La Jornada lunes 22 de septiembre de 1997

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

Vivo y actuante en los órdenes político, económico y social, el neoliberalismo salinista está presente también en el plano cultural, específicamente en el campo de la arqueología y la historia, donde desde hace cinco años se aplica una política privilegiadora del interés comercial, nativo y extranjero, por encima de las consideraciones propias de la identidad nacional y del respeto a nuestros valores históricos.

La ejecutante de esta política ha sido la licenciada Teresa Franco González Salas, constantemente criticada por los propios trabajadores e investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), que dirige desde mediados de 1992, y por diputados interesados en estos asuntos, así como especialistas diversos.

Era tal la relación de Teresa Franco con Carlos Salinas de Gortari que ella fue la anterior habitante de la casa ubicada en la calle de Cracovia que luego habilitaría el candidato presidencial priísta de 1988 como centro organizativo de su campaña.

Sin embargo, los embrollos administrativos en los que se dejó al INAH al inicio del gobierno salinista llevaron a la señora Franco a preservarse en una estación de paso: la dirección del Acervo Histórico Diplomático adscrito a la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde estuvo hasta 1992, cuando fue nombrada al fin directora del INAH.

El nombramiento de Franco se dio en 1992, luego que Ernesto Zedillo fue nombrado secretario de Educación. En 1994, cuando Zedillo llegó a la Presidencia confirmó a doña Teresa en el cargo que ocupa hasta la fecha. Un hermano de la citada directora del INAH es José Fernando Franco González Salas, actual subsecretario de Desarrollo Político en la Secretaría de Gobernación con Emilio Chuayffet. Ambos son hijos del ingeniero Manuel Franco López, quien fue subsecretario encargado del despacho de Patrimonio Nacional en el gabinete de Gustavo Díaz Ordaz.

La maldición de la Malinche

Con el título de la canción más famosa de Gabino Palomares en préstamo, es posible señalar que los males de los últimos años en materia de arqueología e historia (Cuicuilco, la construcción de plazas comerciales en Teotihuacán, por ejemplo) se deben a dos criterios centrales con los que ha funcionado este rubro durante la gestión de Franco: ``el patrimonio cultural debe ganarse la vida'', y ``al

capital hay que ponerle tapete rojo''.

La comercialización de la identidad nacional que se ha promovido desde el INAH pretende -al igual que los polémi-cos cambios en el contenido de los libros

de texto gratuito- darle contenido ideológico a las propuestas económicas y políticas del neoliberalismo salinista.

Con Salinas como presidente, y Teresa Franco como directora del INAH, se derribó el veto que preservaba del apetito comercial los espacios de la memoria nacional. Con el pretexto de dignificar las zonas arqueológicas e históricas, el salinismo abdicó de la grave responsabilidad de mantener viva por sí misma la identidad nacional y la envió a la bolsa de trabajo a buscar medios para subsistir y a ofrecer sus bellezas al mejor postor.

La arqueología supeditada a los intereses económicos ha llevado a conflictos de los cuales Cuicuilco y Teotihuacán son sólo una referencia. Que sea el capital el que mande, aunque los mexicanos ya no tengan a plenitud asideros de su memoria histórica. Si un McDonalds da dinero para que haya estacionamientos y sanitarios en un sitio arqueológico o histórico, bienvenido sea el dinero.

El debilitamiento de la conciencia nacional convierte, además, a los mexicanos, en sujetos pasivos ante el derrumbe de los otros factores que conformaron el orgullo del ser nacional: hoy el petróleo es un mero producto mercantilizable y ya no un recurso ganado por la lucha de los mexicanos frente a los intereses extranjeros. Igual sucede con las áreas antaño estratégicas como los ferrocarriles, las telecomunicaciones y los puertos, entre otros ejemplos.

Hoy, lo que se prefiere e impulsa es lo formalmente agradable, lo redituablemente productivo, lo folcloroide, pero no lo profundo ni mucho menos lo que signifique la consolidación de una conciencia y un orgullo nacionales que no es llevar con la mentalidad modernizadora del neoliberalismo salinista.

Cambia, todo cambia...

Y con la voz de Mercedes Sosa como fondo, recordando con su canto que todo cambia, ha llegado al momento en que la nueva realidad política nacional, particularmente representada por la mayoría opositora que hoy controla la Cámara de Diputados, hace posible una revisión y una corrección de la política salinista implantada en el campo de la arqueología y de la historia.

La entonces diputada perredista Adriana Luna Parra desarrolló en la 56 Legislatura, desde la comisión de cultura, una vigorosa lucha que por desgracia se topó con el mayoriteo priísta ciego y sordo a toda razón. Hoy, cuando ese mayoriteo no es posible, los diputados podrían voltear los ojos hacia un espacio donde -a pesar de las luchas de facciones y los enredos tecnicistas- es posible percibir cómo se ha ido dañando a la conciencia y a la identidad nacionales en aras del proyecto que tanto mal ha hecho a México en lo político, lo económico, lo social, y desde luego en lo cultural.

Varios de los proyectos hoy polémicos, que enfrentan una férrea resistencia popular, provienen de la promesa hecha desde el poder a los poderosos inversionistas interesados en desarrollos económicos o turísticos -en los momentos de expedir las concesiones o los permisos-, de que todos los trámites subsecuentes serían allanados por instrucción superior.

Por eso, cuando en Cuicuilco comienzan a atorarse las cosas, o cuando en Teotihuacán hay un juez que ordena suspender las obras en construcción, el nerviosismo se apodera de la cúpula que desde el INAH aplica la política salinista: no hay manera de responder adecuadamente a los compromisos hechos con los capitalistas y, como se ven venir las cosas, nuevos factores políticos pueden indagar, conocer, castigar, hasta con cárcel, muchas de las torpezas que para mal de la nación allí se han cometido.

Astillas: En Sonora se ha visto con toda transparencia la capacidad corruptora que puede llevar a diputados de presunta oposición a votar en favor de una propuesta priísta para controlar una cámara en la que los legisladores priístas son minoría frente al PAN y el PRD unidos. Cuánta será la capacidad de resistencia de los funcionarios de casilla ante los cañonazos beltronistas, sobre todo si recordamos que esos funcionarios muchas veces van contra su voluntad o de mala gana a cumplir con la obligación cívica, que han sido intencionalmente mal instruidos o que por indolencia llegaron sin preparación adecuada a cumplir con el encargo, y además no tienen un temor fundado de que su fama pública sea quebrantada por un incidente electoral menor. Por eso salen cuentas inexplicables en las que el PRI pierde municipios, diputaciones locales y federales pero, milagrosa, mágicamente, gana la gubernatura, como ocurrió en Sonora a Armando López Nogales, insólito ganador solitario.

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