Julio Muñoz
El Conacyt y la comunidad

Conversando con dos amigos interesados en la suerte de la ciencia en México, y en el papel que puede jugar el Conacyt, en colaboraciones anteriores mías, según ellos, saltaba a la vista la intención mal soterrada de atacar a esa institución, y de paso a su director general, don Carlos Bazdresch. Con el cristal que yo miro, no veo el ataque que me imputaron. No obstante, me entró el gusanillo de la duda temible horadador de conciencias. ¿Tendrían razón ellos o será que ven moros con tranchetes? Expuse que en los últimos seis años disminuyeron en casi 50 por ciento tanto el número de candidatos a investigador como de investigadores de las áreas técnicas registrados en el Sistema Nacional de Investigadores. Sugerí posibles causas y consecuencias de este desastre, pero no insinué que el Conacyt y su actual director lo causaran, aunque pudiera ser, añado ahora, que el desastre los arrastre. Dije que las decisiones las toman no los funcionarios del Consejo sino comités externos de ``pares'' en los que el Conacyt hace caer toda responsabilidad. Si cabe el ``nosotros'' en la llamada ``comunidad científica'', nosotros somos los responsables.

El Conacyt tiene poco campo de acción y un presupuesto demasiado flaco (aproximadamente el 0.6 por ciento del PIB), Ya lo he dicho: la cola del más grande pero no único obstáculo que tiene ante sí el Consejo, está en la Secretaría de Hacienda, y la cabeza en Los Pinos.

El más grande obstáculo para el desarrollo del país es la política gubernamental, pichicata y descuidada con la ciencia, la tecnología y la educación, dadivosa y comprensiva con el gran capital. Al Consejo no puede pedírsele demasiado. Yo sólo le pediría que no se vea a sí mismo como una institución de crédito con sus becarios. El Conacyt no puede influir en la política científica nacional de manera decisiva. Más que dictar políticas trascendentes, sigue las que creen convenientes algunos personajes. Para empezar, la fundación del Conacyt se debió a la influencia de quienes asumieron la representación de la ``comunidad científica'' que inventaron.

Tuvieron aquellos colegas inteligencia y vigor, y naturalmente algunos defectos, pero hoy predominan el egoísmo narcisista, las actitudes parroquiales, y la falta de visión en cuanto a lo que puede y conviene que sea la ciencia en nuestro país. Uno de los amigos que motivó este artículo llamó a esas distinguidas personas ``los personeros de la ciencia'', y personero es ``el constituido procurador para entender o solicitar asuntos ajenos''. No está mal el término y lo adopto. Pues bien, nuestros personeros se autoconstituyen para entender y solicitar sobre asuntos de la política de la ciencia, asuntos que no les son ajenos, pero que claramente los rebasan, y en su procuración, desde luego, no salen perjudicados. Todo lo contrario. El salir favorecidos lo toman algunos como derecho natural o premio a sus méritos. Tener dos o tres nombramientos de tiempo completo o exclusivo no los hace sonrojar. Es justicia pura. Los personeros envejecen, la inteligencia no crece, el vigor disminuye y se preservan los defectos, y finalmente mueren sin herederos que les igualen en virtudes. Claro que hay quienes hacen lo mismo procurando sólo para sí. Que el lector los califique.

Guste o disguste, al impulso de algunos personeros destacados debemos en parte lo que es hoy nuestra ``comunidad'' y las instituciones que nos albergan o apoyan, y entre éstas, Conacyt, que no crea a los personeros, sino que son éstos los que lo crearon y lo orientan... o desorientan. Don Manuel Ortega desafió inocentemente los usos y costumbres de sus políticas, y salió despedido del Conacyt de manera ignominiosa. Quien olfateó los humores de los personeros y los asimiló como fue el caso de don Fausto Alzati, quizá favoreciendo de manera desmedida a algunos muy distinguidos se hizo acreedor a elogios y mejor fortuna, aunque después le voltearon el chirrión por el palito al divulgarse la falsedad del grado que exhibía, con lo que se logró hacerle renunciar a la SEP, de manera también ignominiosa.

Sus antiguos personeros se acordaron de él poco y tarde.

En honor a la discreción y a las buenas maneras, los personeros suelen ser llamados asesores, y a los suyos don Carlos Bazdresch se refirió alguna vez como apresores. Un neologismo gracioso para esbozar una protesta... digo yo. Démosles las gracias a los personeros del pasado, sinceramente, pero digamos adiós a algunas políticas, usos, costumbres y sistemas de valores que seguramente tuvieron razón de ser, pero que hoy pueden llevarnos al cuarto mundo con el Conacyt del brazo. A los personeros les debemos un concepto de la ``excelencia académica'' que es digno de un boticario de pueblo con espíritu deportivo, pues también se ensalza la competitividad. Lo excelente es lo ``muy competitivo'', lo que triunfa, aunque no se sepa contra qué o para qué.

Así como el PRI tendría que cambiar sus políticas para no desaparecer, para promover la ciencia y la educación, y contribuir así al desarrollo de México como el país que somos, habrá que prescindir de las políticas que hoy estorban y de quienes las defienden. No se trata de caer en la ramplonería, la mediocridad y la demagogia falsamente nacionalista, ni de dar gato por liebre, como suele ocurrir quizá porque la ``excelencia'' nos ciega y ya no sabemos distinguir entre felinos y roedores. No se trata de disminuir los estándares académicos que ya van en picada. Se trata de establecer políticas científicas que partan de la realidad nacional para cambiarla. Siendo toda política nacional un problema complejo, habrá que diseñarla con un enfoque interdisciplinario al que concurran expertos en ciencia, técnicas y educación de todas las ramas las ``duras'' y las ``blandas'' incluyendo la sociología, la economía pero no la de las finanzas neoliberales y, naturalmente, la política. Contribuir a establecer una política científica coherente con el país debería ser la tarea mayor del Conacyt. Pero no puede o no sabe, o quizá podría, pero no lo dejan.