Nuevos rostros en los poderes ejecutivo y legislativo y un diálogo cargado de coincidencias de fondo así como divergencias --surgidas más de reflejos condicionados que de argumentos sólidos--, es el balance preliminar que puede hacerse del encuentro entre el secretario de Salud y los diputados de la LVII legislatura. Un nuevo rostro porque el representante del ejecutivo no es el tradicional funcionario forjado en la carrera partidista, sino el científico especializado que diseña y no elude su responsabilidad sobre las estrategias para enfrentar los problemas sanitarios de México. Un nuevo rostro también porque los diputados han dejado de ser --en una nueva y todavía frágil mayoría opositora-- los aduladores del poder y han cambiado la sumisión por una actitud de vigilancia crítica frente a los actos de gobierno.
Pero en este encuentro de rostros hasta ahora inéditos se avanza todavía de manera balbuceante. Frente a la posibilidad de recorrer un camino lleno de puntos coincidentes en un área que es de interés central para todos, como garantizar la salud de los mexicanos, aparecen obstáculos, algunos reales, pero en su mayoría neblinas artificiales. Lo primero que se advierte es la dificultad para aislar el tema de la salud del resto de las políticas gubernamentales. Esto es natural pues, desde luego, existen lazos que unen a todas las acciones de un gobierno; pero también, y eso es lo más importante, hay una especificidad en cada área que se relaciona con retos particulares, en este caso la salud de un pueblo, que obliga a un análisis específico, a hilar un poco más fino eludiendo los lugares comunes.
Por ejemplo, ver al neoliberalismo como el conductor supremo de las políticas sanitarias, no solamente puede ser una salida fácil sino también un garrafal error. Garantizar la salud de una persona o de un pueblo, no puede hacerse sin el predominio de los criterios médicos sobre los políticos o económicos. En otras palabras, son los elementos técnicos y científicos los que han de ponerse en juego primero y subordinar a ellos todo lo demás. Por esta razón, las deciciones políticas o económicas que pueden ser la causa de la pobreza y la marginación no son la guia de las acciones sanitarias, sino en realidad sus efectos constituyen el escenario en el que habrá de realizarse el acto médico. Este principio lo sabe cualquier estudiante de medicina que realiza su servicio social en una comunidad urbana o rural en la que no puede eludir sus responsabilidades donde predominan la pobreza, el analfabetismo, la carencia de agua potable, drenaje o caminos y debe idear soluciones, armado de conocimientos y de los recursos a su alcance, sean estos abundantes o escasos.
La evaluación sobre la marcha de la política de salud en México debe hacerse a la luz de la situación sanitaria del país en un panorama de alto riesgo en el que la pobreza y la desnutrición son terreno fértil para el avance de las enfermedades. Sin embargo, hasta ahora se ha logrado eludir cualquier contingencia sanitaria. A pesar de las condiciones adversas, México no vive un estado de emergencia en esta área, cosa que no podría afirmarse en otros campos. Para cada problema hay una solución en marcha y se ha dirigido la atención hacia los grupos de mayor riesgo, esto es, hacia los 10 millones de mexicanos que no tienen acceso a los servicios de salud. Este es un buen ejemplo de cómo un aspecto en el que todos podríamos estar de acuerdo, la salud de los más pobres, se convierte en una tormenta artificial. Por reflejo, acciones de este tipo son criticadas porque de manera forzada se les quiere ver la cara de Pronasol. Pero a pesar de los juicios adversos que se puedan hacer, desde el punto de vista médico, ese pensamiento es irrelevante, pues no existe la menor duda de que la atención médica tiene que estar ahí y punto.
Otro ejemplo del empleo de los lugares comunes durante la comparecencia del secretario de Salud fue la acusación lanzada por un legislador de que en materia sanitaria se siguen los dictados del Banco Mundial y el FMI, es decir, que hay una obediencia de nuestro país a los intereses de poderes transnacionales. Esto resulta curioso cuando México libra precisamente hoy una batalla contra los intereses de las empresas farmacéuticas transnacionales. La nueva Ley General de Salud establece un mercado de productos genéricos que consiste en la producción y venta de medicamentos compuestos por el principio activo cuyo precio es varias órdenes de magnitud menor que el de las marcas comerciales que contienen la misma sustancia activa. A este tema ya me he refererido en otro momento. Ante una situación de pobreza, abatir el costo de las medicinas es crucial para garantizar la salud de los mexicanos, así se vean afectados los intereses de algunas de las empresas más poderosas del planeta. Este es un punto en el que todos podríamos estar de acuerdo, o mejor dicho, casi todos, pues desafortunadamente un legislador del Partido Acción Nacional actuó el jueves pasado como vocero de esos intereses extranjeros.
Yo siento que muchos de los desacuerdos expresados en esta comparecencia se deben a que no se dispone de información común, lo que obliga en lo sucesivo a un intercambio permanente entre los poderes ejecutivo y legislativo. También es importante modificar algunas costumbres, ya que es deseable eliminar el show de las sesiones de la cámara de diputados y darle mayor peso a la argumentación, a las razones y a las ideas. Por ejemplo, los legisladores del Partido Verde montaron un espectáculo familiar en el recinto de San Lázaro, cosa que en mi opinión es ridícula y absolutamente innecesaria para los tiempos que se viven hoy en México.