La Jornada 19 de septiembre de 1997

Nueva cultura de resistencia en San Cayetano

BLANCHE PETRICH


El movimiento de tropas del Ejército Mexicano en la zona de conflicto de Chiapas durante los últimos días de agosto, abrió expectativas que pronto llevaron a un desengaño: no se trataba de un gesto de distensión sino de un reacomodo estratégico de unidades militares, como se apresuró a aclarar el comandante de la Séptima Zona Militar, general Mario Renán Castillo.

Hasta donde se percibe, se trata de la sustitución de grandes contingentes por tropas más compactas y equipo bélico más sofisticado, así como una redefinición de la distribución de centros de asentamiento y control militar. En ausencia de combates reales y de un ``enemigo'' a quien hacer frente y aniquilar, la saturación de tropas, costosa en términos políticos y económicos, dejó de tener sentido. Pero el mensaje de fondo de la militarización es el mismo: habrá tropas mientras el Ejército Zapatista siga en armas. Un menor número de efectivos no significa tener menos presencia, y en este caso, es lo contrario: unidades especializadas están sustituyendo a las fuerzas regulares; el FAL reglamentario del soldado está dejando lugar a fusiles de asalto R-15 para acciones bélicas, y los viejos vehículos y tanquetas pesadas, de por sí inútiles en ese terreno, son suplidas por carros ligeros artillados. Es un plan que responde a un esquema estratégico mayor. La militarización --y no solo en Chiapas-- es una pieza más de ese plan que llegó para quedarse. La posibilidad de pasar del control de las comunidades a la ofensiva contra presuntos rebeldes sigue y seguirá vigente a pesar de la retórica oficial de diálogo.

¿Entonces, por qué se jugó, durante algunos días, con la finta de un retiro de los destacamentos más controvertidos? Se dice que en la guerra es necesario conocer la reacción del enemigo. ¿Fue ese el sentido de la sorpresiva desaparición, de la noche a la mañana, del estratégico campamento de San Cayetano, en el municipio El Bosque, vecino de San Andrés Larrainzar?

Las notas periodísticas del 12 de agosto refieren que la tropa destruyó sus barracas y borró toda huella de su presencia cuando se retiraron. ¿Qué sentido tuvo ese gesto, si días después iban a volver y a proteger el terreno invadido con las serpentinas de acero y navajas, alambradas que sólo se usan en las prisiones? ¿Acaso era un experimento?

En todo caso, también para la comunidad tzotzil de San Cayetano fue un experimento para medir su propia capacidad de reacción.

Carlos Martínez Suárez, videoasta independiente, documentó la jornada del 24 de agosto. ``Desde las diez de la mañana hasta que anocheció se enfrentaron dos barreras humanas, una civil, desarmada, y otra militar, fuertemente pertrechada: los de San Cayetano, gritando sin tregua, la única forma como pueden defenderse de la invasión a sus parcelas, y el muro de soldados mudos, impávidos, despectivos. A los cuestionamientos de los campesinos respondían con silencio. Esto, en su cultura, es la mayor ofensa. En un mundo de expresiones muy orales el que no te respondan se entiende como si no fueras humano, no fueras digno de una palabra''.

Un general sin palabra

El video de Martínez Suárez empieza la víspera. Después de su sorpresivo retiro, un grupo de militares comandados por un general que permanece en el anonimato --a quien los campesinos del lugar identifican como ``el coronel''--, regresa a San Cayetano. Rodeados por los lugareños, ``el coronel'' afirma que vienen a ``dialogar''. La gente pide indemnización por los daños causados a sus parcelas durante la estadía de más de un año del campamento.

El militar promete:

--Te voy a dar un rollo de alambre.

--Cómo uno, son dos.

--A ti te vamos a reponer tus postes. Como 80 ¿no?

--Pérate, son como 140.

--Y los árboles que cortaron, ¿también los van a pagar?

--Vamos a reforestar --revira ``el coronel''.

--¿Entonces se van a retirar de aquí?

--Eso es lo que vamos a poner en consideración. Estamos viendo qué posibilidades hay para estar en un lugar menos incómodo.

--Nosotros queremos que se retiren hoy mismo.

--Eso es lo que venimos a dialogar para que hagan sus propuestas. Pero no que nos lo digan así, violentamente. Esta es una ruta del narcotráfico.

Verdades sin máscara

El resultado es que al día siguiente ha llegado otra unidad. Son ya más de 300 soldados y varios helicópteros van depositando más militares. El pueblo, situado en lo alto, se moviliza. Por la calle principal y hasta la carretera baja en torrente la población, con un contingente de jovencitas con sus huipiles colorados al frente. Hay paliacates, pasamontañas y caras descubiertas. Como en otros parajes, la militancia zapatista se asume con toda naturalidad y la clandestinidad es otra cosa.

Sus consignas:

``Fuera ejércitos, fuera haraganes, zopilotes. Quita tu arma. Mueran los ejércitos corruptos.'' Las exclamaciones suben de tono: ``Pendejos, mensos.'' Los increpan: ``Date cuenta que aquí no vienes a matar venados, vienes a matar inocentes.'' Otro pregunta: ``¿Por qué tipo de razón estás armado aquí, porqué no entiendes la razón? Abrete tus oídos, no seas burro. Nosotros estamos aquí, luchando por el bien de la nación, no como ustedes que defienden al gobierno corrupto.''

Otro, más anciano, le explica a un soldado: ``Ya es hora de pensar en el fin de Zedillo porque es una vergüenza para ustedes esto que está pasando aquí.''

Llega una comisión del pueblo, zapatistas por supuesto. El general argumenta:

--Quedamos que lo íbamos a hablar mañana. Hoy es domingo y no hay quien nos de la orden de retiro. Los superiores hoy no trabajan. Nosotros también nos queremos ir, estamos lejos de nuestras familias, no tenemos ni dónde ir al baño.

--Díganos cuándo se van a ir, en cuánto tiempo.

--Dénos un tiempo razonable.

Ese tiempo razonable pasa como muchas otras horas, con los gritos y la protesta de la gente chocando contra los rostros contritos --sarcásticos unos, agresivos otros-- de los soldados que se turnan en la compacta valla. Al fin se presiona al general para otra ronda. El, con las manos en el gran vientre, reaparece.

``Nosotros también somos hijos del pueblo, no venimos a agredir a nadie.'' Más adelante agregaría: ``No somos burgueses ni capitalistas ni nada por el estilo.''

Las respuestas de la comisión apremian: ``Lo que nosotros queremos dialogar con ustedes es saber cuándo se van. Están llegando otros grupos. Nosotros no solicitamos a ustedes. Como campesinos tenemos costumbre de trabajar solos, sin ejércitos. ¿Cuándo, entonces?''

--Estamos esperando órdenes.

--¿Sin orden no se van a ir?

--No. La cosa es que se extraviaron unos aparatos y los venimos a buscar.

--Pues entonces pídanlo por escrito.

El general pide comprensión. Explica que se fueron pero regresaron ``porque oímos rumores de que se andaba alborotando la gente''.

El diálogo no era tal

Los plazos se cumplen sin novedad. Las increpaciones de los indígenas crecen en intensidad política:

--Aquí se nota que el gobierno no quiere la paz porque viene bien armado y en tanque a hablar con nosotros, que sólo tenemos nuestra palabra política y la voz.

Ahora la exigencia es un ultimátum.

--Queremos que se vayan ahora mismo y exigimos porque tenemos todo el derecho y toda la razón.

Al siguiente round el militar tiene que escuchar a uno que le dice: ``Es puro pretexto, coronel. Estamos viendo que están haciendo pura vuelta de palabras.''

--Queremos saber si hay la decisión de salir.

--Hay la propuesta de parte nuestra.

--¿Cuándo, en una hora?

--Nosotros no nos mandamos solos. Tenemos que esperar la orden.

Ya para entonces los manifestantes se asolearon, se malpasaron la hora de la comida, les llovió. La neblina de Los Altos empieza a bajar.

Los jóvenes cayetanenses continúan sus monólogos, son los soldados mudos. Uno, cubierto el rostro con un pasamontañas, sintetiza:

``Nosotros somos mexicanos iguales. Si ustedes de verdad ustedes son mexicanos y defienden a la patria nunca, nunca tendrían que amenazar a un campesino. Pero vienen a espantar a nosotros, como si nosotros tuviéramos a un gran enemigo que no es mexicano y que nos viene a invadir a nuestro México.''

Después de este discurso no queda nada que decir. Ha anochecido. Los manifestantes deciden poner fin a su cerco de palabras. El diálogo no era tal. Las tropas del general habían regresado para quedarse. Por eso la alambrada de navajas que amaneció al día siguiente.

``Aquí lo que yo veo --concluye Carlos Martínez-- es, en primer lugar, la reacción de la gente como una reafirmación de una comunidad, el desarrollo de una cultura de resistencia. Y en cuanto a la respuesta oficial, los días siguientes, las mismas señales de siempre.