El país inicia con la segunda mitad del sexenio un largo periodo de incertidumbre política, que se caracteriza por el hecho de que el responsable de gobernar (Zedillo) no lo hace, y quien puede inducir las decisiones a trasmano (Salinas) lo hace sólo en función de sus intereses personales, de tal manera que México se halla a merced de los organismos financieros internacionales y de las distintas facciones del salinismo que se disputan el poder, con el saldo desastroso que se constata todos los días: como acontece en el caso de Chiapas.
1. La marcha de los 1,111 miembros del EZLN desde la Selva Lacandona y los Altos de Chiapas hasta el Distrito Federal (9-18 de septiembre), exigiendo el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés y la desmilitarización de las comunidades, puso de manifiesto un hecho que no se puede ya ocultar: que el gobierno de México no tiene ni la razón ni el respaldo nacional para actuar en Chiapas (y en el país) en los términos en los que lo está haciendo.
2. Los nueve días de la marcha de los campesinos indígenas de Chiapas contribuyeron a poner de relieve que las demandas indígenas son legítimas y urgentes y que la pretensión del gobierno de que se siga dialogando a pesar de que se niega a cumplir lo ya firmado es absurda, pero también a mostrar que el respaldo nacional al EZLN rebasa lo imaginado, a pesar de que los medios de difusión buscaron ocultar las escenas del formidable apoyo popular a los zapatistas y distorsionar el sentido de la marcha.
3. El autoengaño es la peor forma de ejercer el poder y si Córdoba, Salinas y Zedillo pensaron que la oposición habría cedido al lograr que el PAN y el PRD se subordinaran a la tesis de ``la normalidad democrática'', muy pronto ese espejismo está cediendo ante una evidencia: la sociedad no se mueve como lo deciden los partidos. El gobierno actual no tiene un respaldo real, sus funcionarios no son confiables para nadie y sus políticas tienen un rechazo cada vez mayor. El espaldarazo de Los Pinos a Emilio Chuayffet y la designación de Mariano Palacios como presidente del PRI son signos ominosos para el resto del sexenio, y eso tiene una lectura para todos. El aplauso a los zapatistas constituyó por eso también un ``¡Ya basta!'' al gobierno.
4. El pasamontañas de los zapatistas de Chiapas se tornó en unos cuantos días en el símbolo de un repudio al gobierno, y ante esto no hubo una reacción inteligente de las autoridades.
5. El desconcierto mostrado por el gobierno ante la marcha de los indígenas con pasamontañas evidenció una vez más que no está a la altura de las circunstancias. La marcha fue enfrentada con una campaña de desinformación, en la que primero el negociador Pedro Joaquín Coldwell y el secretario Emilio Chuayffet, como después el propio Zedillo, insistieron en hacer creer a) que como el país vive en la democracia, con la marcha se abría el camino hacia la paz y la reconversión del EZLN en fuerza político-electoral, y b) que ese proceso se debía a las inversiones del Pronasol, rebautizado como Progresa, que (supuestamente) están en proceso de cambiar la realidad chiapaneca, por lo que, según ellos, c) el diálogo podría reanudarse para revisar (y renegociar, desde luego) la iniciativa de la Cocopa.
6. La claridad del EZLN dejó, sin embargo, al gobierno sin argumentos. ``No estamos dispuestos a que nos sigan engañando'', exclamó Claribel en el Zócalo (12 de septiembre). ``El responsable de que no estemos junto a ustedes como parte del FZLN es el mal gobierno'', se escuchó decir a Obet en el salón Los Angeles (13 de septiembre). ``Los zapatistas no dejaremos de luchar hasta que nuestros pueblos tengan lo que ahora no tienen'', leyó Isaac desde lo alto de la pirámide de Cuicuilco (14 de septiembre). ``Entendimos su grito de `no están solos'', dijo Karina en la Plaza de las Tres Culturas (18 de septiembre).
7. Ante la claridad de los zapatistas, el gobierno no tiene una respuesta clara.
8. La pregunta sigue siendo, por lo mismo, válida: ¿qué intereses son los que se oponen a la paz en Chiapas? ¿Los de algunos oficiales del Ejército empecinados en no salir de la entidad? ¿Los del priísmo, que ve ahí una reserva de votos para el 2000? ¿Los de las trasnacionales ávidas del uranio y del petróleo chiapanecos? ¿Los de los neoempresarios ansiosos de llenar al estado de casinos, clubes de golf, franquicias y maquiladoras? ¿Los del narco? ¿O los de Carlos Salinas de Gortari y sus amigos, que los resumen a todos?
9. La paz en Chiapas está lejos de alcanzarse por la obsesión del salinismo en obstruir el camino hacia los acuerdos. Carlos Salinas maneja directamente la Secretaría de la Reforma Agraria y la Sedeso, y en este escenario es muy significativo que en 1995 Zedillo haya destituido como gobernador al colosista Eduardo Robledo para imponer al salinista Julio César Ruiz Ferro, hombre de confianza de Raúl, acusado de haber sido su cómplice en Conasupo, y cuyos dos objetivos centrales han sido a) reconstruir por medio de la represión y la corrupción la red de control político del salinismo en el estado, y b) abrir la vía para que el capital trasnacional, asociado a los amigos de Salinas, pueda implantarse más libremente en el sureste y sustentar los programas del Banco Mundial.
10. El pez muere, sin embargo, por la boca, y el libro de John Womack Jr., La revuelta zapatista (Cal y Arena, 1997), nos da la clave. El profesor de Harvard, otrora autor respetado y hoy desprestigiado por su relación con Salinas, de acuerdo con los avances hasta ahora publicados, hace en él la apología del salinismo y con datos a todas luces de seguridad nacional busca desacreditar al obispo Samuel Ruiz y a los zapatistas, pero sólo logra mostrar otra cosa: el hecho de que un obstáculo fundamental para la paz en Chiapas está en los muy concretos intereses políticos del salinismo.