El huevo o la gallina. ¿Qué será primero, la democracia o el desarrollo? Un criterio muy viejo afirma que en sociedades pobres y atrasadas, la democracia no tiene posibilidades más que de adornar las Constituciones. Sólo habrá democracia cuando la sociedad sea próspera y bien educada. Mientras tanto, el pueblo no estará preparado para la democracia; de allí, viene la necesidad de la mano dura.
Mano dura. El viejo Somoza, y él mismo, era un producto del atraso; afirmaba en una rueda de prensa en los años cuarenta, con serio desparpajo, que la democracia era como un nacatamal y el pueblo como un niño: no se le podía dar al niño el nacatamal más que a pequeñas cucharaditas, porque si no, se corría el riesgo de matarlo de diarrea.
Ya ven. Para el viejo Somoza, el nacatamal fue toda su vida un símbolo; en tiempos de elecciones, siempre amarradas y siempre fraudulentas, los nacatamales eran un premio ofrecido a los votantes famélicos. Y cuando hablaba de democracia, un manjar prohibido, o racionado.
Somoza había patentado, además, su infalible política de las tres P: plata para los amigos, plomo para los enemigos, y palo para los indiferentes. Y había para él una cuarta p no menos sagrada: la p de pacto, los pactos que siempre conducen a las reelecciones.
Los partidos llegan al poder prometiendo que nunca más habrá quien quiera quedarse en el mando para siempre, y terminan, siempre, alegando que sus caudillos son imprescindibles. Es lo que pasó con el general José Santos Zelaya. La constitución libérrima de 1893 no duró más que unos pocos meses antes de que le hubieran quitado, como quien saca las muelas de una boca demasiado resplandeciente, todos los dientes sanos. Y lo primero en quedar asegurado --un colmillo de hierro impuesto en la encía sangrante-- fue la reelección.
Ahora que, otra vez, se está reponiendo en Nicaragua en ese abecedario cacofónico la p de pacto, vamos a ir dar sin duda, también otra vez, a la reelección. La Constitución de 1987, que era la nueva constitución libérrima, permitía la reelección. Y cuando se reformó en 1995, y se prohibió reelección, el FSLN mostró siempre su desacuerdo. El alegato fue de que el pueblo tiene derecho a escoger libremente. Aunque sea al mismo de siempre.
El FSLN en 1979, igual que el partido liberal en 1893, había llegado para quedarse. También en 1910 los conservadores entraron triunfantes en Managua para quedarse. Ahora los liberales creen, otra vez, que han llegado para quedarse. Y para que el presidente Alemán sea reelecto, necesitan una reforma a la Constitución. O una Constitución nueva. Y en ambos casos, un pacto.
El pacto que está en marcha, y que ya hizo su primera prueba de funcionamiento con la reforma a la ley electoral que reparte privilegios entre el FSLN y el partido liberal de gobierno, en las elecciones de la costa atlántica. Un ensayo de bipartidismo exclusivo que saca de la competencia a cualquier otra fuerza política.
El bipartidismo, las paralelas históricas. La p de paralela, y la p de pacto, que son pes gemelas. Sin esas dos, ninguna de las otras pes funciona. El nacatamal debe dársele a comer poco a poco al niño con dos cucharitas. De esta manera la operación no sólo es exclusiva, sino más lenta, una operación para siempre.
¿Y qué tienen de malo las reelecciones presidenciales, me dirá algún partidario de los pactos y de las reformas constitucionales, o de las constituyentes? ¿No traen estabilidad, paz y prosperidad, que es lo que necesitamos? Hasta Cardoso, que inventó la teoría de la dependencia, se quiere reelegir en el Brasil, reforma de la Constitución mediante.
Y Menem en Argentina, gracias al pacto entre peronistas y radicales. ¿Y Fujimori en el Perú?
Ya verán las consecuencias, respondo yo. Si la democracia no puede practicar su mejor opción republicana, que es la alternabilidad, y se cambia el tinglado para que puedan seguir gobernando los imprescindibles, sean magos o académicos, se está repitiendo la vieja historia que lleva siempre al deterioro político de un país. Y en Nicaragua, no sólo es una vieja historia, sino también una vieja lección. Ni los pactos, ni las reelecciones han creado nunca estabilidad, sino zozobra. Y las reacciones en contrario.
Lo que se necesita, es una democracia en serio. Antes que nos lleve la gran p.