LA CIENCIA EN LA CALLE Ť Luis González de Alba
Los indios y la ciencia

La democrática pobreza

La vida cotidiana de todos los pueblos no fue muy distinta hasta hace 500 años. Nadie tenía drenaje ni agua corriente ni escuela ni comunicaciones. La medicina consistía principalmente de herbolaria tanto en París o Londres como entre los indígenas americanos, los hotentotes de Africa o los pueblos de Asia. No se vivía mejor en las capitales europeas que en las ciudades de otros continentes. Esto es, la vida era dura en todas partes, las comodidades exclusivas de las noblezas, y aun tales comodidades no se aproximaban ni remotamente a las que hoy día goza la clase media de cualquier país, pues ni siquiera los príncipes comían todos los días escuchando a Mozart, como podemos hacer ahora. La vida de toda la humanidad eran penurias, enfermedades y pocos años de vida.

El inicio de la modernidad

Luego, hace 500 años los europeos redescubrieron el pensamiento científico. Fue un redescubrimiento porque ya en la costa egea de lo que hoy es Turquía, había surgido éste dos mil años antes, en la Jonia clásica. Aquella débil llama encendida por pensadores que buscaban en la propia naturaleza, y no en los dioses, las causas de todo, se apagó durante mil años. El Renacimiento italiano descubrió las brasas de aquel fuego y pronto Europa entera se incendió con una novedad encontrada en los viejos textos de filosofía presocrática: la naturaleza podía comprenderse, había regularidad y no capricho, existían causas naturales para lo natural. Esta fue la gran diferencia desde entonces con el resto del mundo. No ocurrió un descubrimiento similar en las planicies y bosques americanos, ni siquiera en el enorme y sofisticado imperio chino, inventor de la pólvora, pero no de la química que explica la explosión.

Las culturas divergen

A partir de entonces, la velocidad del progreso en cada cultura estuvo definida por el conocimiento científico. Los pueblos que no lo alcanzaron por sí mismos siguieron el ritmo evolutivo que la humanidad llevaba desde los últimos diez mil años. Esos pueblos no fueron marginados por nadie, tampoco se aislaron de manera activa; simplemente, como dos caminantes que van al parejo hasta que uno comienza a correr, siguieron al paso que habían tenido todos hasta antes del Renacimiento. Pero donde surgió, el conocimiento científico se acumuló a una velocidad creciente. Un descubrimiento trajo otro.

Cuando el avance fue trabado por la religión católica y por la monarquía absoluta, las fuerzas sociales se deshicieron de esos obstáculos, primero con la Reforma protestante y luego con las revoluciones populares que instauraron la democracia. Libre, el conocimiento científico se desbordó y su aplicación produjo la revolución industrial y con ella un alud de bienes de consumo antes inaccesibles o inexistentes. Este proceso fue estudiado por Marx y todo lector de izquierda lo conoce. Finalmente, en los últimos 100 años, el pensamiento científico aplicado a la industria produjo el automóvil, el avión para 300 pasajeros, la computadora personal y una avalancha de comodidades y entretenimiento nunca antes soñado ni por los más imaginativos escritores. De la revolución industrial a la revolución informática han transcurrido menos de300 años. Pero, antes de la ciencia, en 300 años el mundo no cambiaba.

El conflicto

En los últimos tres siglos, los pueblos del Amazonas, Chiapas, Senegal o Australia siguieron su propio desarrollo al ritmo que había tenido toda la humanidad durante milenios. Han cambiado en las últimas décadas, pero no por desarrollo propio, sino por contaminación con eso que hemos llamado ``cultura occidental'': los aviones les comenzaron a volar encima, llegaron los vendedores de licuadoras. A la vista de pantalones vaqueros y de tenis nike descubrieron que iban desnudos. Ahora están en un conflicto grave consigo mismos, pues desean lo que ven en las mochilas de los turistas y no tienen manera de pagarlo. A su vez, los turistas llegan en cada vez mayor número, atraídos por sus propias fantasías sobre los pueblos primitivos, y proyectan sobre ellos una carga erótica y social nacida de los propios deseos: el sexo tiene pocas restricciones, la igualdad es un hecho, la relación con la naturaleza no se ha roto. Los primitivos viven el paraíso perdido por los civilizados... dicen los civilizados.

Teléfono y tarot

Entonces viene el siguiente conflicto: se puede emplear telefonía celular, que requiere poner en órbita satélites por medio de cohetes, para llamar al hechicero de la tribu; lo que no se puede hacer es reparar el teléfono con los conocimientos del hechicero. Este conflicto entre el conocimiento y sus productos aparece también en las ciudades, ya que como todos sabemos es posible consultar el Tarot por medio de teléfonos que emplean satélites en órbita, lo que tampoco podemos es diseñar un teléfono celular consultando al Tarot.

Este mismo desnivel en el conocimiento científico, y por tanto en el reparto de los bienes y servicios, ha producido en los propios países industriales un flujo de inmigración interna: los andaluces huyen de Granada para hacerse taxistas en Barcelona, los italianos del sur van a Milán en busca de trabajo como en Rocco y sus hermanos, y, hasta en México, los oaxaqueños buscan trabajo en la industrializada Monterrey. Así es como nuestros indios dejan de serlo, que era el ideal de Gómez Farías, padre del liberalismo juarista, quien aspiraba a ver un México sin distinción de razas: ni indios ni blancos ni mestizos, sólo mexicanos.

Su lugar en el mundo

Como las especies en extinción por el impacto ambiental, nuestros indios no podrán sobrevivir al impacto del comercio, el capital, la industria del entretenimiento y los usos y costumbres ajenos. En Estados Unidos bailan a los turistas la danza de la lluvia, aunque acabe de llover. Luego se quitan el maquillaje guerrero y se van al cine. El problema no es nuestro, es de ellos. Son ellos los que deben crearse un lugar en el mercado mundial, pues no hay otro medio para no desaparecer. Pero no podrán hacerlo sin comprender la electricidad. Esto es, sin pensamiento científico. Sólo que un indio sin pensamiento mágico de indio ni métodos de producción indios ni telar de cintura ni metate, no es ya un indio, sino el mexicano prieto que deseaba Gómez Farías. Claro, siempre habrá universitarios de izquierda molestos porque ya los huipiles que ellos usan en el laboratorio de física, estén hechos con maquinaria y no a mano.