamientos de la SSP, es decir el jefe de los Jaguares , de los Zorros, de los Cisnes, de los granaderos y otros bichos armados, dirigía la táctica desde su inseparable Suburban blanca.
Sí, es el mismo general a quien Luis de la Barreda señaló en su última recomendación que a la letra dice, en su séptimo punto: ``Que se inicie de inmediato el procedimiento administrativo correspondiente para determinar la presunta responsabilidad en que pudo haber incurrido el comandante Enrique Tello Quiñones, encargado del operativo efectuado en la colonia Anáhuac el 28 de agosto de 1997, y que se proceda conforme a derecho''.
Pero Tello está tranquilo. Es más, ni se acuerda de que él fue el responsable de aquella operación en la que se detuvo a un grupo de perredistas, ni más ni menos.
Después, posturas y descomposturas. Oscar Espinosa invita a comer a Cuauhtémoc Cárdenas, pero el perredista no acepta. Insiste Espinosa y Cárdenas se pone terco. No hay comida.
La sesión la preside Javier Hidalgo, quien parece de acuerdo con su sacrificio. Manuel Aguilera va hasta la tribuna y, dueño del escenario, habla del mítico sueño priísta, aquel de servir a la sociedad. El ex regente no parece enterado, cuando menos en su actitud, de que su partido ya no tiene la mayoría. Aunque una y otra vez promete ejercer una oposición dura, pero civilizada.
El PAN se agazapa y El Padrino Miguel Hernández Labastida, como le dicen sus correligionarios, no deja el bajo perfil y su azul no pinta; es más, ni da color.
Martí Batres no se ajusta a sus tiempos, tampoco se entera de que el PRD tiene la fuerza numérica en la Asamblea y, como un buen oposicionista, jala del gatillo para disparar a Oscar Espinosa todos los reclamos, todas las desdichas, todas las carencias de los capitalinos, y el discurso de la transición se le va, aunque más tarde lo retomaría Javier Hidalgo.
Casi al final, una señora que ocupa un asiento del PRD habla y habla y habla. Nadie le entiende pero, curiosamente, todos se indignan. Hasta el regente pierde los estribos .
En fin, Netzahualcóyotl de la Vega da la nota, agarra el micrófono y pone el dedo en la llaga, pega y repite. Su asunto es la seguridad y llama la atención con un discurso desusado para el priísmo sumiso de no hace mucho.
Total, ayer se asistió al funeral de una manera muy especial de gobernar. Las formas, los fondos, los acuerdos y las rutinas quedaron para las páginas de quien se atreva a escribir esta parte de la historia de la ciudad.
Ayer en la vieja Cámara de Diputados se llevaron a cabo las pompas fúnebres con muchos peros, aunque sin lágrimas. Lo que viene, el futuro inmediato, no acaba de nacer.