Jorge Legorreta
Símbolos patrios a la baja

En este mes nuestros símbolos patrios fueron a la baja, como se estila decir en los lenguajes de moda. Efectivamente, el día 15 por la noche ante 250 almas, el presidente Zedillo dio el grito 3 centímetros más abajo que el año pasado. No se trata de una baja financiera, sino del hundimiento que sufrió en un año el balcón del Palacio Nacional con todo y la Campana de Dolores. Lo mismo le pasó a la Catedral con los restos de don Agustín de Iturbide, al antiguo Ayuntamiento y a todos los edificios que enmarcan la majestuosa plaza, incluyendo su asta bandera; todos descendieron, para ser exactos, 2.8 centímetros en el último año.

Durante el siglo XX, el Palacio Nacional y la Catedral Metropolitana se han hundido 9 metros. El periodo más crítico de hundimientos se registró a mediados del siglo con descensos en el Zócalo de 45 centímetros anuales. Hoy la ciudad se hunde sólo 7 centímetros promedio anual, pero existen hundimientos diferenciales entre 1 y l8 centímetros, este último registrado en la región lacustre de Xochimilco.

La causa es ampliamente conocida desde hace décadas. Gobiernos entran y salen sin que hasta el momento se hayan tomado cartas más estrictas en el asunto y a pesar de conocerse los daños que provoca el hundimiento no sólo en los edificios, sino en las infraestructuras hidráulicas. Nabor Carrillo nos alertó de eso hace medio siglo en una histórica conferencia dictada en l949. En ese año recomendó disminuir drásticamente la extracción de agua del subsuelo debido a los daños que podrían causar en el drenaje. Sólo se le hizo caso durante ese sexenio, pues a partir de los años sesenta continuamos perforando el subsuelo para extraer cada vez más líquido. Actualmente el 70 por ciento del total del agua que consume el área metropolitana la obtenemos de pozos a profundidades de entre los 30 y los 450 metros.

Son varios los daños provocados por el hundimiento. Los más visibles son las fracturas de los edificios que amenazan sus estructuras, como las que se aprecian en el interior de la Catedral y en toda el ala norte del Palacio Nacional. La típica inclinación de estos monumentos históricos es un síntoma grave de su estabilidad, pues su hundimiento disparejo tiende a fracturar los arcos, los muros y las columnas. Por otra parte, la extracción de agua provoca verdaderos huecos en el subsuelo, afectando durante los sismos, la vulnerabilidad de todo aquello construido sobre el suelo.

Sin embargo, lo más grave de los hundimientos está en los daños al drenaje. Como bien lo previó Nabor Carrillo, las pendientes del Gran Canal han disminuido a cero y el agua negra, en lugar de salir, regresa a la ciudad. A eso se debe el actual entubamiento del Canal y las potentes bombas construidas a lo largo de su cauce.

Otro daño --éste sí no resuelto-- es el de las fracturas que podrían estarse produciendo en las tuberías subterráneas, como son los ductos de hidrocarburos, los depósitos de gasolina y los tubos de agua, incluyendo los del agua negra. Descubrimientos recientes de contaminación de acuíferos y mantos freáticos superficiales por derramas de hidrocarburos sólo han provocado los clásicos silencios gubernamentales.

No hace falta ser experto para comprobar los hundimientos por la excesiva extracción de agua del subsuelo. Existen tres sitios: el primero es el Angel de la Independencia con sus 14 nuevos escalones extras a los nueve originales, aumentados desde su inaguración en l9l0.

El segundo es el Monumento a la Revolución, donde existe un tubo a manera de poste de 8 metros de altura; la parte más alta se encontraba en el suelo en l934, pues era el tubo de una planta de bombeo utilizada para construirse en ese año dicho Monumento. El tercero y último es la banca de la Fuente de la Cibeles que hace 17 años --cuando se inaguró-- estaba sobre el piso; hoy se encuentra levantada 50 centímetros del suelo.

Por sus daños, el hundimiento es el problema técnico número uno a resolver en la ciudad. Hoy, la reparación de los daños resulta a todas luces má caro que haber seguido los consejos de muchos científicos, cuyas recomendaciones para disminuir la extracción y el hundimiento nunca se orientaron a traer más agua de regiones lejanas, sino aprovechar el agua de lluvia de la cuenca y reciclar la utilizada.

Muchas de sus propuestas, como por ejemplo, el construir por cada pozo de extracción uno de reinyección, presas en las partes altas, lagos alrededor de la ciudad y plantas de tratamiento para reutilizar el agua en las industrias, han sido marginadas por las políticas hidráulicas de los últimos años.

Habrá que volver a ellas para que nuestros símbolos patrios no sigan a la baja y no desciendan más cada vez que festejamos la independencia de la patria; hace falta mantenerlos sólidos para recibir los nuevos aires políticos del año 2000.