José Cueli
¡Jerónimo, el Juli y Huichapan!

Jerónimo interrogó al pasado en las faenas ejemplares de los toreros mexicanos. Sus manos siguieron los ritos clásicos de pretéritos cánones. Después afrontó la precaria realidad de nuestro toreo sin desvirtuar su carácter forzado en el campo bravo tlaxcalteca. Se fijó en el bronce y la piedra de las ganaderías y las faces ásperas y melancólicas de nuestros campesinos. Los que surcan la tierra, la desentrañan y sobre ella vuelan. Los que corren a los toros, derriban, acosan y plasman el pase natural a la luz de la noche con delicadeza, que también aprendió Jerónimo.

Jerónimo, con estos antecedentes por herencia, con premura que no excluye serenidad, impaciencia que no daña el equilibrio de su quehacer torero, se recogió en la intimidad y mentalizó el toreo a la mexicana que dibujó en el ruedo de la Plaza México. Tenía en el rostro la sangre de la sensualidad despaciosa en la manera como acompañó al increíble toro de Huichapan en su trayecto. El ansia religiosa que en don de la belleza le dio la tierra tlaxcalteca, ennegrecida por el sol nublado. La visión de los toreros de la tierra y la trágica resignación de la gente que desciende y regresa todos los días después de sacarle el fruto a una tierra árida y seca.

La Plaza México lo va a absorber y le inyectará el desorden capitalino, que agosta y desvirtúa, como les ha sucedido a tantos que oyeron el canto de las sirenas. Jerónimo tendrá que torear mucho, relajadamente, con la tenacidad aguda e inquieta de la juventud, la de los artistas de franca rebeldía. No debe olvidar, pese al triunfo apoteósico de ayer, que aún le falta poderle a los toros. El primero de su lote literalmente lo desbordó.

Después, en la faena triunfal, su segundo enemigo, Jerónimo sonrió con una sonrisa que era un adiós melancólico, al mismo tiempo que una salutación alegre. Dueño de la situación, era el joven recio, dueño de inquietudes. Los ojos tenían el fulgor brillante en lo alto del rostro caliente por la emoción. Lleno de apasionado dinamismo emocional, expresaba una serenidad arrítmica, indígena, verdadera.

No contorsionaba la línea en efectismos fáciles. No sugería el poder expresivo. Lo ofrecía con reposo, tranquilo y permanente, al torear con la mano izquierda en pases naturales interminables de una pureza inmaculada, de una ponderación máxima y un equilibrio armónico y sosegado. Habrá que esperarlo a ver si se consagra, si no se pierde en los peligrosos caminos.

Su pase natural con la muleta bien cuadrada, trayéndose al toro muy bien toreado y rematándolo debajo de la cadera, expresaba elocuente y exacto las diversas sicologías de un novillero mexicano que hablaba del acento austero, sobrio y sentimental de la gente tlaxcalteca. Pero, además, sensual, lúgubremente sensual. Mientras los aficionados nos deleitábamos en la contemplación de sus redondos, aprendidos fuera del clamor multitudinario, en el recogimiento del campo o las placitas de las ganaderías.

Jerónimo se encontró a un ejemplar de encastada nobleza de Huichapan, criado por Adolfo Lugo Verduzco, y lo bordó en una sinfonía inconclusa de pases naturales. Antes, el Juli había enloquecido a la plaza con su toreo aniñado a otro ejemplar de mayor nobleza y encaste, pero al que no pudo torear con la mano izquierda, que es la mano con la que se torea. Más me gustó el Juli con su segundo enemigo, áspero, difícil y encastado, al que dominó con toreros doblones perfectamente rematados. Los toros de Huichapan --los mejores de la ganadería mexicana actualmente--, bravos con lo caballos y encastados, cómodos de cabeza, había mucho que torearlos y el Juli y Jerónimo a su nivel de madurez los torearon. Con más sitio y oficio el Juli; más arte y sentimiento Jerónimo ¡paso a un artista, un dominador y una gran ganadería de toros bravos!.

PD: En el periódico El Financiero, en entrevista de José Luis López, don Rafael Herrerías, empresario de la Plaza México, afirmó que toda la prensa taurina es corrupta. ¡Toda!