En alguna forma me acerqué al conocimiento de Teodoro Césarman, por mi amistad entrañable con su hermano Fernando. Comprobe la constancia de una modalidad del sentimiento que no definía de un modo absorbente o decisivo a Teodoro. No fijaba tanto la atención en su conocimiento médico como carácter definido, sino que recogía en medio de la trabazón compleja que mueve el particular proceder instintivo, una inclinación espontánea a la amistad, a tal grado que aparte de la cardiología, Teodoro ejercía la ``amigología'' que no por transitoria resultaba menos real, o sea que su especialidad se volvía un carácter.
Era la apreciación de algo más difuso, más inestable, pero que proveía a sus amigos --pacientes-- de un factor actuante en que les irradiaba su naturaleza, a pesar de lo inestable y compleja. El secreto de la relación médico-paciente que ha ido matando la medicina institucionalizada, arropada por la moderna tecnología médica. Teodoro admiraba a sus pacientes a los que amaba hasta el grado de anular lo que guardaba de escabroso la raíz de atracción humana que es el ejercicio de la medicina.
La presencia del cariño --no la compasión-- flotante que encontraba en la sangre vieja cuando el estetoscopio se dormía y el sonido sin brillo se volvía musical como algo que se respiraba y curaba más allá del estudio clínico.
Heredero de la tradición médico-judía centrada en la interpretación y no en el dogma, fue Teodoro un hombre inteligente con ese ``algo'' en que intervienen los sentidos que le daban su papel provedor de ese cariño, sin el cual la inteligencia actúa sin sustancia, sin sello personal. Sí, Teodoro Césarman tenía gran personalidad, definida pero etérea, matizada por un sello personal que lo singularizaba.
Ese sello se expresa en su consulta personal como en ninguna otra actividad. Pese a ser un maestro, investigador, periodista y poeta con muchas inquietudes por la política, Teodoro fue médico en el más amplio sentido de la palabra. Mucho llovió --50 años-- dando 20 o 30 consultas diarias. Consultas que más que cardiológicas, eran ``amistológicas''. Acompañamientos que enfrentaban al ``algo'' que nos espera; la muerte que él ayudaba a diferir, como se ayudó él mismo, cuando se supo llamado a acudir a ese ``algo''. El hecho de enfrentar ese ``algo'' que le daba su sello y su acento.